La oscuridad abundaba en la habitación, me costó unos cuantos segundos adaptarme al lugar. Era estrecho, estaba lleno de prendas del Pdli, todo el lugar mantenía su aroma elegante y tan exquisito.
Intentaba moverme lo menos posible para intentar no hacer ruido.
¿Alguien comprende en el asqueroso lío en que me había metido? Es decir, si tenía suerte (cosa que seguramente no sucedería), ellos simplemente se besarían y se dormirían, de lo contrario, tenía que quedarme escondida en ese asqueroso armario viendo como ellos follaban a más no poder. Eso sería asqueroso. Y sin contar que si me descubrían quedaría como una asquerosa psicópata.
En ese momento y aún en esta etapa de mi vida, me sigo preguntando porqué carajos no subí directamente a la habitación de Sarah, en vez de demorarme en la cocina por tomar agua. ¡Sarah siempre tenía agua en su habitación! Todo habría sido más fácil.
Sentí como la puerta de la habitación se habría lentamente. Las voces de Ander y de la mujer sonaban en susurros, pero eran lo suficientemente altos como para llamar la atención de todos los que habitan esta casa.
Encendieron las luces, estas se colaban hacia el interior del armario por los espacios de ese. Yo observaba todo desde allí. Ander y su acompañante se tambaleaban al entrar a la habitación, claramente estaban más que borrachos. Y la verdad es que eso no me sorprende para nada viniendo de él.
Hablaban entre sí de cosas que no podía entender, parecían murmullos, que a ellos le causaba muchísima gracia. Sus risas resonaba por toda la habitación. Esta situación era altamente incómoda, y todo se comenzó a descontrolar, cuando ambos comenzaron a besarse efusivamente como completos animales.
No los juzgo, yo cuando tenía mis momentos hormonales podía ser igual o peor. Pero esta imagen simplemente me causaba asco.
El momento era tan bizarro, ¡por Dios! Estaba escondida en el armario del chico que estaba interesado en mi, mientras veía como está a punto de cogerse a una tipa de por ahí. ¿Qué mierda?
Habia un poco de polvo en el armario, y para mala suerte mía, papá nunca me pudo curar de las alergias que me agarraban desde pequeña. Una mínima de polvo que respirase y podría estornudar tres días seguidos. Mi nariz empezó a picar, y las ganas de estornudar vinieron. Instintiva y lo más silenciosamente posible, me llevé mi mano derecha hasta la nariz, apoyando mi dedo índice en la parte baja de la nariz para aminorar las ganas de estornudar.
Afuera los besos subían el nivel, y la incomodidad que sentía superaba cualquier instinto de supervivencia que tenía. En cualquier momento podría salir del armario y obligarlos a que paracen. Pero solo me limité a mirar hacia un punto oscuro en el armario.
El polvo adornaba las paredes del armario, parecieran que nunca lo limpiaban. Lo que me sorprendió, ya que en esta casa tienen empleados hasta para limpiarles el culo a cada uno de los Miller. Pero luego mi vista sin permiso alguno volvió al frente, observando a Ander.
Ellos se besaban, se miraban, se tocaban. Todo de la misma manera que alguna vez Ander lo hizo conmigo. Una corriente de molestia se acentuó en mi. Pero no tenía ni idea del porqué. Era algo nuevo, algo que nunca había experimentado. No eran celos, estaba segura de eso, conocía la sensación, y esto no se asemejaba ni un poco. Tampoco era enojo, ni sentimiento de traición. Era... algo extraño.
Simplemente me molestaba que se tocaran ahí, en frente de mí. La verdad, no entendía ni mierdas de lo que pasaba por mi cabeza en ese momento. Estaba traumada, con miedo, emocionada, esperanzada, enojada y todo lo que llevaba "ada" al final. Mi cerebro era una maraña de emociones, desde la más hija de puta hasta la más buena y comprensiva emoción.
Solamente desearía estar en mi casa, en mi cama, rodeada de todos los peluches que Lucas me había regalado para mi cumpleaños desde que teníamos cuatro años cada uno, sintiéndome tranquila y protegida. Eso y sin contar que también quería que el mismísimo Lucas estuviera conmigo.
Ese recuerdo desbloqueó la primera vez que Lucas me había dicho que me quería. Eramos unos críos, a penas teníamos diez años. Era mi cumpleaños, un 14 de mayo que iba bastante normal, hasta que llegó el momento de la celebración, y Lucas vino hasta mi con un gran oso de peluche. Su sonrisa angelical, con sus hermosos hoyuelos y sus ojos levemente achinados. Yo en ese momento sabía que había algo en él que me hacía quererlo más de lo indicado, pero como siempre, me daba miedo admitirlo. El me extendió el oso y yo rápidamente lo envolví en un fuerte abrazo, cuando de repente, a él se le escapó su primer "Te quiero, Isabella" con una seriedad que te da a entender que no era una simple broma de un niño de diez años. Lo que él sentía era real, bueno, sano, hermoso, y en ese momento al igual que ahora, yo no lo supe valorar de la manera perfecta. Y todo solo por el miedo a ser herida.
Salí del trance en que me había metido al recordar al mini Lucas en su más hermosa expresión, moví mi cabeza hasta un lado, volviendo a mirar a la pared del armario. Hice una mueca de dolor al sentir que algo con punta me golpeaba la cintura. No tenía ni idea que era, y tampoco podía averiguarlo, de lo contrario estoy segura de que habría hecho demasiado ruido como para que esos dos imbeciles dejaran de hacer que lo que estaban haciendo y descubrirme.
Pero el dolor cada vez era más molesto, sentía que se me clavaría en la cadera. Así que lo más silencioso que pude, me moví hacia un lado y divisé la punta que tanto me jodia. Parecia la punta de un paraguas.
¿Quién carajos guardaba un paraguas en su armario? Yo que sé, mínimo detrás de la puerta de la entrada.
Maldecí por lo bajo. Este imbecil no podía hacer nada bien. ¡Ni siquiera guardar un paraguas en un buen lugar!
Estaba enojada, pero no sabía ni entendía el porqué. Simplemente quería salir y golpearlo por el simple hecho de que haya sido tan estúpido como para guardar ese estúpido paraguas en este estúpido armario.