—Oye, gata. Lo que hiciste estuvo muy feo: utilizarme a mí como excusa para largarte de aquí no me ha gustado nada.
—Marcus, deja de llamarme gata. Me llamo Lia —dije con mirada dura.
—Venga, gata. Creo que me he ganado el llamarte como me dé la gana, ¿no crees? Gracias a ti mi reputación está por los suelos.
—Está bien. ¿Puedo llamarte capullo entonces? —solté con audacia.
—No te equivoques, para ti soy el Señor Dal Santo o Marcus —soltó con seriedad a pesar de que sus ojos trasmitían diversión.
—De acuerdo, que sea Marcus —cedí—. Pero reconoce que tú no lo hiciste mejor conmigo. No sé de qué te quejas. ¡Oh, espera, ya sé! ¿No me digas que tu ego está herido?, ¿porque fuiste solo un pretexto para justificar un fin? —dije con cinismo.
Marcus me miró con dureza para luego ir a lo suyo. Yo seguí ignorándolo, agradeciendo ese silencio. Me sentía emocionalmente derrotada y lo último que quería era una batalla verbal. Habían pasado demasiadas cosas y necesitaba estar sola, llorando mis penas, y asumir lo que todo esto significaba. Ser consciente del absoluto control que aún en la distancia mi padre ejercía sobre mi vida me había dejado totalmente hundida.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó de repente Marcus.
—¿El qué? —pregunté sin entender.
—Intentar que te expulsaran de aquí.
—¿Qué? ¿Y tú me lo preguntas?, ¿te has vuelto senil? —dije levantado la voz por el cinismo tan evidente que tenía ese tío.
—Gata, no me provoques. Y baja la voz. Te recuerdo que me lo debes: si estoy aquí es por tu culpa, porque esta vez yo he sido la víctima de tus maquinaciones.
Solté aire varias veces para intentar frenar mi lengua y me agarré a la poca paciencia que me quedaba.
—¿No vas a reconocer tu parte de culpa en todo esto? —dije en tono más bajo y con una disimulada nota de ruego.
—Venga gata, tenías este plan en mente desde el principio. Confiésalo.
—No sé de donde te sacas esa idea, Marcus. Tú y tu manera de hacerme sentir querida y apreciada en este sitio, han contribuido enormemente a que yo hiciera lo que hice —dije destilando ironía en cada palabra.
—Sí, lo que tú digas. Te recuerdo que yo estaba en ese despacho y he sido testigo de todo lo que has dicho, así que no quieras culparme a mí de tu intento de escapar de aquí: yo solo soy el pretexto mal disimulado de un plan mayor.
—Oye Marcus, ¿por qué no me dejas tranquila de una vez? Voy a empezar a pensar que no te desagrada tanto mi persona como dices .
—No te equivoques, gata. Cuando alguien me utiliza me gusta saber los motivos, y más cuando mi nombre es revolcado por el fango —soltó en tono duro—, al menos creo que merezco esa explicación.
—De acuerdo Marcus, tú ganas. Todo lo que has oído en ese despacho es cierto. ¿Contento? Espero que eso te haga sentirte mejor. La señorita Betty dio por concluida la jornada, así que solté lo que tenía en las manos y salí de allí. Aceleré el paso, conteniendo el impulso de salir a la carrera. Cuando llegué a mi cuarto, una histérica Kira me esperaba junto a un Paul, que intentaba calmar los nervios de esta.
—¡Dios, estás aquí! —dijo Kira echándose encima de mí y proporcionándome un abrazo de orangután.
Lo agradecí correspondiendo con la misma intensidad, porque en ese momento necesitaba el apoyo de algo familiar, y Kira era lo más parecido que tenía en ese sitio a una familia. Los ojos se me inundaron de lágrimas y me derrumbé en sus brazos. Entre lágrimas, suspiros y montañas de clínex, les expliqué a mis amigos todo lo que había ocurrido, Incluyendo lo que mi padre me había hecho y la amenaza que pendía de la cabeza de mi madre si me negaba a sus demandas.
—¡Cielos! Y ahora, para rematar tus males, el decano te obliga a trabajar con él y tener que aguantarle durante varias semanas —dijo Kira alucinada.
—Sí. Y tendré que utilizar hasta la última gota de mi paciencia y hacerme llagas en la lengua para poder lidiar con el muy capullo, si quiero mantener una frágil tregua.
—Lia, reconócelo, no es un precio muy alto para lo que podría haber pasado.
—Claro Paul, como si aguantar los retorcidos juegos mentales de Marcus fuera un paseo —dije indignada.
—No, Lia. Me refiero a que podías haber perjudicado a tu madre sin ser consciente de ello. Si tu padre no hubiera estado entre los privilegiados, te hubieran expulsado directamente y por añadidura, tu padre habría caído con todo el peso de la ley sobre tu madre —dijo Paul con una calma que no concordaban con sus palabras.
—Sí, es cierto. Por mi desconocimiento y mi loca necesidad de salir de aquí he estado a punto de fastidiar a mi madre y a mi abuela —solté con un tono de culpa impregnando en mi voz.
—Ahora tendrás que hacer uso de todo tu autocontrol para no matarlo. No creo que tu apellido puediera salvarte de un asesinato —soltó Kira.
—Recemos para que tenga la suficiente paciencia, don poderoso se vuelva algo más transigente y podamos trabajar medianamente bien.