Entré con decisión en una amplia estancia. Una mujer mayor se encontraba sentada detrás de una mesa de despacho y di por supuesto que sería la secretaria. Ésta tenía su cabeza inclinada sobre el ordenador, dejando ver su pelo negro salpicado con algunos hilos de plata. Me acerqué a ella y, en ese momento, fue consiente de mi presencia. Me miró por encima de sus lentes con gesto de autosuficiencia. Estaba claro que si en el despacho interior estaba el viejo dragón, en éste estaba la quimera que custodiaba la puerta.
—Soy Lia Travis —dije con voz segura. Me observó de arriba abajo con una mirada despectiva.
—Pase. El decano la está esperando —respondió sin entusiasmo.
La mujer siguió con su tarea sin volver a mirarme, lo cual me irritó. Con movimientos enérgicos abrí la puerta del despacho sin ni siquiera llamar. Me precipité en la estancia dando unos cuantos pasos, y me quedé parada, observando a mí alrededor. La habitación era más bien grande y la mayor parte de las paredes estaban forradas de estanterías llenas de libros. El ambiente que se respiraba era viejo y altivo, muy en la tónica de Harvard. En el centro pude ver un gran mesa antigua, de madera maciza, que presidía el sitio de honor en la estancia, junto a dos sillones orejeros, altos y regios, que le rendían homenaje a la mesa y a la enorme silla de escritorio que había detrás de ella. En ella se encontraba sentado el corpachón del decano, que en ese momento me miraba, con ojos pequeños e inquisidores, a través de sus lentes de moldura al aire.
—Vaya, señorita Lia, celebro que haya venido. Empezaba a pensar que le había pasado algo. Estaba a punto de mandar a la seguridad del campus para ver si se encontraba bien —dijo con una amenaza implícita en esa falsa preocupación.
—Pues como puede ver me encuentro perfectamente bien. Su recado me llegó alto y claro —dije todavía parada.
—Pero pase. Pase y siéntese —me dijo señalando uno de los enormes sillones orejeros.
Hice una inclinación con la cabeza dirigiéndome con paso decidido hacia donde me señalaba. Cuando llegué y fui a acomodar mi cuerpo en el amplio sillón, me mordí mi labio inferior para evitar soltar un sonido de sorpresa involuntario. En el otro sillón, con mirada airada y gesto duro, se encontraba Marcus.
—Puedo observar, por la expresión de su cara, señorita Travis, que el señor Dal Santo y usted se conocen.
Miré a Marcus de reojo, viendo en su mirada una llama de odio que bailaba en sus ojos azules, prometiendo convertirse en una hoguera a la más mínima posibilidad. Tragué saliva con rapidez, intentado recuperar mi entereza. Me agarré con fuerza a ella y miré con altivez al decano, que en ese momento nos observaba con verdadero interés.
—Sí, claro que le conozco —dije girado un poco mi cuerpo, dándole a mi enemigo una vista más clara de mi costado—. Perdóneme, señor Fergus, pero no entiendo qué hago aquí —dije, entrado directa al meollo de la cuestión.
—Verá, señorita Travis: como bien sabrá, esta mañana un periódico local se ha hecho eco de una noticia que ha dejado en entredicho tanto el buen nombre del señor Dal Santo como el de la misma universidad, y tengo la clara certeza de que usted anda detrás de este desagradable asunto.
Ni siquiera miré a Marcus. No lo necesitaba. Sabía que sus ojos estaban clavados en mí, pero eso no me acobardó. Dirigí una sonrisa cínica al rostro de aquel viejo carcamal.
—¿Y por qué presupone que yo tengo algo que ver? —dije desafiante.
—Señorita Travis, hemos indagado en el caso y nuestras investigaciones nos han llevado a dar con dos testigos que la señalan como autora de los hechos. Si quiere, puedo entrar en detalles con respecto a dos chicas de dudosa reputación —dijo con tono malicioso.
—Está bien —dije con determinación—. Fui yo. Y ahora, si me disculpa, me marcho. Tengo algo muy importante que hacer —dije, poniéndome de pie con una amplia sonrisa.
—¡Señorita Travis! Le ruego que se siente. Ya que ha reconocido ser la autora de los hechos, no me queda otra opción que llamar a su padre para informarle de tan desagradables fechorías.
—¿Llamará a mi padre? ¿Está seguro? Me gustaría ver cómo lo intenta —dije con mordacidad, sin perder mi sonrisa.
—¿Cree que no voy a llamarle?
—Oh, no dudo de su intención. Y que puede hablar con él. Si eso le hace feliz puede intentarlo, pero dudo mucho que mi padre se moleste en perder su tiempo con usted. Me extrañaría que le dedicara cinco minutos de su tiempo, ya que Jon Travis no habla con gente que le hace perder dinero. Y yo, casualmente, soy un valor a la baja en su vida —dije con satisfacción y tono arrogante.
—Le puedo asegurar que a mí me lo cogerá.
—Bien, pues me alegro. Si consigue hablar con él, no le dé recuerdos de mi parte, por favor.
—Le recomiendo que guarde su actitud chulesca para otras personas, señorita Travis. Eso no le va a librar del castigo.
—Siento no quedarme más tiempo, señor Fergus —dije apoyando mis manos sobre la mesa del decano e inclinado mi rostro hacia él—, porque no voy a esperar a que usted me expulse. Soy yo la que se va. Si me disculpa, tengo que ir a recoger mis cosas; mi avión sale a primera hora de la mañana. No voy a decir que ha sido un placer estar aquí. Así que hasta nunca —dije girando mi cuerpo y mirando a Marcus a los ojos.