Pasajeros

Capítulo 25

Jim había estudiado administración de empresas, y se había echado a la bolsa una maestría en publicidad y mercadotecnia. Había aprendido a hablar al público, esperando criticas y halagos, y durante muchas conferencias durante las giras de Alonso, se había generado tanta experiencia que ahora ya no se le hacía difícil encarar a un grupo de personas a la hora de hablar. El problema radicaba en que estaba acostumbrado a recibir una retro alimentación del público. En esos momentos, los seis Pasajeros que tenía frente a él estaban en un completo silencio, que era algo nuevo con qué lidiar. 

—¿Otro… universo? —Max fue el primer en romper el silencio.

—¿Tenemos un pizarrón? —Jim le preguntó rápidamente a Luna—, creo que será mucho más complejo de lo que imaginé.

Ella, sin responder, se puso de pie casi de un brinco y desapareció por el corredor. En cuestión de segundos, volvió a aparecer con una pizarra blanca y dos plumones negros. 

—Gracias —dijo Jim cuando la tomó entre ambas manos y la recargó sobre uno de los respaldos del sillón más grande—, muy bien… ¿alguno de ustedes tiene dudas?

Todos y cada uno de los Pasajeros alzó la mano lentamente. Incluso James, que segundos antes estaba cruzado de brazos, renunció a la comodidad de sus articulaciones para poder alzar la suya.

—Bien —soltó Jim—. Vamos a plantearnos lo siguiente.

—Oh no —murmuró Cooper—, ahí vamos de nuevo con los dibujos en la pizarra.

Jim lo ignoró.

—El Triángulo de las Bermudas siempre ha sido un punto curioso —comenzó a decir mientras dibujaba tres líneas que se conectaban entre sí, al centro del pizarrón—. Ha habido desapariciones a través de los años. Aviones, barcos, de todo. Quizás el más famoso caso sea el del Vuelo Diecinueve, un conjunto de aviones Avenger que salieron de Fort Lauderdale en el año de mil novecientos cuarenta y cinco, en un vuelo de práctica, para nunca regresar. No se encontraron restos, ni indicios de qué fue lo que les sucedió.

—Prosigue —lo alentó James sin tomarle mucha importancia a sus palabras. Conocía la historia. Lo único que quería saber era el… ¿cómo era posible que estuvieran en otro universo? ¿Otro? ¿De verdad?

—Muy bien, muy bien —siguió Jim, ahora dibujando algo en uno de los extremos del triángulo—. Este famoso Triángulo conecta varias dimensiones. Varias líneas de tiempo divididas entre sí.

—Espera, espera, espera —Cooper lo interrumpió—. Yo veo The Flash, y puedo asegurarte que no hay ningún triángulo que sea el mediador entre todos estos mundos.

—Es una serie —lo atajó Dianne—, obviamente no será real.

—Aunque… —musitó Max, pensativo—, si lo vemos de ese modo, puede que tenga algo de lógica. En la serie, los mundos son casi similares, unos con otros.

—¿Similares? —preguntó Scott.

—En uno de ellos, Barry Allen es Flash —respondió Max—, pero en otro, podría ser… cualquiera. No son idénticos. Como ahora lo vemos… en este universo, el James Adams de aquí, o sea, tú —señaló a Jim con la mirada— no trabaja en lo que nuestro James trabaja. Es otro mundo. Otros sucesos, otros acontecimientos.

—Ya me confundí —soltó Miranda.

—El punto es —Jim alzó la voz para volver a captar la atención de todos los Pasajeros hacía él— que el Triángulo tiene conexiones consigo mismo. Es una puerta que guía a otras dimensiones.

—¿Cómo sabes todo esto? —preguntó James, sin dejar de fruncir el ceño.

¿Era posible descubrir la verdad? ¿Cómo era que Jim sabía tantas cosas? ¿Acaso… era el responsable de todo eso?

—Sé todo esto por qué Luna y yo hemos estado ahí —suspiró él—. Hemos estado en el Triángulo.

—¿En el… Triángulo? —inquirió Miranda—. ¿Has viajado a otras dimensiones?

—No a otras dimensiones —respondió Jim—, pero sí a otros tiempos.

El silencio volvió a reinar entre los Pasajeros. Frente a ellos, en la pizarra, Jim había dibujado una línea horizontal que partía de uno de los extremos del triángulo hasta el otro lado del madero. Sobre la línea había algunos números marcados y unas flechas que iban de uno a otro sin parar.

—Una de las funciones del Triángulo son los saltos en el tiempo —comentó Jim.

¡Saltos en el tiempo! La mente de James dio un brinco al pensar en eso. Tenía sentido, aunque le costaba trabajo creerlo. Habían desaparecido de la Tierra por tres minutos, y ya sabía donde habían estado. Enero de 1215. ¡Habían viajado en el tiempo por tres minutos…! 

—¿Cómo es que algo así puede existir? —preguntó Scott, aún moviéndose en su asiento del sillón, un poco nervioso—; ¿es un agujero de gusano? ¿Un portal entre galaxias, o…?




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