—¿Qué demonios está pasando aquí? —farfulló Miranda, saliendo de su celda para unirse al grupo de Pasajeros, que observaban con mucha atención al par de individuos que había en la entrada del corredor.
Era imposible entender el momento. Luna y… James a sus espaldas miraban atentos a… James, quién estaba al frente del grupo conformado por Max, Dianne, Scott, Cooper y ahora Miranda. ¿Quién era quién? ¿Qué hacía James con… James? ¿Quién de los dos era el verdadero? ¿Por qué había otro James?
—Sé que las dudas están a punto de estallar sus cabezas —dijo el James que estaba en la puerta—, incluso yo estoy a punto de perder el conocimiento.
—¡Demonios! —soltó Cooper—, hasta tienen la misma voz.
—Pero si no nos movemos de aquí —prosiguió el James de la puerta—, llegarán más hombres y nos será imposible salir.
—Estoy a favor de… James.
—Dime Jim, así me dicen todos.
Jim dio la vuelta y desapareció debajo del rellano, siendo seguido por Luna, quién sólo les dedicó una mirada tímida.
¿Seguirlo o no seguirlo? ¿Quién era él? ¿Por qué los estaba rescatando? ¿Quién era Luna? ¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo habían averiguado que los Pasajeros estaban en problemas? ¿Cómo sabían que corrían peligro?
—¿Qué hacemos? —musitó Dianne.
—No podemos dejar a Allori —dijo Scott.
—¡Ese hombre es idéntico a James! —soltó Cooper, aún emocionado.
—Lo sé —dijo éste—, es lo más extraño que he visto en mi vida.
La piel de James había cambiado de tono, ahora estaba muy pálida. El susto que le había llevado haber visto a… él mismo del otro lado había cambiado su modo de pensar, de hablar, hasta de sentir. El corazón le latía al mil por hora; incluso ya le había dejado de doler la nariz por el golpe de Jhonson.
—¿Qué hacemos? —repitió Dianne.
—Lo más sensato sería seguirlos —aventuró James.
—¿A tu doble? —inquirió Cooper.
—Sí —suspiró su amigo—, a mi doble.
Lentamente, los Pasajeros salieron del corredor para internarse en una habitación llena de escritorios, algunos cuadros, dos ventanas a los costados y una televisión al fondo. Lo más extraño era que ningún oficial de policía, o agentes federales se encontraban en sus puestos. En cambio, más de una docena de hombres yacían en los suelos, en diferentes posiciones, sin conocimiento.
Jim y Luna cruzaban el umbral de la habitación en dirección a la salida de emergencia.
—¿Los mataron? —preguntó Scott, temeroso.
—Para nada, sólo están sedados —dijo Jim de buen humor—, aunque ellos sí intentaron matarnos.
En las paredes había rastros de disparos. Agujeros de gran tamaño recorrían desde la entrada hasta el rellano que daba lugar al corredor de las celdas. ¿Acaso los Pasajeros eran tan importantes como para que… ese James arriesgara su vida por ellos?
—Diablos —murmuró Cooper.
—Debemos irnos —repitió Jim, dándose la vuelta y abriendo la salida de emergencia—. Luna manejará el Jetta. Yo pido la Honda.
—
La noche había caído sobre el territorio ingles, y el grupo de Pasajeros estaba al tanto de eso. ¿Qué había sido de Allori? Ninguno lo sabía. De hecho, entre los agentes de seguridad que Jim y Luna habían dejado sin conocimiento, sólo ellos sabían donde estaba; no se encontraba Jhonson, por lo que James pensó que, si Allori estaba bajo la custodia de alguien, sería de ese hombre.
Después de dos horas de sumo silencio, el grupo dividido en dos vehículos llegó a las afueras de la ciudad. Una reja separaba la carretera de lo que era un camino empedrado que se perdía entre enormes arbustos; como la luz era muy escasa, lo único que podía verse era gracias a los faroles de los vehículos.
El camino empedrado llevaba directo a una casa de gran tamaño, rodeada por un jardín de grandes proporciones que contaba con más de una fuente.
—Bienvenidos —dijo Jim mientras abría las puertas de la casa, dejando pasar a los Pasajeros—, están en su casa.
—Esto… gracias —susurró Cooper.
—Ahora, lo que…
—¿Quién demonios eres tú? —soltó James.
Se hizo el absoluto silencio.
Llevaba dos horas con esa pregunta en la cabeza y ya era momento de dejarla salir. Incluso, durante el trayecto, lo único que deseaba con todas sus fuerzas era averiguar quién era ese tal “Jim”, que era un sobrenombre para “James”. Sin duda alguna, ese hombre era él. ¿Qué demonios?
—James —Scott le dio un empujón—, creo que no deberías…
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Editado: 27.03.2019