Pasajeros

Capítulo 33

—No soy un alíen —Owen iba al frente de la marcha, liderando al grupo de Pasajeros conformado por James, Max, Dianne, Luna y Miranda, a lo largo de un corredor vacío que había entre dos edificios abandonados—. Y tampoco soy un fantasma. ¿Eso responde a tu pregunta?

—Tal vez —Max iba a espaldas de quién los había salvado—, pero eso no quita de en medio que tú hayas estado en el Triángulo.

—No hablemos de eso ahorita.

—¿Eso lo confirma?

—Silencio.

Segundos después de haberse presentado como uno de los Pasajeros, Max fue quién convenció a Owen de que les brindara un poco de ayuda con respecto a la ciudad. Al principio no cedió, pero después de escuchar, durante casi dos horas, los relatos de los Pasajeros narrados por James, y en ciertas ocasiones por Max, el hombre accedió a darles un lugar seguro durante su estancia en El Cairo. 

Les tomó algunas horas poder entablar contacto con las chicas y poner un punto de reunión para después ser guiados por Owen hacía su humilde hogar, como lo habría descrito cualquiera de los que lo escuchó. Sin embargo, Scott y Cooper ya se encontraban en la zona arqueológica de las Pirámides de Giza, y no podían acudir al encuentro. 

—¿Por qué vives en un lugar tan aislado? —inquirió Miranda.

—No quiero que alguien del gobierno egipcio, o la policía misma, comience a curiosear en este lugar. Atraería muchas consecuencias.

Finalmente, después de avanzar entre los dos edificios, Owen se detuvo ante unos portones oxidados. Los abrió de par en par y dejó pasar a los Pasajeros, para luego encerrarse nuevamente. Al principio, nadie logró ver gran cosa debido a la oscuridad, pero cuando Owen jaló el interruptor de la energía, dejó al descubierto un verdadero arsenal. 

Había más de diez escritorios juntos con todo tipo de armas encima. Desde pistolas hasta rifles, granadas, cuchillos, cartuchos, cargadores, un par de escopetas, fusiles y hasta mochilas llenas de provisiones. Al fondo había un escritorio con más de una computadora, así como algunas pantallas donde, claramente, se podía apreciar distintos puntos de la ciudad. Eran cámaras, quizás las mismas que había mencionado unas horas atrás. Del lado derecho, se veían unas escaleras que subían a un sub nivel, donde había algunos colchones abandonados junto con telas de todos los tamaños y grosores. 

—Demonios… —soltó Max.

—Fascinante —murmuró Luna. 

—Deberían ver la cocina —musitó Owen—, es lo único que está limpio.

—¿Piensas ir a la guerra o qué? —soltó Max casi en un quejido.

—No, sí, tal vez. Hoy maté a un renacuajo que hablaba mucho… y herí a alguien que estaba decidido a matarlos.

—El maldito de Jhonson.

—¿Lo vieron? —preguntó Dianne un poco alarmada.

—¿Qué si lo vieron? —se bufó Owen—, casi los mata. Si no hubiera intervenido, créeme, no habrían durado nada.

—¿Por qué nos salvaste? ¿Qué estabas haciendo ahí en primer lugar? —preguntó James, aún asombrado del búnker en el que se encontraban. Había tantas armas… Owen tenía razón. Si la policía veía todo eso, se vería en un grave aprieto.

—Tengo micrófonos en todo Egipto, así como cámaras. 

—¿Con qué propósito? —preguntó Luna.

—Eso es privado.

—Owen —James caminó hasta él y lo miró de frente. Intimidaba un poco, sin duda alguna había sido militar, o quizás sólo recibió entrenamiento, pero aquél asunto era de vida o muerte y debía encararlo—. Estos hombres quieren asesinarnos. Nuestra única salida es… irnos de esta dimensión. Volver a casa.

—¿Y por qué crees que yo puedo ayudarlos?

Todos miraron a Max, incluyendo a James. El chico, quién recibió la indirecta al instante, se acercó lentamente a Owen, por el temor que sentía, y comenzó a hablar con timidez:

—Encontré un video de seguridad de nuestra dimensión, de un aeropuerto, donde se veía claramente a un hombre llamado Xavier Bletnner y a ti, tomando prestado un avión…

Owen se paralizó. No era… confusión, sino asombro, como si tal hecho sí hubiera ocurrido, y se hubiera encargado de borrar toda evidencia, cosa que sin duda no resultó.

—¡Le dije mil veces al estúpido de Xavier que teníamos que mantenernos en las sombras, pero no, aquél idiota sólo quiere hacer las cosas a su modo! 

—Entonces, ¿sí ocurrió?

Owen soltó una risa nerviosa.

—Algo así.

—Créeme —lo retó Miranda—, en nuestra dimensión estás en un grave aprieto.

—No pienso regresar —Owen les dio la espalda y se dirigió a la mesa de armas para dejar el rifle, que aún colgaba de su espalda.




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