—¿Cómo sabes hacía dónde dirigirte? —le preguntó Max a Owen mientras Miranda maniobraba entre un cruce un poco lleno de autos y de personas—. Ellos no están en cada esquina, ¿o sí?
—Son imprescindibles —respondió Owen—, no sabría dónde buscar.
—¿Entonces para que me pides que me dirija al centro? —le espetó Miranda, frenando la Jeep de golpe, ocasionando que todos los Pasajeros sintieran un golpe en corto—. ¿Cómo vamos a….?
—Si sigues frenando así, no sólo la vida de James estará en peligro —terció Owen levantándose de su lugar y caminando directamente hasta la cabina del piloto—. Los Salvadores saben de nuestra situación, ellos sabrán dónde estamos.
Miranda había frenado la camioneta justo en la calle Aesha Al Taymorya, a unos cuantos metros de entrar a un pequeño puente que cruzaba parte del Río Nilo para dar directamente uno de los hospitales que tenían cerca.
—¿Quieres decir que puede que ellos sepan dónde estamos? —preguntó Cooper.
—Así es —respondió Owen—, sólo es cuestión de tiempo hasta que…
El dejó de hablar al momento. Su mirada, fija, se detuvo al frente, antes del puente que los ayudaría a cruzar a otro pequeño islote de la ciudad de El Cairo. En cuanto Miranda y Cooper siguieron su vista, se toparon con dos hombres vestidos de traje, la piel tan blanca como la nieve, que los miraban del otro lado de la calle.
—¿Son ellos? —murmuró Miranda, con el corazón latiéndole deprisa.
—Sí, son ellos.
—¡Madre mía, están los…! —Owen giró rápidamente y con un ademán obligó a Max a no seguir hablando—. ¡Lo siento, lo siento!
En completo silencio, el grupo de Pasajeros, así como Owen y Luna, miraron con atención a los dos hombres de traje que estaban cruzando la calle. Los Susurradores. No. Mejor dicho, los Salvadores.
La atmósfera del ambiente cambió por completo. El silencio se apoderó de la calle, así como de la ciudad completa, o al menos eso sintieron todos. Ningún coche pasó por la calle. Ningún perro apareció en la esquina. Todo parecía tan… aislado.
—Quieren que avancemos —dijo Owen.
—¿Qué? —soltó Cooper.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió Miranda.
—Sólo James y Dianne los podían escuchar —dijo Max—. James está medio muerto, y Dianne… bueno… aquél anciano se la llevó.
—Yo también puedo escucharlos —confesó Owen sin hacerle mucho caso a los demás—. Avanza hacía ellos.
Miranda no respondió. Sin mucho entusiasmo, la detective colocó su pie encima del acelerador y poco a poco la Jeep fue avanzando hacía el puente. Mientras lo cruzaba, más Salvadores fueron aparecieron a ambos costados de la camioneta, tanto en el pavimento como en las ceras de la calle. Los estaban rodeando.
—Owen… —dijo Luna, un poco alarmada.
—No nos harán daño —dijo Owen, intentando calmarla—, quieren ayudarnos.
—¿Entonces por qué demonios se les ve como protagonistas de El Caminar del Diablo? —soltó Max, apartándose de los bordes de la Jeep—. No respondas, por favor.
Owen no se molestó en responder. Su atención seguía en los anfitriones del momento. ¿De dónde habían salido tantos? ¿Estaban ahí por Ben? ¿Acaso… el chico los había enviado para que cuidaran las entradas del Triángulo?
—El camino hacía el hospital está despejado —observó Scott, casi con la voz temblorosa—, ¿vamos a…?
—Nos están indicando que vayamos.
—¿Cómo saben que James está herido y necesitábamos su ayuda? —preguntó Miranda.
—Sólo lo saben —dijo Owen—, así como pueden llegar a saber múltiples datos de miles de años de historia. Han estado ahí. Observando. Estaciona en la entrada.
La Jeep se detuvo justo en la entrada del hospital. No había ningún ser humano, si es que a los Salvadores podría llamárseles de otro modo, que estuviera al pendiente de la situación. Era como si, durante unos momentos, el mundo se hubiera silenciado por completo y sólo estuvieran los Pasajeros, Luna, Owen y los Salvadores. Nadie más.
—¿Qué hacemos? —inquirió Max.
—Bajen a mis espaldas —Owen se levantó y dio un brinco de la Jeep para caer en el concreto—, intenten no mirarlos a los ojos.
—¿Nos podemos morir si llega a pasar? —preguntó Luna, bajando después de Cooper.
—¿Cómo en la Cámara Secreta? —saltó Max—. El basilisco y esas cosas.
—No, pero… da miedo mirarlos.
Owen dio unos pasos hacía la entrada del hospital y de ésta salieron otro pequeño grupo de Salvadores. Todos parecían vestir de la misma manera: saco negro, camisa blanca, una corbata, y unos pantalones de vestir del mismo color. La diferencia entre cada uno de ellos era el cabello. Algunos lo tenían corto, otros largo, bien peinado y hacía atrás, como si estuvieran usando alguna especie de sustancia viscosa en él.
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triangulo de las bermudas, misterio y aventura, viajes entre tiempos y dimensiones
Editado: 27.03.2019