A la mañana siguiente intenté mantener mi rutina y hacer como si no hubiera pasado nada. Kira y yo nos dirigimos a primera hora a tomar nuestro desayuno al comedor de la residencia. Cuando entramos, algunos nos miraron con descaro, otros empezaron a silbar y jalear soltando comentarios de todo tipo, desde, “Eh Lia, estamos contigo” hasta, “Oye Lia, la foto de la ducha no te hace justicia”. Ignoré todo lo que pude a esa manada de cafres y, en varias ocasiones, saqué mi dedo corazón a algún que otro desgraciado que venía con alguna proposición obscena.
Después del desayuno me dirigí a ver a Ben. Me aseguró que no habría ningún problema para conseguir lo que le pedía. A última hora la escopolamina estaría preparada con la dosis exacta para dársela a nuestra víctima.
Kira se empeñó en seguirme todo el día, como si fuera mi guarda espaldas. Yo no tenía demasiadas ganas de enfrentarme al mundo, pero no me quedaba otra. Sin más, me agarré a un disimulado orgullo y actué con indiferencia. La mañana transcurrió entre algunas bromas y palabras de ánimo de aquellos que odiaban a Marcus tanto como yo y esperaban que acabara con él en esta batalla absurda. Me sorprendió bastante enterarme de que teníamos seguidores por ambos bandos y que, incluso, había apuestas sobre quién haría la putada más gorda. Esto se había convertido para la mayoría en un juego, pero para mí era la guerra y la necesidad de que mi vida volviera a ser tranquila y relajada. El tiempo jugaba en nuestra contra. Esa misma tarde Kira y yo nos dirigimos al club La Salsa Picante.
—Todavía no me queda claro, ¿por qué tenemos que venir aquí y hablar con esas chicas?
—Kira, ya te lo he dicho, es de vital importancia que hable con ellas. Solo te pido que me sigas la corriente. Si consigo convencerlas de que me ayuden, nuestro plan será un éxito.
—Está bien, pero, ¿crees que estas chicas colaborarán?
—Sí. Si juego bien mis cartas, creo que podré convencerlas.
—Bueno, tú mandas. Pero no tengo muy claro que esas dos nos vayan a ayudar.
Llegamos sobre las ocho. En la puerta había un cartel anunciado el horario de apertura y fotos de las chicas que actuaban, que llenaban el póster entre miradas y poses sugerentes. Sus nombres estaban escritos en la foto y en seguida reconocí a Venus y Sum. Nos dirigimos a la parte trasera del local, donde supuse que estaría la puerta de servicio para el personal del establecimiento. Me senté en unos pequeños escalones, esperando a que llegaran las chicas.
—Esto está cerrado, ¿ahora qué?
—Ahora vamos a esperar a que esas chicas lleguen.
—Lia, no estoy muy segura de que esto vaya a funcionar…
—Kira, puedes marcharte si quieres, pero yo voy a terminar esto de una vez por todas. Si estás conmigo te sugiero que te sientes y esperes; si no, puedes marcharte. Ya encontraré la manera de volver al campus.
—Maldita sea, está bien. Pero recuérdame que te dé una patada en el trasero por hacerme venir a este tugurio y mancillar mi sensibilidad —dijo, sentándose a mi lado con sorna.
—No me vas hacer cambiar de idea. Acepta de una vez que la decisión está tomada y no hay marcha atrás.
—Eh, eh, no puedes enfadarte conmigo por intentarlo —dijo sonriendo—. ¿Funciona?
—¿El qué? —pregunté por el extraño galimatías que Kira se traía entre manos.
—Si te sientes culpable, por querer lárgate y dejarme aquí sola.
—Kira —resople con desesperación—. Eres una toca narices. ¿Es que nunca te das por vencida? Por favor, no insistas, esto es lo que hay.
—Vale, lo asumo, lo siento. No volveré a sacar el tema. Pero tengo que intentar cualquier táctica, y eso incluye grandes dosis de chantaje emocional. No puedes recriminarme que agote todos los recursos intentando hacerte cambiar de idea. A fin de cuentas eres mi mejor amiga.
—Kira, no estoy enfadada porque intentes hacerme cambiar de opinión. Realmente siento que las cosas tengan que ser de este modo.
Media hora después, un chico alto y fornido con pinta de guardaespaldas, se acercó a nosotras.
—¿Sois las nuevas? —preguntó con tono suspicaz.
—No, solo estamos esperando a Venus y Sum.
—¿Son amigas vuestras? —preguntó con extrañeza.
—Sí, algo parecido —dije sin pensar—. La verdad es que tenemos amigos en común.
El chico pareció relajarse y nos dejó ver una amplia sonrisa.
—No creo que tarden mucho. Su número empieza a primera hora. Tienen que estar al caer —nos explicó con amabilidad.
—Gracias —dije con una sonrisa.
El chico se despidió de nosotras y entró en el local. Varias personas más llegaron después y todas hacían lo mismo: nos miraba con suspicacia, saludaban con un bajo ‘hola’ y entraban al interior. Después de varios minutos, dos chicas vestidas de lo más normal se acercaron a la puerta. Pude reconocer a las dos, aunque sus rostros eran los mismos, sus cabellos eran de un color distinto a los que lucían en la foto publicitaria. Respiré hondo y me preparé para mi actuación. Le di un pequeño codazo a Kira para llamar su atención.