Pasión Escalofriante

Capítulo 5: La primera noche

Julián no dijo nada cuando sus labios se despegaron de los míos.
Solo me miró, como si estuviera contemplando algo sagrado.
Y tal vez, en ese momento, lo era.

Me acarició la mejilla con el dorso de la mano, y sentí cómo mi cuerpo respondía con un leve temblor. No por miedo. Sino por el peso de ese instante: lo que venía después ya no tendría regreso.

—¿Quieres quedarte esta noche? —preguntó, sin urgencia.

No lo pensé. Solo asentí.

Él se levantó, fue hasta la cocina y apagó la luz. Luego volvió, me ofreció su mano y me condujo por un pasillo corto hasta su habitación. Todo era sobrio, masculino, pero con detalles inesperadamente cálidos: una vela encendida en la mesa de noche, un libro de poemas de Benedetti sobre la cómoda, una manta tejida a mano a los pies de la cama.

Me senté al borde. Él también.

Nadie hablaba. No hacía falta.

Me quitó la chaqueta con lentitud. Sus dedos recorrieron mis brazos como si me leyera en braille. Me desabrochó los primeros botones de la blusa, sin apresurarse, mientras sus labios exploraban mi cuello con una mezcla de hambre y veneración.

Yo cerré los ojos.
Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí segura desnuda.

No de ropa.
De miedo.
De historia.

Sus manos eran cálidas, atentas, firmes. Y cuando sus labios se encontraron con los míos por segunda vez, todo fue distinto. Ya no era solo tensión. Era entrega.

Nos desnudamos sin prisa.
Como si cada capa fuera también una confesión.

Él besó mis hombros, mis clavículas, mi espalda. Yo recorrí su pecho con las yemas de los dedos, sintiendo la textura de su piel, el ritmo de su respiración, la verdad de su deseo.

No hubo sobresaltos.
Ni urgencia.
Solo un fuego que crecía lento, pero sin pausa.

Cuando finalmente nos unimos, el mundo afuera dejó de existir.

Todo fue susurro.
Movimiento.
Latido.

Nuestros cuerpos hablaban un idioma sin gramática, pero perfectamente entendido.

Y cuando terminó, cuando el sudor se convirtió en piel tibia y los jadeos en respiraciones acompasadas, él me abrazó por la espalda, y murmuró:

—Gracias por confiar en mí.

Yo solo apreté su mano contra mi pecho y pensé:
Este es el tipo de noche que no se olvida…
Nunca.




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