Capitulo II
No sé quién eres, ni mucho menos de dónde vienes, solo podría asegurar que eres un misterio para quien te mire.
Al finalizar las clases fui en busca de Halia, ya que esta no sé dignó en aparecer en ninguna de las clases faltantes; supongo que suspenderá todas las asignaturas si sigue así, y no creo le agrade la idea a su abuela.
Deambulé por la escuela intentando encontrarla, pero fue en vano, ella no estaba en ningún rincón de la escuela; resignada a seguir buscándola me encaminé hacia la entrada del colegio e ir a casa.
-Llevo horas esperando a que salgas Diana- exclamó quejándose una voz conocida apenas salí de la escuela.
-Si hubieras entrado a las clases restantes no hubieras esperado mucho- articulé una vez estuve cerca de ella.
-Vamos que muero de hambre- exclamó sabiendo la reprimenda que le daré por no entrar a las clases y las consecuencias de estas- ¿Qué crees que haya cocinado hoy la abuela?- articuló para cambiar de tema y dar por hecho la conversación.
-Halia no cambies de tema- dije tratando de no reír, ella siempre anda pensando en comida y más si es de la abuela Agatha – además no importa que cocine aun así terminaras comiéndolo- exclamé con un humor, es increíble lo glotona que puede llegar a ser y aun así no engordar.
-Eso no es cierto- dijo poco indignada por mi comentario- bueno tal vez tengas razón- exclamó cuando la fulminé con la mirada.
Ambas empezamos a reír, ya que las dos somos glotonas, aun cuando yo como mucho en pocas cantidades, es decir todo el día estoy comiendo de poco en poco, mientras que Halia come a grandes cantidades pero menos que yo.
Al llegar a la casa en un grito como de costumbre le avisamos a la abuela que llegamos para luego dirigirnos a nuestras habitaciones a dejar nuestras mochilas e ir donde esta Agatha.
-Niñas, gracias a los dioses que ya están en la casa- exclamó sonriendo la abuela una vez nos vio entrar en la cocina.
-Abuela huele riquísimo- articuló Halia saludando a la abuela con un beso en la mejilla.
-Cómo no va a oler rico, si la abuela es una excelente cocinera- exclamé depositando un beso en la otra mejilla.
-Par de aduladoras- dijo Agatha sonriendo- vayan a lavarse las manos mientras sirvo la comida- murmuró aun con su sonrisa en los labios.
Tanto Halia como yo nos apuramos en hacer lo que nos pidió la abuela, se podría decir que en verdad apreciamos su comida, es más creo que los dioses bajarían solo para comer lo que ella hace.
Regresamos a la cocina para ayudar a poner lo que faltaba en la mesa, las tres nos sentamos para empezar a comer; sin embargo tocaron la puerta antes de dar un bocado.
-Yo abro- dije levantándome de la silla e ir abrir la puerta pero fui detenida por la abuela.
-Cariño empieza a comer con Halia- vociferó Agatha dando entender que no replique y sólo obedezca.
Volví a sentarme y empecé a comer, estaba un poco inquieta sin motivo alguno, los vellos se me erizaron como si sintiera frío de repente.
Alcé la mirada al escuchar lo pasos de la abuela pero no venía sola, tras de ella venia un joven de cabellera castaña, tez un poco pálida que bien podría uno decir que parece muerto, ojos color verdes como si se tratara de dos esmeraldas, su complexión es delgada pero atlética al mismo tiempo, es decir está en forma; lo más llamativo a mi parecer es el tatuaje que lleva en el cuello que no puedo apreciar bien.
Es guapo no puedo negar lo que veo, pero porque su presencia me inquieta, sus ojos parecen que analizara cada movimiento que uno realiza incluso cuando respiras, e incluso puedo ver que se refleja oscuridad en ellos...
-Niñas, él es Alexander Tavalas- articuló la abuela sacándome de mis pensamientos y volviendo mi mirada a mi comida- Ellas son mis nietas Halia- murmuró la abuela dirigiéndose a mi amiga quien saludo alzando su mano sin dejar de comer – y Diana- dijo señalando mi lugar.
Sentía su mirada del tal Alexander sobre mí, mientras yo miraba mi plato de comida que estaba casi intacto, si sigue viéndome me voy a sonrojar.
-Un gusto en conocerlas señoritas- exclamó el joven pasando su mirada a Halia para luego regresar a mí, esta vez le sostuve la mirada.
Al mirarnos parecía una batalla entre ambos, el cual si uno baja o desvía su vista del otro, perdería, y ninguno quería de los quería ser el perdedor; pudieron ser segundos e incluso minutos mirándonos, como si tratáramos de desvelar algún secreto oculto de nosotros.
-Dia ¿terminaste de comer?- cuestionó mi amiga sacándonos a ambos de aquel hechizo de sus hipnóticos ojos.