Pasajeros

Capítulo 21

Miranda aún no había contestado los mensajes que Max le había estado mandando desde hacía ya un par de días. ¿Estaría ignorándolo? ¿O simplemente… se había equivocado al anotar su número una semana y media atrás, en el aeropuerto?

—Mira este —Scott sostenía su teléfono en alto, al lado de Max, los dos sentados en una banca a lo largo de una avenida muy concurrida—. Es barato, cuartos dobles, y tienen el wifi gratis.

—¿Sigues viendo hoteles? —saltó Max.

—Claro —respondió Scott—; no podemos arriesgarnos a pasar mucho tiempo en un solo lugar, ¿recuerdas? ¡Tú mismo lo dijiste!

—Suelo decir muchas cosas —Max volvió a su teléfono e intentó revisar sus mensajes, su correo electrónico e incluso sus solicitudes de amistad en Facebook—. Algo no cuadra. 

—Estoy acostumbrado —dijo Scott casi poniéndole su celular en la cara. Claramente se podía ver la fecha en la parte superior. 30 de Enero, 1215.

—No hablaba de eso —respondió Max—. Mi… todas mis cuentas están un poco extrañas. Mi Facebook, mi correo… desde que aterrizamos hace varios días no he recibido casi ningún mensaje, ninguna llamada de mi madre queriendo saber dónde estoy… nada. 

—¿Tu madre se preocupa aún por ti?

—Soy el consentido.

—Vaya… ¿Notificaciones tampoco?

—Avisos de eventos, cumpleaños y ya. Nada más. ¿No te ha pasado a ti?

—No entro mucho a Facebook —dijo Scott—; Instagram es lo que más uso, y no he visto nada fuera de su lugar desde que llegamos, todo parece seguir su rumbo.

—Qué extraño. Es como si alguien intentara aislarnos también por esos medios.

—Instagram es un poco más libre —respondió Scott  a su comentario, intentando explicar que para encontrar una foto, sólo debían describirla y ya—, me la paso ahí. Claro que no subo fotos desde aquella noche en París. Me da miedo que eso nos delate.

—Bien pensado.

—Sin embargo… que raro. ¿Crees que tenga que ver con el Gobierno? ¿Y si Blackwood nos está bloqueando todo camino?

¿Y si Scott estaba en lo cierto? Separarse entonces no serviría de nada. Estaban totalmente aislados, incomunicados. No tendrían ni la menor oportunidad de averiguar qué seguía después. Aunque… ni ellos sabían qué estaban buscando. ¿Cuál era el plan? ¿Cuál era su meta? ¿Objetivo? ¿Huir por todo el planeta, escapando de Blackwood y sus hombres, y al mismo tiempo de los extraños Susurradores, por el resto de sus vidas? ¿Qué tenían que ver ellos? ¿Sólo los perseguían por haber visto una Pirámide en el Triángulo de las Bermudas? ¿Qué tenía esa Pirámide? ¿Oro? ¿Joyas? ¿Por qué era tan importante?

—No lo sé —respondió Max—. Sería bueno mantenernos un poco precavidos. Sólo responder mensajes de los Pasajeros con quiénes tenemos contacto.

—Y hablando de ello —comentó Scott—, ¿tu amiga ya te respondió?

Casi dos semanas atrás, después de que Miranda le pidiera ayuda a Max para estar atento durante el vuelo, él le pidió su número, como señal de que le escribiría si necesitaba reportar alguna anomalía. Miranda se lo dio de buena gana, y al mismo tiempo, ella anotó el de él. A lo largo del trayecto entre Fort Lauderdale y el Triángulo de las Bermudas, Max sólo le escribió una vez, para indicarle dónde estaba, y que hasta el momento, no había pasado nada peculiar. 

Mirando tampoco le había respondido. 

Peor aún. Después de las turbulencias, no recibió ningún mensaje de ella. Por un momento, dudó Max, pensó que Miranda no había formado parte del viaje. 

—No, aún no —dijo Max, con la mirada perdida.

No conocía a nadie que pudiera ayudarlos mejor que ella. Sí, la conoció durante tan sólo diez minutos, y de ahí en adelante, jamás la vio, pero si tenía influencia con algún sistema de ley, o sabía los protocolos de seguridad que se podían llevar a cabo, entonces Miranda podría resultar un aliado muy importante. 

¿Habría visto ella también la Pirámide? Max no lo sabía. Pero, la viera o no, le debía un favor, y aquél era el mejor momento para solicitarlo.

—Max, tu teléfono está sonando —murmuró Scott, mientras volvía a tomar el suyo y continuaba la búsqueda de hoteles.

Max se alteró. ¿Sería Miranda? En cuanto vio la pantalla de su celular, se topó con una llamada de James.

—¿Qué pasa?

—Necesitamos reunirnos todos —dijo James del otro lado de la línea—. Es urgente.

 

 

Había un café popular entre la calle Dean y Frith, llamado Milkbar. La ventaja que tenían de acordar verse en ese lugar era que no era un lugar muy concurrido, ni a la vista de las cámaras de seguridad que había en las avenidas principales. 




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