Pasajeros

Capítulo 6

James ya había sentido en muchas ocasiones la sensación de despertar debido al exceso de luz que lo golpeaba en la cara, ya fuera en su departamento, en la oficina, cuando estaba de vacaciones, o cuando viajaba en algún autobús o avión. Esa sensación se estaba repitiendo en esos instantes, sólo que… aquella luz era demasiado radiante, luminosa, brillante. En cuanto se dio cuenta de que estaba consciente de la situación, alargó su brazo para taparse el rostro y cerrar los ojos con fuerza. 

¿Por qué no recordaba dónde estaba? ¿Por qué había tanto ruido a su alrededor? ¿Aquella radiante luz no molestaba a los demás? 

El sonido del océano llamó su atención. James estaba cerca del mar, pero… ¿del mar? ¿Qué no…?

—¡Por fin despertaste! —dijo una voz de mujer. 

James abrió los ojos poco a poco, para irse acostumbrando a la luz tan radiante que lo molestaba, y descubrió una hermosa playa frente a él. Había muchas personas jugando, corriendo y lanzándose agua. Unos niños se pasaban una pelota de hule que volaba por los cielos justo en el momento en el que una pequeña ola los golpeaba, obligándolos a caer sobre la arena, riéndose de la situación. 

Él estaba acostado sobre una toalla verde, encima de la áspera arena, y una sombrilla de varios colores se había movido unos cuántos metros, dejándolo a él completamente vulnerable ante los radiantes rayos del sol. A su lado apareció una chica joven, con un bikini azul bajo una playera blanca. Su cabello rubio caía por sus hombros y podía verse un tatuaje de un ancla en uno de sus brazos. En cuanto se arrodilló al lado de James, se quitó el sombrero rosa que cubría el resto de su melena, y sus ojos azules miraron directamente al hombre que, segundos antes, había estado dormido.

—Ya no puedo irme ni treinta minutos por un par de margaritas, porque te quedas dormido.

—¿Es una broma? —se rió James—. ¡Vamos, Hellen, dame un respiro! ¿Nunca te das despertado sin saber dónde estás, qué día es, quién eres?

—Casi todos los días.

—Bueno, así me siento.

—¿Tan cansado te tiene España? —inquirió ella—, sólo llevas unos días aquí.

—Bueno… si conocieras a Cooper, sabrías que no hemos detenido nuestro trabajo desde que llegamos. Además, ni dormí tanto. Soñé algo extraño.

—¿Qué soñaste?

—Que una chica llamada Nicole me mandaba saludos… ¿Quién rayos es Nicole?

—¿No será la chica con la que me engañas?

—Helen… —James volvió a sonreír—, te conocí en el aeropuerto de Madrid hace cuatro días. No he podido ni engañarte conmigo mismo. 

Ambos rieron durante unos segundos. Se quedaron recostados unos minutos más, mirando el cielo azul mientras ambos tomaban de las margaritas que ella había llevado. Todo marchaba tan perfecto…

James recordaba muy bien el día que la conoció. La turbulencia que había sufrido el avión durante el trayecto fue el único susto que experimentaron a lo largo del viaje, o al menos eso supo él en el momento que bajó en el aeropuerto de Madrid. Inmediatamente después del susto, la energía interna del avión regresó a la normalidad, el capitán dio un mensaje de diez minutos para intentar calmar a todos, y las azafatas tuvieron trabajo extra, llevando tés relajantes a la gran mayoría, mientras que otro grupo se encargaba de la limpieza por todo el desorden que las turbulencias habían causado. 

Ante la situación, James pensó que varios pasajeros, no todos, bajarían en el primer aeropuerto, que sería Madrid. Para su asombro, sólo bajaron poco menos de treinta personas. El siguiente viaje sería hasta París, donde el Atlantic 316 descansaría un total de 24 horas. Luego irían directo a Egipto, después a India, China, Rusia, Japón, Australia, Chile, México, y finalmente, suelo americano. 

El viaje soñado de toda persona que amara viajar. 

Por ahora, España le estaba sentando bien a James. Estaba en un hotel magnífico, junto con su mejor amigo, Cooper. Desde que conoció a Hellen, casi por accidente, en el aeropuerto al chocar con ella, descubrió que también había estado abordo del avión más grande de la historia. Venía de Inglaterra, y aunque viajar desde Europa hasta América, para desperdiciar un vuelo tan lujoso como aquél y quedarse en España sonaba a una tontería, ella estaba convencida de que había valido la pena. 

—Siento que el día de volver se aproxima —dijo ella, una hora después, mientras intentaban construir un castillo de arena—, ¡esto es cosa de niños!

—Tengo el permiso suficiente para estar, por lo menos, un mes fuera de la oficina. Además, tanto Coop como yo estamos cumpliendo con nuestra labor acá en el viejo continente. No creo que eso vaya a restarnos puntos al volver a casa.

Hellen rió. Eso era algo que le estaba comenzando a gustar mucho a James acerca de ella. Su risa era perfecta. 




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