Pase Lo Que Pase

CAPÍTULO 16

Kira había puesto la calefacción en marcha y me había explicado cómo se encendía el hogar. Sin más, me puse a ello. Al tercer intento conseguí que las llamas cobraran vida. Después de eso me dediqué a buscar en los armarios y encontré un tarro de café empezado. Olí su contenido: parecía estar en buen estado. Cogí la cafetera y lo preparé.

Las llamas del hogar ardían ya con fuerza. Me senté a esperar a mis amigos y oí llegar un coche. De inmediato miré mi reloj: hacía un cuarto de hora que los chicos se habían marchado, así que pensé que ése tenía que ser el señor Lomas. Fui a mirar por la ventana, pero unos golpes me dejaron claro que mi visitante ya esperaba paciente en la puerta. Abrí con una sonrisa confiada en mi rostro cuando ésta se trasformó en un gesto de verdadera sorpresa.

—¡¿Qué haces tú aquí?! —solté con un extraño graznido.

Vaya gata, créeme, yo también me alegro de verte —dijo con cinismo.

—¿Marcus? —dije manteniendo mi agarre en la puerta impidiendo que entrara.

—Supongo que al igual que tú, Yoko y yo hemos decidido venir a pasar el fin de semana aquí.

—Vaya por dios —dije en un susurro.

—Créeme, gata: yo estoy tan sorprendido como tú. Ahora, ¿te importaría dejarme pasar? Me estoy helando —dijo con desdén.

Suspiré sonoramente, apartando mi cuerpo para que pasara, a la vez que intentaba mirar por encima de él para ver aparecer de un momento a otro a los demás.

—¿Y el resto? —pregunté algo extrañada.

—Yoko y Alison se han quedado en el pueblo comprado provisiones. Yoko se olvidó de avisar al casero.

—Y la Barbie tetona. ¿Dónde está? —dije sin pensar.

—¿Barbie tetona? —pregunto con una media sonrisa—. Gata, deberías tener un poco de respecto por mi chica. Se llama Sami. Le surgió un imprevisto y vendrá más tarde.

—¡Caray! Estoy pasmada de la emoción —dije, conteniendo la irritación que en ese momento sentía.

—Ya veo —dijo con una de su típica sonrisa lobuna.

—¿Y dónde está el bicho raro de tu amiga? —dijo con desdén.

—Supongo que te refieres a Kira. Se marchó al pueblo a comprar con Paul y Dylan. Por cierto, ¿te importaría tener un poco de respecto por mi amiga? Te recuerdo, además, que es la hermana de tu mejor amigo.

—Veo que no seguiste mi consejo con respecto a Dylan, ¿eh, gata? —dijo con tono duro.

—¿Qué estás diciendo? Dylan y yo solo somos amigos. Hablé con él y me alegra informarte de que estabas equivocado. Dylan solo siente por mí una buena amistad. Puedo asegurarte que no tiene ningún interés romántico. Esto es solo un fin de semana de amigos. Solo es eso. 

—Sí, gata, lo que tú digas —dijo con tono severo.

Subió las escaleras y se dirigió a las habitaciones para dejar sus cosas. El motor de otro coche sonó fuera. Me precipité hacia la entrada, esperando que fueran mis amigos. Abrí la puerta como el que se agarra a una tabla salvavidas para encontrarme a un hombre de unos cuarenta y tantos, bastante corpulento y expresión afable.

—Buenos días señorita. Soy Sam Lomas, el casero.

—Yo soy Lia Travis...

—¡Ehh hola Sam! ¿Cómo estás? —dijo la voz de Marcus detrás de mí.

—Señorito Marcus, ¿es usted? —dijo el hombre con una sonrisa—.  Siento molestar, no sabía que iba a venir. Vi movimiento en la casa y pasé a ver qué ocurría.

—Sí, la culpa es nuestra Sam. El plan surgió en el último momento y Yoko se olvidó de avisarle, pero no se preocupe, Yoko está en el pueblo comprando lo necesario. Lia y yo nos adelantamos para calentar la casa —dijo echando su mano sobre mi hombro.

Intenté zafarme de su agarre con disimulo mientras sonreía con tensión a Sam. Marcus me sujetó más fuerte y empezó a masajear mi hombro por encima de mi ropa.

—Bueno, espero que se den prisa. Las previsiones del tiempo han anunciado una fuerte tormenta para esta región. Procuren no salir de casa: ya saben lo variable que es el tiempo en esta zona.

—No te preocupes, Sam, lo tendremos en cuenta. Gracias por el aviso.

—Me marcho, señorito Marcus. Si necesitan alguna cosa, ya saben dónde estoy.

—Gracias Sam. Todo irá bien.

El hombre hizo un gesto con la mano y se despidió, subiéndose a su coche. Marcus no soltó su mano de mi hombro hasta que la puerta se cerró y yo lo empujé con saña.

—¿A qué ha venido eso? —dije sin entender a qué estaba jugado.

—Solo intentaba relajarte. Pareces algo tensa, gata —dijo con una sonrisa cínica.

—Pues aléjate de mí, ¿te ha quedado claro? —dije algo alterada—.  ¿Y qué ha querido decir con lo de la tormenta? —pregunté preocupada.

—No es nada grave —dijo con una mirada despreocupada—.  Sólo que si salimos fuera no nos alejemos demasiado de la casa. Aquí el tiempo cambia con mucha facilidad.

Marcus se acercó aún más. Su aliento me hizo cosquillas en  la oreja. Pegué un salto instintivo y me alejé todo lo que pude, dirigiéndome hacia la gran ventana. Crucé los brazos sobre mi pecho y le di la espalda, intentando que el fantástico paisaje me distrajera lo suficiente para ignora la instigadora presencia de Marcus.




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