—Mi teléfono está mal —murmuró Scott.
—¿Qué? —Max no le tomó tanta importancia.
—La fecha… tiene ochocientos años de retraso…
—Actualízalo.
Era la opción más viable, lógica y simple que tenía. Sin embargo, al acceder a las opciones que tenía su smartphone, e intentar cambiar la fecha y la zona horaria, ya que por error también le marcaba otra hora a la que tenía su reloj, la pantalla marcaba que era imposible realizar dichos cambios.
—Dijiste que eras hacker, ¿no? —murmuró Scott.
—Esto… sí.
—¿Crees que puedas… resolver esto? —Scott desconectó el celular y se lo tendió a Max. Él lo tomó con mucho gusto.
Durante unos segundos, el muchacho guardó silencio mientras se aventuraba en las sonoras teclas virtuales y táctiles del smartphone de su nuevo amigo. De vez en cuando hacía muecas de frustración, que iban seguidas por un quejido que Scott pasaba por alto.
Finalmente, cedió.
—Parece no tener modo de restaurar la fecha —dijo Max—; es cómo si… no sé, fuera algo de fábrica. ¿Estás seguro que no es la marca del teléfono?
—Nunca me había dado problemas —respondió Scott—. En fin. ¿Qué has conseguido tú? ¿Has buscado algo o…?
—Tomando en cuanto los últimos datos que tiene esta lista, parece que… han encontrado a todos los Pasajeros en sus puntos de desembarque. El viaje culmina hoy. Los siete días del Atlantic Tres Dieciséis concluyen hoy, en Fort Lauderdale.
—¿Y no hubo más incidentes?
—Nada que reportar en su bitácora.
—Qué extraño… ¿Qué es…?
—Mira esto —lo invitó Max a acercarse y ver la pantalla de su laptop—. Esto lo baje hoy en la mañana, antes de venir para acá.
En la pantalla había un reporte. Un procesador de texto tamaño carta lleno de pies a cabeza con datos que Scott no comprendía.
—¿Qué es?
—Un tal… Rockwood mandó este texto a Washington hace dos días. ¿Quieres leerlo o lo hago yo en voz alta?
—Yo lo leeré —musitó Scott.
La nota decía lo siguiente:
Llegamos al mediodía al aeropuerto, veinticuatro horas después de que el Atlantic Tres Dieciséis aterrizara. Bajaron varios Pasajeros, al parecer. Estamos enviando sondas de datos a los aeropuertos de París, Berlín, incluso hasta Roma para verificar quiénes de los doscientos afortunados se encuentran en estos momentos en Europa. Es imposible no rastrearlos. Con base a sus pasaportes, tarjetas de crédito o VISA, podremos ubicarlos en cualquier rincón del planeta; el verdadero problema radica en nuestro personal. No podremos mandar a Grecia o a Turquía, en caso de que haya Pasajeros en aquellos lugares. ¿A quién demonios se le ocurrió la idea de que fueran tantos Pasajeros? ¿Por qué no cincuenta y ya? En fin, sé de antemano que cada uno de ellos son fuente valiosa para nosotros, para ustedes. Intentaremos seguir el rastro de uno a uno, sin importar donde se encuentren.
Me preocupan los que han de bajar en lugares menos monótonos. En estos instantes tendremos respuesta desde Francia, pero tendremos que esperar una semana, por lo visto, para saber en qué países están nuestros queridos objetivos.
Debido a la noticia que recibimos desde Fort Lauderdale, recibida desde Madrid, nos retrasamos bastante tiempo. De haber sabido antes, tendríamos personal en todo el globo. Espero que estos retrasos no sean fundamentales a la hora de tener respuesta.
Sin más que agregar por el momento.
—Grandioso, ¿no? —murmuró Max.
—Entonces sí están de nosotros…
—De nosotros y de ciento noventa y ocho más… lo que aún no me queda claro es el por qué. He revisado más reportes como éste, no están bien encriptados y son pan comido para encontrar , ninguno de ellos habla del por qué nos quieren. No da detalles profundos… ese tal Blackwood sabe cuidar sus palabras —dijo Max—, términos de hacker, perdón.
—¿No hay nada que pueda ayudarnos?
—Absolutamente nada —respondió Max—. Hay unas cuantas tarjetas de algunos Pasajeros. Reportes pequeños, minúsculos, de la mayoría. Aún no encuentran a unos ocho que bajaron en China el día de ayer. En fin…
—Siguen buscando —Scott se rascó la barbilla.
—En efecto.
Pero, ¿qué era lo que querían? ¿Qué podían ofrecer doscientas personas?
—Todo esto tiene que ver con lo que vimos, ¿no es cierto? —inquirió Scott, aún mirando la pantalla de la computadora—. Ese triángulo.
—Quizás —murmuró Max—. Deberíamos hacer algo. No quedarnos con los brazos cruzados.
El celular de Max, que también estaba sobre el escritorio, comenzó a vibrar. El muchacho lo tomó con delicadeza, abrió la notificación y al mismo tiempo, cerró el reporte en la computadora y comenzó a ingresar letras y números en una especie de buscador online que Scott jamás había visto en su vida.
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triangulo de las bermudas, misterio y aventura, viajes entre tiempos y dimensiones
Editado: 27.03.2019