Pasajeros

Capítulo 9

Sin duda alguna, las últimas horas habían sido demasiado extrañas para James. El hecho de haber vivido los peores tres minutos de su vida, a bordo del avión más lujoso y prometedor del mundo, imaginando que aquél podría ser el fin de su vida no se comparaba con los pensamientos y teorías que comenzaba a construir en el interior de su mente. 

En cuanto salieron del hotel, Cooper sugirió llegar al club nocturno a pie. James no se molestó en decirle que no. Aquello le daría más tiempo para pensar las cosas y ver el modo de explicarle a Hellen toda aquella locura. Quizás sólo era eso. Una locura y ya.

La ciudad de Santa Cruz de Tenerife era una joya de noche, tal y como lo hubiera descrito Cooper. En cuanto se vistieron de un modo algo elegante, los dos bajaron al lobby del hotel, salieron por la puerta principal y comenzaron a caminar a lo largo de la avenida Rambla de Santa Cruz. Cooper llevaba unos pantalones azules oscuros y un saco que le quedaba demasiado ajustado. James, en cambio, llevaba su saco negro, bastante modesto, y unos jeans claros. Dudaba mucho que aquella noche tendría la oportunidad de bailar con Hellen. Necesitaban platicar acerca del misterioso tema. 

—Viejo, aún me preocupa —musitó Cooper.

—¿Hablas de…? 

—¿Qué?

—¿La Pirám…?

—¡No! —se rió Cooper—. ¡No, olvida eso! Ibamos al club a distraernos, ¿no? ¡Hablo del viaje hasta acá!

—¿Te molesta haber gastado unos cuántos euros en…?

—¡No los pagaste tú! ¡Ni yo! —soltó Cooper—. Usamos fondos que no debíamos usar en este tipo de cosas.

—Te preocupas demasiado, Coop —dijo James—. Verás que es un buen ingreso. ¡Estamos en las Islas Canarias, a tan sólo mil setecientos kilómetros de España! Bueno, Madrid… ¿qué podría salir mal? 

James estaba en lo correcto. La Isla de Santa Cruz de Tenerife pertenecía a las Islas Canarias, y se encontraban a 1757 kilómetros de la capital española. 

Unos días atrás, después del repentino encuentro entre James y Hellen, ambos decidieron buscar nuevos destinos para aventurarse en aquel viaje. Como Cooper iría a donde fuera que su amigo se dirigiera, decidió seguirlo. No tardaron más de dos horas en decidir el lugar. Las Islas Canarias eran una buena apuesta por parte de los viajeros jóvenes, y aunque ni James ni Cooper entraban en el rango de edad, los dos acordaron tal destino. Ahí podrían trabajar un poco, enfocarse en los adultos jóvenes que viajaban a la isla, vender parte de su negocio, y al mismo tiempo disfrutar de unas fabulosas vacaciones. En cuanto el destino quedó definido, James compró tres boletos en un lujoso yate que partiría al día siguiente con rumbo a la Isla de Santa Cruz de Tenerife. 

El club nocturno al que se dirigían se llamaba la Discoteca A Saudade, ubicado a casi tres kilómetros de distancia. 

Mientras se aproximaban hacía él, la cabeza de James aún daba vueltas. No sabía cómo decirle todo ello a Hellen. ¿Sería posible que ella no hubiera visto aquél triángulo? ¿Cómo lo sabría sin preguntárselo? El único contacto con otros Pasajeros que había sostenido en los días anteriores había sido con Cooper, su compañero de cuarto en el hotel, y con Hellen, la chica que conoció casi por accidente en el aeropuerto. Nadie más. No podía comprobarlo con nadie más, y aunque Coop dijera que un coreano llamado Han confirmara lo que ambos vieron durante aquellos tres minutos, nada le garantizaba que Hellen también había sido testigo de aquella extraña anomalía. 

—Vaya, está más bonito que en las fotos de Google —dijo Cooper en cuanto llegaron.

 

 

El reloj apenas marcaba las once de la noche cuando James dio un trago al martini que se había pedido. Frente a él, Hellen le sonreía. Ambos estaban sentados en una sección de la discoteca muy llamativa. Cerca de ellos estaba el escenario, donde una banda principiante tocaba temas populares del momento. Al lado de ellos, una barra los separaba de una sección donde varios viajeros orientales reían a grandes carcajadas de, seguramente, un chiste que habían contado. 

—No veo a Coop por ningún lado —dijo Hellen, intentando alzar la voz.

—Estaba muy preocupado —respondió James—, y lo invité para que se distrajera un poco. Además… ¿qué es mejor que la música en español?

—¿Acaso eso es música?

—No seas tan grosera —se rió James mientras daba otro sorbo. 

Llevaban poco tiempo ahí, y los dos ya habían compartido algunas experiencias del pasado, un par de tragos y risas por montones. La noche iba tan perfecta, y por un momento James olvidó casi por completo que el verdadero propósito de estar ahí esa noche tenía que ver con los conflictos de su mente por encontrar una solución, o una respuesta, a los misterios que rondaban con los Pasajeros del Atlantic 316. 

—James… —murmuró Hellen.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.