Había pasado casi una semana desde que le cambiamos el color de piel a Marcus y en ese tiempo no habíamos sabido nada de él. Aquel lunes empezó como todo los días: me levanté, me duché, caminé con Kira hasta el comedor, desayunamos juntas, y fue de camino a mi primera clase cuando me di cuenta de que algo iba mal. La gente me miraba descaradamente, e incluso algunos me señalaban burlones al pasar. Lo primero que hice fue comprobar mi pantalón y mi camisa, asegurándome de que todo estuviera en su sitio. Pero por más que miraba no encontraba ningún motivo en mi vestimenta que incitara a la gente a señalarme con el dedo o sonreír como lo hacían. Me sentía verdaderamente incómoda, y no saber el motivo por el que hoy parecía ser el centro de atención me estaba matando. Estaba alcanzando la puerta de mi pabellón cuando un chico bajito y con aspecto de predicador evangelista se acercó a mi.
—¡Oh, eres tú! —dijo con sorpresa.
—Perdona, ¿te conozco? —pregunté algo confundida.
—¡Oh! Perdóname. Soy Donad Grant, de las Juventudes Cristianas en Favor de Mantener Nuestra Virginidad hasta Después del Matrimonio. Nuestro eslogan es: “Yo escogí esperar”. Solo quería felicitarte por tu valentía declarando ese problema tan íntimo. Eres un ejemplo a seguir y por eso me gustaría que vinieras a dar una charla a nuestro grupo de apoyo. Pensé que podría ser una buena manera de que nuestros jóvenes reafirmen sus votos de abstinencia.
—Perdona Donad, pero no entiendo de qué me estás hablando.
—Tú eres la chica del cártel, eres Lia Travis, ¿no? —preguntó con extrañeza.
—Sí, yo soy Lia Travis, pero no tengo ni idea de qué cartel me estás hablando —dije algo más irritada porque realmente no estaba entendiendo nada.
—Pues de todos los carteles que hay colgados en el campus. Tu cara está en cada farola, papelera, aseo, e incluso en los tablones de anuncios de todo los pabellones de la universidad. Entiendo que hablar de esto en persona debe de ser más duro que simplemente escribirlo en un cartel, pero ya sabes que tienes todo mi apoyo y el de mi comunidad.
No quise seguir escuchando. Salí corriendo, buscando la papelera o farola más próxima. Y, efectivamente, en la primera que encontré pude comprobar de qué estaba hablando el puñetero Donad. Todas las farolas, papeleras, bancos e incluso árboles estaban empapelados con carteles tamaño folio con mi cara impresa en el centro. Y un titular de letras grandes clamaba: “Soy Lia Travis y tengo herpes genital. Di NO a las enfermedades de transmisión sexual.” De mi boca salió un furioso sonido de frustración. Arranqué los carteles con mis manos, imaginando que de la cabeza de Marcus se trataba, intentando sacar toda la ira que sentía en ese momento.
Cuando ya había destruido prácticamente todos los carteles de la farola, levanté la vista y me encontré con un círculo de gente a mi alrededor compartiendo secretos, soltando risitas, señalándome, y haciendo comentarios que preferiría no haber escuchado. Salí corriendo de allí, tropezando en mi carrera con quien se cruzaba en mi camino. Odiaba sentir cómo las lágrimas corrían por mi rostro.
Cuando me sentí alejada de la muchedumbre aminoré mi marcha y comencé a caminar sin rumbo, sin poder parar de pensar en toda esa gente señalándome, riéndose, humillándome. Paré en seco. Me encontraba en frente de la calle principal de campus y observé a mi alrededor, analizando cuáles eran mis opciones y cuál sería el mejor lugar para refugiarme hasta que la tormenta pasara. Mi residencia quedaba demasiado lejos, así que pensé en la biblioteca. El imponente edificio se alzaba sobre mi a solo unos cuantos metros y el camino estaba despejado. Solamente había una persona parada en las escaleras. Su pose arrogante me resultó familiar. Enfoqué la vista y reconocí al instigador de mis desgracias, parado allí, contemplándome. No se movió, pero pude ver cómo levantaba la mano y, sacando el dedo corazón se lo llevó a sus labios, lo besó, y, con una sonrisa, perversa volvió a enseñármelo. Sonreí, apretando mis dientes y haciendo que estos chirriaran llenos de rabia. Imité su gesto con chulería y giré por donde había venido, aligerando mi paso y buscando un lugar en el que encontrar un poco de paz para poder calmar el torbellino de emociones que sentía en ese momento. Mi móvil sonó haciendo que me sobresaltara. Lo agarré con fuerza a la vez que miraba el nombre del contacto.
—Dime Kira —solté dejando ver mi irritación.
—Vaya, veo que te has enterado.
—Sí, ha sido horrible. Todo lo que quiero ahora mismo es esconderme en el agujero más profundo y no salir en una larga temporada.
—De eso nada Lia, si haces eso él gana. No puedes esconderte; tienes que demostrarle que esto no te afecta. Así que sal ahí y haz como si todo te resbalara.
—Yo... bueno, lo intentaré —dije gimoteado.
—No Lia, no lo vas a intentar, ¡lo vas a hacer!. Mira, me he escaqueado un momento de clase para llamarte, así que tengo que cortar ya. ¿Qué te parece si hoy comemos en el comedor de la residencia?
—De acuerdo, creo que eso será lo mejor. Nos vemos allí a la hora de comer —dije algo más calmada.
—Vamos a hacer que ese mal nacido se arrepienta de haberse metido con nosotras. Idearemos un plan para vengarnos de ese idiota de Marcus. Esta nos la vamos a cobrar.
—Sí, llevas razón. Él solo está buscando ponerme entre las cuerdas y no le voy a dar esa satisfacción. Gracias Kira por ayudarme, ya me siento mucho mejor.