CAPITULO 26
Después de que Marcus y Kira arreglaran sus malos entendidos las cosas mejoraron. La situación no era para tirar cohetes, pero se podía estar. Al menos, la sensación de que estaba encima de una bomba a punto de estallar había desaparecido, gracias a dios.
Habían pasado casi dos meses y medio y, según los bostonianos, ya estábamos en primavera. En esta época el tiempo podía ser muy variable: lo mismo llovía que podía caer alguna nevada improvisada. Pero estábamos en abril y los parques se habían llenado de flores anunciando el buen tiempo.
Marcus había conseguido arrancar a Yoko, parcialmente, de ese mundo en el que se había sumergido. Le había costado lo suyo, pero parecía que éste había entrado en razón. Comenzó a asistir a clase e intentaba ponerse al día con sus asignaturas pendientes, aunque todavía se perdía en alguna que otra juerga. Lo único a lo que se apegaba con fiereza era a ese aspecto de chico malo y rebelde. Incluso lucía un tatuaje en uno de sus brazos, cosa que le favorecía. Había subido su índice de popularidad entre las chicas, lo que le mantenía bastante ocupado, aunque él las utilizaba como clínex, actitud que también le estaba dando una reputación nada agradable. A Yoko parecía no importarle nada de eso, ya que casi todos los días dormía en una cama distinta. Esto hizo que yo pasara más tiempo en el cuarto de Marcus; prácticamente me había instalado allí. Entre Marcus y yo las cosas iban de maravilla. Parecía estar viviendo un sueño: lo que empezó siendo una pesadilla se convirtió en un cuento con final feliz. Mi acosador personal se había convertido en el hombre de mi vida y estaba locamente enamorada de Marcus.
Esa tarde Marcus y yo habíamos quedado, así que fui a buscarlo a la fraternidad. Nada más entrar fui recibida por un moreno de ojos verdes y con un parecido asombroso a mi novio que me sonrió seductoramente.
—Siento decepcionarte pelirroja, pero Marcus no ha llegado todavía.
—No lo entiendo. Me dijo que estaría aquí temprano.
—Y lo estaba. Pero hubo una urgencia y me pidió que lo esperaras en su cuarto y que te hiciera compañía hasta que llegara.
—¡Alex! —exclamé con tono de humor.
—Está bien. Eso último no lo dijo, pero, créeme pelirroja: soy mejor que mi primo.
—Alex, para ya. ¿Qué ha pasado?
—Nada que te tenga que preocupar: cosas de la fraternidad. Algunas ovejas jóvenes de nuestro ganado se han descarriado y él y algunos chicos más han tenido que ir a buscarlos. Estará aquí enseguida. Y, visto que no quieres darme una posibilidad, puedes subir a su cuarto. No creo que tarde mucho.
—Muchas gracias.
—Ufff, chica. Realmente me das pena: te estás quedando con el peor de los Dal Santo — dijo con una sonrisa, guiñándome un ojo.
—Venga, Alex. Deja de hacer el payaso —dije entre risas.
Mientras subía la escalera hacia el cuarto de Marcus pude oír con claridad la risa de Alex. Con una sonrisa me tiré sobre la cama, me puse cómoda, cogí una novela que estaba terminando y me concentré en la lectura. No llevaba allí más de quince minutos cuando la puerta se abrió de golpe, dejando pasar a un señor de más de cuarenta años, alto, de cabello negro y ojos azules, que me miraba con curiosidad. Por instinto pegué un salto y me puse de pie con un pequeño quejido y una sonora disculpa por haber sido pillada en un cuarto que no era el mío.
—Oh, lo siento. El fallo ha sido mío: debí llamar antes. Estoy buscando a Marcus —dijo el hombre con una amplia sonrisa.
— Marcus no está, pero creo que vendrá enseguida —dije algo tímida por la posición en la que me había encontrado—. Yo también lo estoy esperando.
—Sí, me lo he imaginado. Sé quién eres, jovencita: eres Lia, la novia de mi hijo —dijo con tono alegre.
—Vaya, ¿es usted el padre de Marcus? Y, ¿cómo sabe quién soy? — dije algo sorprendida.
—No sabes lo feliz que me sentí cuando mi hijo me llamó para decirme que ya estabais comprometidos. No cabía en mí de gozo. Imagino que, en un primer momento, no te haría ninguna gracia el tema del acuerdo, a Marcus le pasó lo mismo, pero ahora todo está bien.
—Perdone, ¿acuerdo? ¿qué acuerdo? —dije algo sorprendida.
—Oh, pero discúlpame, ¡que mal educado que soy! Me llamo Víctor Dal’ Santo.
—Perdone, señor Dal’ Santo, ¿de qué acuerdo me está hablando?
—Lia, por favor, llámame Víctor. Después de todo vamos a ser familia. Imagínate la alegría con que tu padre recibió la noticia. Cuando mi hijo me lo contó, me sorprendió tanto que no puede contenerme y llamé a tu padre para decirle que el acuerdo de matrimonio que firmamos estaba a punto de cumplirse. Por fin la deuda que tenía con tu padre quedaría saldada y nuestras compañías fusionadas. Nuestros apellidos estarán unidos para siempre gracias a vosotros. En un primer momento dudé, ya que Marcus se puso algo reticente, pero luego cambió totalmente de idea. tengo entendido que eso es mérito tuyo. No me cabe la menor duda de que en cuanto te vio le dejaste totalmente eclipsado —explicó, bastante acelerado y lleno de euforia.
—Perdone, señor Dal Santo, si no he entendido mal, ¿me está diciendo que mi padre y usted tenían un contrato firmado en el que Marcus y yo estamos obligados a casarnos? —dije casi atragantándome.
Empezaba a digerir la noticia a la vez que un profundo dolor me contraía el pecho. La respiración se me aceleró. Intenté recuperar el control de mis emociones y, con dificultad, recompuse mi rostro.
—Disculpe —dije con la respiración acelerada— , pero no acabo de entender de qué me está hablando.
—Vaya, creía que lo sabías. Marcus me dio a entender... y luego tu padre... pensé que él te lo había contado. El hecho de que vinieras a Harvard dejaba claro que estabas de acuerdo.
—Pues le puedo asegurar que mi padre olvidó mencionar ese detalle cuando me obligó a venir aquí —dije soltado toda mi rabia.