Pasajeros

Capítulo 5

Lo primero que hizo Scott al subir al avión fue cruzar los dedos para que su asiento tuviera ventanilla. Pensándolo de un modo lógico, menos del cuarenta por ciento de los pasajeros tendría una. 

—Asiento quince, fila g, asiento quince, fila g… —musitaba mientras avanzaba por el pasillo entre los asientos—. Aquí está. 

Sus ilusiones de poder tener una ventanilla los siete días del viaje (en caso de que no bajara en ningún aeropuerto para comenzar una nueva aventura) se deshizo ante su mirada. Su asiento estaba en medio de una hilera de tres, donde el de la ventanilla ya estaba ocupado. Una chica joven, como de veinticinco años, con el cabello ondulado de color negro cayendo por sus hombros. 

—Hola —murmuró Scott un poco tímido. 

La chica alzó la mirada, un poco distraída, y sonrió a su saludo.

—Me llamó Scott —se presentó—. Creo que seré tu vecino durante algunos días. 

—Me llamo Dianne —respondió ella—, mucho gusto.

—Te ves un poco nerviosa —dijo Scott mientras subía la mochila al porta equipajes. Luego pasó frente a la chica y se sentó a su lado.

Los asientos eran magníficos, muy cómodos y había suficiente espacio para estirar las piernas y los brazos sin problema alguno. 

—Es lo que me dicen todos —dijo Dianne.

—¿Se debe a algo que ponga en peligro mi vida? —inquirió Scott. 

—Para nada.

—Es algo tonto, ¿no crees? —dijo Scott—. De todos los vuelos comerciales que hay en el mundo, sólo han desaparecido dos en el último par de años. Igual con los barcos. ¿Por qué la gente tiene tanto miedo?

—¿Te denominas alguien con valor? —preguntó Dianne.

—¡No! Soy demasiado miedoso, créeme, pero… sólo mira cuántos están subiendo al avión. La gente es realista, no va a ocurrir nada.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Parece como si no quisieras estar aquí —le sonrió Scott—; mira, he hecho muchos cálculos, y no soy un hombre de matemáticas. El total de las desapariciones que tiene en temor al mundo entero no es ni el uno por ciento de todos los vuelos comerciales y viajes en barco que hay alrededor del planeta. ¡Es imposible que vuelva a ocurrir, y si ocurre, dudo mucho que nosotros tengamos tanta suerte! 

Dianne rió por lo bajo.

—Eres muy simpático, y optimista.

—Me gusta ver la vida como una oportunidad para crecer como persona —Scott le devolvió la sonrisa. 

Traía una camisa de cuadros azules, y su cabello castaño claro estaba un poco alborotado. Se había rasurado algunos días atrás, pero la barba parecía comenzar una rebelión en contra de su amo y era poco notoria, desde la barbilla hasta las orejas. Usaba unos lentes cuadrados de la marca Ray ban. 

—Bueno, Scott, es bueno que pienses así —comentó Dianne—, nuestro vecino del pasillo piensa casi de la mejor manera. 

—¿Ah, sí?

Un hombre de edad avanzada apareció de repente, tomando asiento a la derecha de Dianne. 

—¿Están hablando de mi caída en el aeropuerto? —se rió.

—¡No! —Dianne rió. ¿Serían parientes?—. Él es Scott. Scott, él es Ben.

—Mucho gusto.

—¡Encantado!

—¿Qué te trae al Atlantic 316, Scott? Sé que tienes un boleto entre millones —dijo Ben, muy entusiasmado—, pero… ¿qué te convenció de venir?

—Pues verá…

—¡Háblame de tú, no soy una celebridad! 

—Bueno, pues… quiero conocer el mundo. Creo que esa es la motivación que convenció a todos de venir en este viaje.

—En efecto, en efecto.

—Y he hablado con mucha gente en el aeropuerto, creo que todos quisieran bajar en Madrid y conocer la ciudad. 

Dianne miró a Ben. Quizás era un tema que habían estado platicando antes de que Scott llegara y que aún no habían tenido la oportunidad de concluir. ¿Qué tenía Madrid que Paris no tuviera? ¿O Japón? También tendrían una parada en China… ¿les interesaría?

—Quizás Rusia —dijo Scott—, soy fan de los climas fríos y jamás he visto nieve.

—Prepárate —le dijo Ben—, porque será una experiencia única. Aunque… he de decir que la primera vez que estás en la nieve, se te congelan hasta las…

—¿Por qué Madrid no? —le preguntó Dianne.

—No me gusta mucho seguir a las corrientes —se explicó Scott—; seguir la moda, leer un libro porque es demasiado popular, o ver una película por que todos la recomiendan. No, quiero hacer mi propio camino. Si alguien está dispuesto a seguirlo, adelante. Leí por ahí que… si sigues la corriente, eres un pez muerto.

—Señores pasajeros, iniciamos medidas de seguridad —sonó una voz por los altavoces.




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