Pase Lo Que Pase

CAPÍTULO 10

Las amenazas de Marcus estaban empezando a pasarme factura. Me negaba a tener que soportar otra de sus humillaciones, y para eso debía estar constantemente en guardia. Dormía poco, comía menos, y mis nervios estaban a flor de piel. Me sobresaltaba con una facilidad pasmosa y, para rematar, nos encontrábamos en plena época de exámenes, por lo que todos andábamos algo histéricos. Incluso Kira se había dado cuenta de que las cosas no iban bien.

—Lia, no puedes seguir así. Te estás consumiendo a ti misma. Mírate, has perdido peso, te han salido ojeras... Tienes que relajarte, no puedes seguir de esta manera.

Muy a mi pesar, tuve que darle a Kira la razón. Estaba demasiado obsesionada con el tema y necesitaba buscarle una solución. El deporte siempre me había tranquilizado, especialmente la natación. Así que decidí retomarlo, aprovechando la piscina olímpica con la que contaba el campus. Y la decisión no pudo ser más acertada. Hasta entonces no había sido consciente de cuánto echaba de menos nadar. Mi apetito mejoró considerablemente, así como las horas de sueño y, a pesar de que aún podía sentir el estrés atravesándome de arriba a abajo, me sentía mejor.

Para la primera semana de diciembre ya me encontraba totalmente inmersa en mi rutina de natación. Aquel día llegué como siempre, a última hora de la tarde. Escogí una calle vacía y comencé mi entrenamiento diario. Acabé casi sin aliento con el último ejercicio y me acerqué al borde de la piscina. Observé que era la única persona en el recinto, apoyé mis brazos doloridos sobre el borde y miré el reloj de pared: casi las ocho. Se me había hecho más tarde de lo que esperaba. Había estado casi dos horas nadando. Salí de la piscina, me encaminé hacia el vestuario, el cual se encontraba desierto, cogí mi toalla, me desnudé y me dirigí a la ducha. Dejé que el agua caliente aliviara mis doloridos músculos, que ahora gritaban por el esfuerzo al que los había sometido. Un ruido me sorprendió cuando ya casi estaba terminando. Agudicé los oídos a la vez que agarraba la toalla y la enrollaba alrededor de mi cuerpo, pero lo único que pude escuchar fue el sonido de varios grifos goteando. Me relajé de nuevo, convenciéndome a mí misma de que todo debía ser producto de mi propia paranoia. Me dirigí a mi taquilla, todavía algo recelosa y comencé a sacar mi ropa de ella.

—¡Vaya, vaya! Mira quién está aquí. Si es Lia, o mejor dicho, la chica gata...

Mi cuerpo se congeló de repente.

—¿Qué haces tú aquí? Los tíos no pueden entrar en el vestuario de chicas, ¿o es que no sabes leer? —dije con chulería, intentando ocultar lo vulnerable que me sentía teniendo únicamente una toalla que me tapara.

—Siento decepcionarte pero sí, sé leer. De hecho, mi inteligencia resulta ser más que suficiente para saber que no está permitida la entrada de chicos aquí. Otra cosa es que me importe lo que digan las normas. He venido a tomar lo que me robaste.

—Yo no tengo nada tuyo. Ya te devolví la moto, ¿o es que no recuerdas que te pasaste toda la noche pegado a ella? —dije sin pensar.

No debería haber dicho eso. Mi desenfrenada lengua había vuelto a jugármela y no me encontraba en la mejor posición para enfadarle. El gesto de Marcus se endureció, me tenía acorralada. Apreté la minúscula toalla con fuerza contra mi pecho, mientras mis ojos veían con horror cómo Marcus, con paso lento como el de una pantera, avanzaba hacia mí, y yo, como un ratón, caminaba hacia atrás por instinto, sin quitar la mirada de mi acosador.

Mi espalda chocó con el duro metal de alguna de las taquillas. La frustración se apoderó de mí, pero no dejé que mi rostro lo demostrase. Marcus se paró justo enfrente de mi, apenas a dos pasos, y me observó con detenimiento, recorriéndome de arriba abajo con una sonrisa insinuante. Yo apreté aún más la toalla y levanté el mentón. Sus manos se apoyaron a ambos lados de mi cabeza con parsimonia, dejando su cuerpo a escasos centímetros del mío. Sus ojos relucían como aguamarina, deslumbrando con un brillo especial: el brillo de la victoria.

—Siento disentir, pero te llevaste algo más y he venido a recuperarlo.

—No sé a qué refieres —dije con la voz entrecortada a la vez que apretaba la mandíbula y sujetaba con más fuerza la toalla contra mi cuerpo.

—¿De veras, gata? ¿No lo recuerdas? —preguntó, taladrándome con la mirada.

—Bueno, sea lo que sea, parece que está claro que tú me vas a iluminar. Muero de curiosidad, querido Marcus, ¿te importaría aclararme de qué se trata?.

Su cara estaba a escasos centímetros de la mía. Podía sentir su aliento en mi rostro. El corazón me bombeaba a toda prisa y la sangre corría veloz por mis venas. Los ojos de Marcus se entrecerraron y una sonrisa lobuna salió de su boca, mientras acercaba su cara hacia mi cuello y olía mi piel, haciendo que ésta se erizara. Pude sentir su respiración sobre mi yugular. Contuve el aliento y cerré los ojos mientras mi mente me gritaba que le diera una patada en la entrepierna y saliera corriendo. Los abrí de golpe, manteniéndome firme a sus jueguecitos, pero incapaz de mover un solo músculo.

—¿Sabes, gata? Hueles bien. Me gusta tu olor —dijo con voz ronca.

Mi respiración sé acelerarse cada vez más. Su tono insinuante me descolocaba. ¿Era ésta otra de sus jugarretas? Tenía que serlo.

—Mira, Marcus, sea lo que sea lo que has venido a hacer, te pediría que te dieras prisa. Tengo cosas más importantes...




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