Pasajeros

Capítulo 12

Era el billete más extraño que Scott había visto en su vida. Era casi idéntico a un dólar americano, la diferencia era su pirámide… el Ojo había desaparecido, pero todo lo demás parecía mantenerse intacto. ¿Quién sería capaz de hacer tal manipulación de un papel? Lo había dejado en perfecto estado, como si fuese auténtico. 

En cuanto lo tomó del suelo, sufrió un trance.

Estaba nuevamente en el avión más lujoso del mundo. Después de pasar por Madrid, algunos Pasajeros tuvieron la oportunidad de ir a las salas interactivas, las consolas de videojuegos e incluso la barra de bebidas. Pero Scott decidió quedarse con Ben. Aún sentía el miedo de que ocurriera algo y estuvieran en problemas otra vez. En esta ocasión era diferente. El billete con la Pirámide mirándolo aún estaba en su mente, molestándolo una y otra vez, como si aquella extraña figura geométrica tuviera vida y estuviera buscando entablar un contacto con él. 

Cosas de locos.

Regresó a Paris de un segundo a otro. Su teléfono se había apagado repentinamente, y ahora estaba completamente solo en la Avenida. En su mano, un poco arrugado, estaba el misterioso billete que, sin duda alguna, era el mismo que había estado mirándolo durante los tres minutos de turbulencias, unos cuantos días atrás. 

Entonces el viento comenzó a soplar. La Avenida estaba completamente desierta… las personas que minutos antes habían pasado cerca de Scott caminando ya no se encontraban; incluso, los pasos que el hombre daba resonaban en el eco de la soledad. Estaba completamente solo. A su alrededor no había más que oscuridad, la inmensa y monumental Torre Eiffel, y un millón de dudas cruzándose entre sus pensamientos. Alguien había dejado el billete ahí… ¿con qué propósito? ¿Sería que lo estaban observando?

Scott giró sobre sus talones y comenzó a buscar a alguien con la mirada. A quién fuera. ¿Un chistoso bromista o alguien que buscaba asustarlo? ¡No importaba! Necesitaba asegurarse que no estaba volviéndose loco. Miró el celular otra vez y apretó el botón de encendido, esperando que éste prendiera. 

Seguía sin funcionar. Lo más extraño era que no aparecía el ícono de batería baja. No era su pila lo que estaba fallando en esos instantes… ¿qué estaba ocurriendo? 

Entonces las luces de toda la Avenida se apagaron. La Torre Eiffel, en su completa magnificencia, cayó en completa oscuridad, y algunos murmullos de su torre se escucharon hasta donde Scott estaba. Conocía, sabía que había un restaurante muy lujoso en su punta, por lo que los comensales debían de estar armando una revuelta en esos momentos. 

El miedo comenzó a correr por sus venas. 

—¿Qué demonios? —musitó.

Giró nuevamente sobre sí mismo y volvió a dirigir su mirada hacía algo. Cualquier cosa. Pero no había nada, ni nadie; estaba completamente solo. 

Solo.

Afortunadamente, el apagón sólo había ocurrido en la zona de la Torre Eiffel. Media hora más tarde, Scott entró al lobby de su hotel, y todo parecía estar en orden. A pesar de ser ya de madrugada, muchos asistentes estaban más activos que nunca, llevando maletas de un lugar a otro. Una pareja canadiense había llegado y discutían a grandes voces acerca de un problema que estaba ocurriendo con respecto a la habitación que habían pedido. En cuanto Scott pasó por detrás de ellos, se perdió en el pasillo, tomó el elevador y se encerró en su habitación. 

Ya dentro, miró por la ventana. La calle estaba desierta en su completa totalidad. ¿Acaso esperaba ver a alguien que lo estuviera siguiendo? ¿Esperaba ver a aquél que dejó el billete cerca de él? 

Se concentró en esa última pregunta, que no sólo le quitaba la paz, sino que también lo mantenía en completa duda. ¿En serio un billete estaba siendo causante de su preocupación? Tratándolo como si fuera un diamante, Scott dejó el papel arrugado encima de su mesa de noche, debajo de su vaso de agua. Antes de apagar las luces, conectó su teléfono, esperando que unas cuantas horas fueran suficientes para regresarlo a la vida. Después de eso, aún con todas esas preguntas en la cabeza, Scott se quedó dormido.

 

 

El sol ya estaba en su punto más alto cuando Scott despertó. Su habitación estaba completamente alumbrada, y accidentalmente, había tirado algunas almohadas de la cama. 

En el itinerario de ese día, iría a Galeries Lafayette para poder ver la ciudad desde uno de sus mejores puntos, completamente gratis por supuesto; dar un paseo por el Río Sena por la tarde, y si tenía suerte, cenaría en algún restaurante cercano al hotel. 

Scott se levantó lentamente, aún tallando sus ojos debido al cansancio, y tomó su vaso para tomar agua. En cuanto lo dejó, le dio un vuelco al corazón. El billete había desaparecido. 

—¿Qué…?




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