Pase Lo Que Pase

CAPÍTULO 26

Desperté con una fuerte sensación de pesadez en mis ojos. Parpadeé varias veces para abrirlos, pero hasta eso me costó trabajo. Los podía sentir inflamados y pesados, igual que mi cabeza, que estaba embotada. Con gran esfuerzo me arrastré fuera de la cama. Un poco desorientada, llegué hasta lo que parecía ser un espacio abierto que recogía el salón el comedor y la cocina; el punto de luz que entraba por los amplios miradores, los cuales daban unas fantásticas vistas del río y de la ciudad. Pegado al enorme ventanal había un magnífico piano. Mi boca gesticuló un amago de sonrisa, recordando el comentario de Kira sobre el piano. Miré a mis dos amigos, que estaban sentados en la barra de la increíble cocina de diseño tomando un copioso desayuno. Dejé mi cuerpo caer sobre la silla y miré a Kira. Ésta me regaló una sonrisa y me ofreció una taza de café.

—Gracias —dije con la voz rasposa.

—De nada. Tómate esto —dijo señalando dos aspirinas que había dejado en la barra—. Tienes un aspecto horrible.

—Gracias Kira, tú sabes cómo subirme la moral, pero es cierto, me siento fatal —dije con tono cansado.

—Tengo que comentarte algo. Sé que no te va a hacer mucha gracia y creo que te va a dar un fuerte dolor de cabeza, por eso también lo de las aspirinas. Prometo que será rápido —dijo sin coger aliento—. Marcus ha estado toda la noche llamándonos a nuestros respectivos móviles. Esta mañana Paul y yo conectamos nuestros teléfonos y, nada más abrir la bandeja entrante, teníamos un sinfín de llamada y varios mensajes de voz. Solo quería saber dónde estabas y si te encontrabas bien. Parecía realmente agobiado, así que Paul ha tomado la decisión y le ha puesto un mensaje en el que le dice que estás bien, dentro de lo que cabe, pero que no puede decirle dónde estamos ya que de momento no quieres saber nada de él; que ahora mismo lo mejor es dejarte algo de espacio, ya que no estás demasiado receptiva.

— ¿Y qué ha ocurrido? —pregunté con ansiedad.

— Bueno, el mensaje ha sido recibido y leído, nos ha puesto un “Ok. Gracias por cuidarla”, y ahí termina todo —explicó Kira.

Yo enmudecí. Miré las impresionantes vistas para evitar que mis amigos vieran cómo mi mirada se había tornado vidriosa y cómo hacía un esfuerzo enorme por tragarme las lágrimas que pugnaban por salir como un río de lava quemando mis ojos. Suspiré, intentando recobrar el control de mis emociones, guardando todo ese daño y dolor que te produce la traición del ser amado, para centrarme en otro tipo de traición y dolor como era el paterno filial. Ése, por extraño que me pareciera, ya no me dolía. Lo único que me producía era una necesidad de venganza, de sacarlo de mi vida de una vez por todas. Ese que se hacía llamar mi padre no me había dado ni una sola muestra de afecto nunca. En las raras ocasiones en las que había intentado hablar de esto con mi madre ella insistía en que él era así porque sus padres fueron igual con él, pero que nunca dudara de que mi padre me amaba. Pensé en cómo reaccionarían mi madre y mi abuela cuando se enteraran de lo que había hecho. Sonreí pensando en el menú de excusas tontas que mi madre utilizaría para justificar lo injustificable; las que yo denominaba las excusas de tarta de fresa. Pero esta vez lo sentía por mamá, porque no habría una excusa suficientemente grande para tragarse tal patraña. Desde ese momento centré todos mis pensamientos en vengarme de mi padre, recreándome en cómo iba a disfrutar de ese momento.

 —Paul me ha explicado su plan y creo que puede funcionar —me explicó Kira.

—Antes tengo que  preguntarte, Lia: ¿estas segura que quieres vengarte de tu padre?

—Claro que quiero, Paul, pero lo veo difícil. Admito sugerencias: mi mente se ha quedado sin ideas.

—No te  preocupes, Lia, nosotros te ayudaremos, pero te necesitamos despierta. Te recuerdo que fuiste tú la que decidiste venir aquí para decirle a la cara lo que podía hacer con ese asqueroso contrato, y recordarle que, aunque sea tu padre, eso no le da derecho a venderte como si fueras mercancía.

—¿Qué padre vende a su hija como si fuera ganado, Kira? ¿Quién hace eso? —mi voz sonó quebrada al terminar la frase.

—Tristemente, en este mundo de dinero no es algo tan extraño.

—Este tu mundo apesta. ¿Eso quiere decir que tus padres también tienen algún tipo de acuerdo firmado para casaros a Yoko y a ti?

—No, gracias a dios. Mis padres siempre han dejado muy claro que se oponen totalmente a ese tipo de cosas, pero en su caso es lógico. Mi padre conoció a mi madre en la universidad. La familia de mi madre no era pobre pero no se codeaba con la clase social de mi padre, que era de un nivel más elevado. Mis padres se enamoraron como dos pánfilos y, aunque en un primer momento la familia de mi padre se opuso, al final superaron todas las barreras y mi abuelo paterno dio su consentimiento. Yoko y yo somos afortunados: nuestros padres siempre nos han dicho que nos dejaban plena libertad para elegir a nuestro compañero en la vida. Puedo asegurarte que mis padres no son muy fans de este tipo de acuerdos, aunque respetan a cualquiera de su entorno que lo haga, y créeme sé de unos cuantos.

—Es repúgnate. En serio, esa gente es muy rastrera: comercian con sus hijos como si fueran objetos que venden al mejor postor. ¡Es asqueroso!

—Créeme querida, no es nada personal: son negocios, como ellos suelen decir. —dijo con tono esnob.

—¡Aman más sus fortunas que a sus hijos!—soltó Paul con asombro— . Cielo, no sabes cuánto me alegro de que tus padres no sean así.

—Créeme, yo también —dijo Kira dando un suave beso a Paul en los labios.

—Chicos, me alegro de que estéis tan felices y enamorados, pero todavía no me habéis explicado cuál es el plan. No sé qué tenéis pensado, pero no contéis con que pueda daros mucha información, ni siquiera sé dónde está la oficina de mi padre.

—Eso está resuelto. Mientras estabas durmiendo hice algunas llamadas y ya tenemos la dirección y sabemos que en este momento tu padre se encuentra en la ciudad.




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