Pase Lo Que Pase

CAPÍTULO 24

— ¿Crees que lo solucionarán?

—No lo sé, pero deseo que lo hagan. Aguantar está situación continuamente te agota. Entiendo que termines harta, porque a mí me ocurre lo mismo.

—Sí, pero a lo mejor hemos sido demasiado drásticos y, en lugar de mejorar la situación, la hemos empeorado.

—Entonces no solo ellos pagarán las consecuencias. Nosotros también ya que nos veremos obligados a cumplir nuestra palabra.

—Madre mía, Paul, ¿en qué lío nos hemos metido?

—Tranquila, creo que ya había llegado el momento de que esos dos arreglaran sus diferencias.

—Pero, Paul, ¿has pensado en las consecuencias?, ¿y si terminan a mamporro limpio?

—Relájate.Verás cómo todo sale bien. Creo que lo mejor es que nos marchemos a nuestros cuartos y esperemos pacientes a que aparezcan por allí.

—Está bien. Y gracias por ayudarme con esto.

—De nada. No te preocupes, sé que Kira hará lo correcto.

—Eso espero —susurré, alejándome de Paul y dirigiéndome a mi cuarto llena de angustia.

Esperaba con impaciencia que Marcus o Kira aparecieran de un momento a otro por la puerta. Intenté relajarme, pensando que había hecho lo correcto y sintiéndome bastante culpable por mi ataque de impulsividad. Ahora creía que forzar a esos dos para que arreglaran sus diferencias no había sido algo muy inteligente, no podía  parar quieta; por un lado, mis nervios me roían los intestinos, sintiendo cómo me aprisionaban el estómago; por otro, una exagerada curiosidad me carcomía. No entendía qué delito había cometido Marcus para ganarse el odio de Kira de por vida. Empecé a mirar el reloj compulsivamente mientras me devanaba los sesos, intentando averiguar si las desavenencias del pasado entre Kira y Marcus eran tan graves que les sería imposibles de superar. Después de desgastar la alfombra de la habitación, decidí tumbarme en la cama e intentar relajar mi ansiedad y mi enfado. Alguien golpeó en la puerta y, como un muelle, me incorporé de la cama. Ni siquiera me dió tiempo a poner los pies en el suelo cuando mi visitante ya se había colado en mi cuarto.

—¡Marcus! —exclamé entre aliviada y expectante.

—Sí, gata. ¿Esperabas a alguien más? —dijo con sorna.

—No, solo que esperaba que Kira apareciera contigo.

—No te preocupes. Fue a ver a su cerebrito un momento. Pero me dijo que luego hablaría contigo —soltó con parsimonia, sentándose a mi lado en la cama.

—Y  bien, Marcus, ¿piensas contarme qué ha ocurrido? —dije algo histérica.

—Puedes estar tranquila: Kira y yo ya hemos arreglado nuestras diferencias. De ahora en adelante nos llevaremos bien —dijo con una amplia sonrisa mientras me acercaba posesivamente a él.

—Un momento, ¿me estás diciendo que Kira y tú habéis enterrado el hacha de guerra?, ¿podréis estar en la misma habitación sin que corra la sangre?

—Sí, gata, ¿de qué te sorprendes? ¿No era eso lo que querías?

—Sí, claro, pero...

— ¿Pero qué?, ¿tan extraño te resulta que tu amiga y yo hayamos conseguido arreglar nuestras diferencias?

—No pero... Esto es... Mierda sí. Me resulta raro, porque conozco a Kira y sé cómo se las gasta.

 —Recuerda gata, que también me conoces a mí —dijo con tono presuntuoso.

—Oh, créeme. Es más peligroso tener a Kira de enemigo que a ti.

— ¿De veras? Sabes que ese comentario ha herido mi sensibilidad, ¿verdad? —soltó Marcus con el ceño fruncido.

—Oh, por favor, Marcus, ¿de verdad? Deja de hacer el indio y cuéntame: ¿por qué Kira estaba tan llena de rabia hacia ti?

El rostro de Marcus se puso serio de golpe y, por un momento, creí ver un extraño brillo en sus ojos.

—Verás, gata —dijo con la voz trabada— , lo que hice fue algo muy cruel, puedo entender que Kira me tenga ese odio tan intenso. Pero he de decir, en mi defensa, que en todos estos años nunca fui consciente del daño que le causé siendo un crío.

—Maldita sea, Marcus, ¿piensas contarme qué fue lo que ocurrió? —dije, perdiendo la poca paciencia que me quedaba.

—Antes de nada quiero que sepas que Kira me ha hecho prometer que sería yo el que te contara todo lo que ocurrió sin omitir detalle y sin cambiar ni una sola coma. Entre nosotros, gata: creo que tu amiga me está poniendo a prueba.

—Marcus...

—Vale. Desde el mismo momento que Yoko y yo nos conocimos en el internado nos volvimos inseparables, así que cuando llegaba el verano nos pasábamos algunas semanas el uno en casa del otro. Cuando estábamos en casa de Yoko Kira se pasaba la vida pegada a nosotros. Era un verdadero incordio de niña, aunque en eso no ha mejorado.

 — ¡Marcus!

— ¿Qué?...Ufff, está bien. Como te decía, nuestra misión más prioritaria esos días era jugar a despistar a Kira, a pesar de que sus padres insistían en que nos hiciéramos cargo de ella. Recuerdo que yo tenía unos doce años y, aunque Kira es tan solo un año más pequeña que nosotros, la realidad es que la tratábamos como si tuviera seis. Ese año concretamente, los padres de Yoko adquirieron una casa en la Costa del Sol. Estaba situada sobre unos enormes riscos con vistas al mar y tenía varias hectáreas de terreno. Dentro de la propiedad había una antigua casa en ruinas que años atrás fue el escenario de extraños sucesos, entre ellos algún fallecimiento. Con el correr del tiempo la casa fue deteriorándose sin que ninguno de sus distintos dueños le prestara la más mínima atención. Ese verano Kira nos seguía como un perrito faldero e insistía, una y otra vez, en que la dejáramos jugar con nosotros. Viendo que no había manera de deshacernos de ella, le ofrecimos un reto: si quería ser una de nosotros tendría que pasar una prueba para demostrar su valía. Kira no se amilanó, y dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Así que decidimos llevarla a la casa abandonada, la metimos en un armario despensero empotrado en la pared y la encerramos allí, diciéndole que tendría que aguantar un cuarto de hora y que después de ese tiempo nosotros vendríamos a sacarla. Si superaba la prueba se habría ganado un sitio en nuestro equipo.




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