Pase Lo Que Pase

CAPÍTULO 30

Desperté sintiendo la cabeza embotada. Tenía la boca pastosa y la lengua acartonada. Parpadeé varias veces para poder abrir los ojos. Cuando conseguí ver con claridad, no supe reconocer el sitio en donde me encontraba. Estaba en una especie de habitación grande y bien amueblada. Enfrente de mí  se encontraban una cama de matrimonio, dos mesitas de noche y, sobre ellas, unas lámparas modernas. Una de ellas estaba encendida. Centré mi atención en la silla donde estaba sentada para ver que tenía ambas manos y piernas atadas a las patas y antebrazos. Tiré con fuerza, intentado aflojar las cuerdas. El esfuerzo agudizó el dolor de cabeza y la pesadez que sentía se hizo más presente. Maldije en silencio, sin entender qué estaba pasando: esto tenía que ser cosa de mi padre. Maldije de nuevo y miré con más atención la habitación, intentando encontrar una salida. A mi derecha se encontraban unos amplios ventanales con vistas al mar.

Estaba amaneciendo. Volví a tironear con más fuerza de las cuerdas, pero éstas no cedieron ni un milímetro. Un grito de frustración estuvo a punto de salir de mi garganta. Lo contuve a tiempo: no quería llamar la atención de mis secuestradores. Porque estaba claro que me habían secuestrado. Sentí cómo mi estómago se contraía de miedo. Intenté relajarme. Pensé que no se saldrían con la suya. Kira tenía órdenes y eran bastante claras: si en una semana no me ponía en contacto con ella, debía filtrar la información a todos los medios y subir el video a las redes sociales para que se propagara como la lumbre.

 La puerta de entrada quedaba en la pared de mi izquierda. Miré hacia el ventanal, escudriñándolo con detalle, para darme cuenta de que era una ventana corrediza. La luz había aumentado gradualmente y el sol salía por el horizonte. Pensé con lógica: en algún momento mi secuestrador tendría que venir a ver cómo me encontraba, además de atender mis necesidades; sería en ese momento cuando tendría que actuar con rapidez, bloqueando a mi enemigo. Me acordé de Pam: no sabía qué le había pasado, si la habían dejado allí o también la habían secuestrado. Lo más sensato era pensar que Pam había corrido la misma suerte que yo. Mi corazón comenzó a correr desbocado solo de pensar que mi padre pudiera ser el artífice de todo eso, aunque por otra parte tenía mis dudas de que llegara a hacer todo eso. ¿Y si no había sido mi padre? La puerta del cuarto se abrió de repente interrumpiendo mis pensamientos. No pude evitar dar un respingo involuntario ante la inesperada visita, pero me recuperé con rapidez y me enfrenté al extraño que ya había cerrado la puerta. Se quedó parado en mitad de la estancia, la cual todavía se encontraba en penumbra. Eso me impidió ver con claridad su rostro. La figura seguía quieta en la seguridad de las sombras, observándome sin decir palabra. Mi respiración se aceleró e intenté, de alguna manera, controlar el temblor de mi cuerpo. La sombra seguía sin moverse. Una voz profunda se hizo eco en el cuarto. Sonaba extraña y algo distorsionada.

—¿Te encuentras bien? —dijo el hombre con voz lenta y grave.

—¿Quién eres y qué quieres de mí? —pregunté con tono firme.

—No voy a hacerte daño. No tienes por qué tener miedo.

—Te manda mi padre, ¿verdad? Ese cabrón no me va a dejar en paz.

—Te equivocas, no sé quién es su padre.

—Entonces, ¿quién te ha mandado hacer esto?

 —Un amigo me pidió que lo hiciera.

—¿Y se puede saber quién es ese amigo y qué quiere de mí?

—Solo hablar contigo.

—Mira, esto es una locura. Tu amigo tiene una morbosa manera de querer hablar con la gente. Y, ¿de qué quiere hablar conmigo? — pregunté algo histérica, porque todo aquello me estaba sacando de quicio.

—Quiere hacerte algunas preguntas y necesitaba un rato a solas contigo. Una vez que contestes a sus preguntas, te podrás marchar.

—¿Quieres decir que no me vas a retener? —dije algo sorprendía.

—Si contestas a sus preguntas podrás irte. Serás libre.

—¿Y mi amiga Pam?, ¿qué han hecho con ella?, ¿la dejaron allí?

—No, me temo que la tuvimos que traer con nosotros. Era demasiado arriesgado dejarla allí. Pero no te preocupes: ni a ti ni a tu amiga os pasará nada. Una vez que contestes a las preguntas os podréis ir  —soltó, acercándose a mí.

Mis ojos estaban abiertos como platos, en parte por el miedo y en parte por la curiosidad de ver el rostro de mi secuestrador. Cuando el hombre salió de la penumbra, una ola de decepción me invadió. El rostro estaba tapado por un pasamontañas, dejando ver solo sus ojos. Por eso su voz sonaba extraña. El hombre se arrodilló frente a mí y comprobó las cuerdas atadas. En ese momento la luz del día ya era plena. Su mirada azul se clavó en mis ojos con intensidad. Un chispazo surgió en mi cabeza. ¡Esos ojos!

—¡ Marcus! —grité llena de rabia—. ¿Eres tú?

No dijo nada. Se quitó el buzo, dejándome ver el rostro del hombre que había amado y me había destrozado el corazón. Me quedé muda del asombro. No me lo podía creer. Intenté, con todas mis fuerzas, soltar mis manos y pies de las ataduras, mientras gritaba como una posesa.

—¡Maldito cabrón!, ¿cómo te atreves a secuestrarme? Suéltame ahora mismo. Tú y yo no tenemos nada que hablar.

—Lia, cálmate. Tú me has obligado a hacer esto.

—¿Qué?, ¿yo qué? Tío, lo tuyo es increíble. ¡Qué manera de tirar balones fuera! Ahora resulta que la culpa de todo la tengo yo. Marcus, suéltame ahora mismo, o te juro que te vas a arrepentir.

—No, Lia. Tú me has obligado a hacerlo. Si no hubieras salido huyendo de mí y me hubieras dejado darte una explicación, ahora no estarías en esa situación. Tu cabezonería me ha obligado a tomar medidas drásticas. Y lo digo muy en serio, Lia: hasta que no me escuches, no pienso soltarte.

—Ja, y yo me lo creo. Te has confabulado con mi padre para obligarme a cumplir el contrato, ¿verdad? Pues ya le puedes decir que no me voy a casar contigo. Y si me obliga a cumplir ese estúpido acuerdo, va a pagar las consecuencias. No quiero hablar con un traidor, embustero y embaucador. ¿No eras tú el que decía que tus padres no obligarían a sus hijos a casarse por conveniencia? —dije escupiendo las palabras.




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