Pasajeros

Capítulo 50

Ben comenzó a caminar por la cubierta principal del navío. Le sentaba bien. Los aires del océano lo golpeaban con suavidad, y su vista se enfocaba en el horizonte. Iba a volver, después de tanto tiempo, a su verdadero hogar… 

Una Isla diferente a otras. Un lugar único, donde lo sobrenatural abundaba, y lo imposible podía ocurrir. El equilibrio de todas las dimensiones… pronto estaría ahí de nuevo. Podría enmendar sus errores del pasado y hacer las cosas bien. En primer lugar, mataría a aquellos quienes lo exiliaron del Triángulo. Después… no sabía qué vendría después. Pero algo era seguro, nadie iba a poder detenerlo.

—¡Oye! —una voz femenina arruinó el momento—. ¡OYE! 

—¿No puedes quedarte callada un sólo minuto? Intento disfrutar del mar y sus maravillas. Nunca volveré a verlo tan tranquilo y majestuoso.

Cerca de uno del restaurante de comida exótica, Dianne estaba atada a uno de los mástiles de metal. Sus muñecas estaban rojas por la presión que las cadenas efectuaban sobre ellas. 

La chica se veía cansada, su cabello, totalmente despeinado y desarreglado, caía por su espalda. La blusa que había usado en El Cairo ahora estaba llena de mugre, sudor e incluso lágrimas por el miedo que se cernía sobre la chica. En alguna parte de El Cairo, había perdido uno de sus tenis, y el otro, seguro estaba en alguna de las playas de Miami en esos momentos. Sus párpados no querían cerrarse, pero el agotamiento la estaba venciendo.

—¿Qué es lo que quieres conmigo? —le gritó.

—Ya te lo he dicho más de una vez —respondió Ben, dándose la vuelta—. Tú eres mi acceso al Triángulo. 

—¿Y para qué demonios quieres volver? ¡Te exiliaron! ¡No puedes regresar! 

—Espera y verás cómo puedo romper las reglas sin que me afecte. Me espera un glorioso futuro.

—¿Te espera?

—¿Qué? —se rió Ben—. ¿Acaso creías que te llevaría conmigo? En cuanto comience la tormenta, te romperé el cuello.

La chica comenzó a preocuparse de verdad y poco a poco fueron saliendo lágrimas de sus ojos. ¿Iba a morir? ¿Aquél hombre que la había interceptado en el aeropuerto en serio sería capaz de matarla? ¿Cómo un anciano podía hacer esas cosas? Controlar un crucero por sí solo, cambiar de forma, incluso detener balas… ¿Dónde estarían sus amigos? 

—Oh, no llores, cariño —Ben ya estaba frente a ella y comenzó a limpiarle las lágrimas.

—¡No me toques, desgraciado!

—¡Oh! Se pone ruda la mujer —sonrió Ben haciéndose un poco para atrás—. Igual que tus amigos. Lástima que no los volverás a ver.

—¿Qué les hiciste?

—¿Yo? —se bufó Ben—. Nada. Serán los cargos federales y las leyes gubernamentales las que terminen con ellos. Unos quince años, por lo menos, encerrados. Cuando su condena comience, las dimensiones ya estarán bajo mi poder. Al llegar a la Isla, todo cambiará, Dianne, Te lo aseguro.

—¿Qué piensas hacer al llegar allá? —le escupió la chica.

—Recuperaré mi cuerpo —terció Ben—. Un cuerpo fuerte, poderoso. No los harapos de un anciano. 

Dianne lloró otra vez. Aquél hombre que le había tocado el corazón en el aeropuerto, aquél que se parecía a su abuelo, había desaparecido. Quizás jamás había existido. 

—Ahora… —Ben comenzó a caminar hacía uno de los corredores que daban a la cubierta más grande del American Sea—, antes de ver el fin del mundo, me gustaría ver esta joya desde todos sus aspectos. Me atrevo a decir que el “Baptidzo” era más lujoso, pero sólo mis ojos podrán determinarlo.

 

 

James se levantó de su asiento con rapidez y llegó a la cabina de control, donde Han y Max discutían acerca de lo que tenían en manos. Llevaban tan sólo dos minutos en el aire, y parecía que se iban a estrellar en cualquier momento.

—¿Qué sucede? —preguntó en voz alta.

—Parece que no tenemos el suficiente combustible —indicó Han señalando el tablero que tenía en frente. Como James no sabía nada de aviación, trató de asentir con la cabeza, fingiendo que entendía algo de lo que Han le explicaba—. No podemos conseguir la suficiente altura para avanzar con firmeza. Y Max no me ayuda mucho que digamos. 

—¡Yo sólo soy el copiloto! —se defendió Max.

—¡Esto no se parece en nada a lo que aprendí a pilotear! 

—¿Puedes mantenernos en el aire? —volvió a preguntar James—, sólo el tiempo necesario para darle alcance al crucero. 

—Lo intentaré. 

James salió de la cabina de control y fue directamente hacia su asiento. Como era un jet de nivel lujoso, había algunas mesas y sillones de piel a lo largo del corredor. Cooper y Miranda, sentados en la primera fila, mantenían sus vistas nerviosas en el suelo o en la ventanilla. Traían puestos su cinturón y respiraban apresuradamente.




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