Pase Lo Que Pase

CAPÍTULO 19

Hacía más de media hora que habíamos cogido la autovía hacia Cambridge. La noche se nos había echado encima y aún quedaba más de una hora para llegar a casa. Un cómodo silencio se había instalado en el coche. Dylan había acomodado su cuerpo en el asiento cerrando los ojos y dormitaba. Paul conducía atento a la carretera. Kira soltaba algún que otro ronquido, y yo había cerrado los ojos simulando que dormía, ya que mi mente necesitaba pensar en los últimos acontecimientos. Cuando deposité el equipaje en el maletero, Marcus se había acercado a mí con mi guitarra en la mano. 

—Gata, te dejas esto —me dijo con una sonrisa amable y sincera. Me quedé perpleja viendo esa expresión tan poco común en él. Musité un gracias algo confusa, abrazando la guitarra como si fuera un miembro muy querido de mi familia. Para mí, era como tener un trocito de mi abuela conmigo. Ese simple instrumento hacía que me sintiera muy vinculada a ella. Su sola presencia me hacía notarla más cerca de mí. Levanté la mirada, con los ojos algo turbios por la emoción, pues había asumido que estaba hundida en el lago. No pregunté cómo la había rescatado, ni cómo estaba en tan buen estado. Estaba tan emocionada por haberla recuperado que lo demás no tenía importancia. Volví a susurrar un gracias con la voz entrecortada. Su mirada se llenó de ternura a la vez que su mano acarició mi mejilla con delicadeza.

—De nada, ha merecido la pena —dijo en un susurro.

Y, sin más, giró y salió de allí tan rápido como había llegado. Contuve las lágrimas que intentaban salir al exterior. Mi respiración se había acelerado con solo ese roce. Mi corazón se había conmovido ante sus palabras. Pero, ¿a qué se refería con esa frase? ¿Qué fue lo que mereció la pena? ¿Salvar mi vida? ¿Recuperar la guitara? Marcus había pasado de ser un incordio a ser un verdadero rompecabezas: no entendía su actitud. Lo mismo me estaba amenazado que a los cinco segundos se volvía una persona agradable e incluso tierno. Empecé a cuestionarme seriamente que Marcus pudiera tener algún tipo de trastorno mental. Tal vez era bipolar y por ello esos cambios de personalidad tan extraños. Pero, si eso fuera así, tendría esa actitud con todo el mundo. La otra opción era que tuviera algo personal conmigo, algo que no lograba entender. Suspiré pesadamente. Estaba claro que el comportamiento de Marcus y su exagerada fijación conmigo no tenían ningún sentido. El que yo le produjera a Marcus algún tipo de reacción alérgica parecía la explicación más absurda, pero hasta la fecha la más lógica.

En mi mente empezaron a aparecer retazos algo turbios de la pasada noche. Pero conforme iban pasando las horas éstos se hacían más claros en mi cabeza. Las imágenes subidas de tono de la noche pasada iban resurgiendo como flashes, ¿por qué no me había pasado como a otros? Conocía a gente que, después de coger una soberana trompa, no recordaba nada de lo que habían hecho. Estaba claro: era mucho pedir que algo así me ocurriera a mí. Parecía un castigo divino impuesto por el que estuviera manejando los hilos del destino, o Karma, o lo que fuera. ¡Vaya asco! Me sentía una hipócrita con mis amigos: les había engañado a todos.

Estaba empezando a tener serias dudas sobre mi estabilidad emocional. No estaba muy puesta en esos temas, y aunque había tenido varios novios solo había cruzar esa línea una vez, con Marc, un chico de mi antiguo instituto del cual me creía muy enamorada. Fue un completo desastre ya que nuestra experiencia en este tema era nula. Éramos dos chicos de quince años jugando a hacer lo que se supone que hacen las parejas: dos días después Marc se marchó a otro estado. Me enseñó que entregarte a alguien era un paso bastante serio que había que tomar con madurez. Mi abuela me dijo que no tuviera prisa, que cuando llegara el adecuado lo sabría. Así que, de ahí en adelante, decidí esperar, pero lo que había pasado con Marcus me había dejado descolocada. No por el acto en sí, sino por cómo mi cuerpo había reaccionado, totalmente desinhibido. Supongo que el alcohol había hecho parte del trabajo pero, aunque me fastidiara mucho reconocerlo, Marcus me había hecho sentir cosas que hasta ahora nadie había conseguido provocar en mí. Eso era lo que me tenía más asustada. Nadie podía saber lo que había pasado. Iba a luchar contra esa atracción: tenía que alejarme de él, no volver a cruzarme en su camino. Esperaba que después de lo pasado en el lago y el hecho de que me devolviera la guitarra, mi supuesta deuda estuviera pagada. En esta semana volvería a casa. Las vacaciones serían una cura para matar esos tontos sentimientos. Estaba segura de que podría superarlo: solo tenía que ponerme unas normas y agarrarme a ellas como si fueran un faro en la noche. Si evitaba a Marcus como si de la peste se tratara, alejándome de su entorno, esquivando cualquier evento u ocasión en la que pudiera aparecer, estaba segura de que esos tontos sentimientos desapareceían. No resultaría nada difícil eludirlo, ya que mis amigos y yo nos movíamos en ambientes distintos. Con eso ya tenía parte del terreno ganado. Ansiaba con todas mis fuerzas volver a casa, esperar que el tiempo hiciera su trabajo. Desde la distancia los problemas siempre se ven con otra perspectiva. Esa seguramente era la cura que necesitaba.

Cuando vine a darme cuenta habíamos llegado a la residencia. Los chicos dijeron de tomar algo, pero yo puse como escusa que estaba cansada y que mi estómago estaba algo delicado. Me despedí de ellos  y me marché a mi cuarto. Me metí en la cama, intentando no pensar en esos ojos azules que me miraba con ternura y esos labios llenos que me sonreían con afecto. Sin querer, con esa imagen me quede dormida.                                         

 




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