Pasajeros

Capítulo 10

—¿Eres alguien que colecciona figuras geométricas o algo así? —preguntó la mujer.

James no sonrió. ¿Cómo podía bromear alguien con algo tan importante cómo aquello? Acaso… ¿era importante? 

—Yo… —¿cómo explicarle la situación? ¿Cómo explicarle que días atrás había estado presente en uno de los momentos más extraños de su vida? ¿Cómo decirle a aquella completa extraña que el dibujo que tenía en su mano era un reflejo de lo que había visto durante las turbulencias? ¿O acaso ella también lo había visto? ¿Era un Pasajero del Atlantic 316? Debía de tener una explicación.

—Tú…

—¿De dónde obtuviste eso? —insistió.

Esperaba una respuesta eficaz. Algo que pudiera tranquilizarlo. ¿Qué tal si aquella mujer daba clases de geometría en alguna escuela cercana, y que aquella noche se había dado el tiempo para pasar por un trago y divertirse? Claro, eso debía ser, aunque… ¿qué clase de maestro llevaba un trabajo a un club nocturno? 

—¿Es importante para ti? —preguntó la mujer.

—Está bien —James sostuvo en alto la copa que recién había dejado el cantinero y le dio un trago—. Estuve a bordo del Atlantic 315, el famoso proyecto donde, supuestamente, iban a viajar los más afortunados del planeta. Durante el trayecto hubo turbulencias y desaparecimos de la Tierra durante tres minutos. ¡Tres minutos! Desde entonces he visto esa figura… ¡Un maldito triángulo persiguiéndome! Por favor dime que estoy loco y que no tiene nada que ver con eso.

Era demasiado incómodo el momento. La música de fondo no ayudaba en nada; Cooper podría estar en cualquier lugar de la discoteca, tirado sin conocimiento, o bailando con alguna española que rondaba por ahí; Hellen parecía molesta con él por haber tocado un tema demasiado complicado. ¿Qué faltaba? ¿Qué todos sus temores fueran realidad y aquél triángulo tuviera más relevancia de lo que en verdad imaginaba?

—¿Estás hablando en serio? —inquirió la mujer.

—Daría otro par de tragos para convencerme a mí mismo de ello —repuso James, aún sacudiendo la cabeza con firmeza.

La mujer bajó la hoja y la colocó nuevamente sobre la superficie de la barra. Por unos momentos parecía que no diría más e ignoraría todo lo que James podía decirle. En lugar de eso, se levantó, guardó el dibujo en su chaqueta, y tomó a James de la mano para dirigirse hacía el otro lado de la discoteca.

—¿Qué…?

—Tenemos que irnos. 

—¿Qué dices?

—Tenemos que irnos ya mismo.

Pasaron por en medio del escenario y enseguida se dirigieron a la entrada del club nocturno. Mientras miles de preguntas comenzaban a aparecer en su mente, James dirigió una rápida mirada a su mesa. Hellen había desaparecido.

—¿Por qué tenemos que irnos? —masculló James, soltando su mano de la mujer—. ¿Hay algo importante que tengas que decirme?

—Aquí no podemos hablar de eso.

—¿Por qué no?

—¡Por qué…! 

—Disculpe, señorita —una persona de traje, con el cabello peinado y muy corto, con un audífono en el oído que desaparecía bajo el saco apareció de la nada. Miraba a la mujer y a James con cierta curiosidad—. Usted está haciendo demasiado ruido.

—¿Qué?

—Usted y su acompañante están haciendo demasiado ruido —repitió el hombre.

—¡ESTAMOS EN UNA DISCOTECA! —exclamó la mujer—, ¿o acaso no oye la música? ¿A aquellos hombres riéndose?

James miró al hombre con más atención. La mujer tenía razón, no estaban peleando, ni alzando la voz para molestar a los demás. No, todo lo contrario. El tono de los dos era de un volumen promedio, y la música de la banda era mucho más alta y ruidosa. ¿Quién era aquél sujeto?

—¡Vamos, nena! —Cooper caminaba con cierto ritmo, con dos copas llenas de brandy en ambas manos—, ¡suelta tu pelo, mírame a los ojos y recuerda que nadie nunca te amará como yo! 

—¿Coop?

—¡James! —gritó Cooper alzando las copas—. ¡Esa canción está muy buena! ¡Sólo me tomó quince minutos aprendérmela! 

Casi sin querer, Cooper resbaló y ambas copas cayeron encima del hombre de traje. 

—¡Ups! —soltó Cooper—, perdón. No vi al escalón que había ahí.

—Cooper —lo calló James—, es uno de seguridad.

—¡En ese caso, perdone usted a la Reina! 

Era imposible hacer entrar en razón a Cooper. Estaba demasiado tomado.

—¿Usted es Cooper? —inquirió el agente, sin darle importancia al líquido que ahora manchaba su saco—. ¿Cooper McNaugh?




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