La tarde estaba bañada en sol.
Una de esas raras bendiciones que Medellín regala cuando menos lo esperas.
Habíamos decidido alejarnos del ruido, de la ciudad, de todo.
Julián me propuso ir a Santa Elena, “a respirar otro aire” —dijo— y yo, por primera vez en mucho tiempo, sentí que quería acompañarlo sin plan, sin excusa, sin miedo.
La carretera se extendía como una cinta entre las montañas, mientras la música flotaba suave por los parlantes del auto. Él tarareaba algunas letras. Yo me limitaba a mirarlo de reojo, sin que se diera cuenta. Había algo fascinante en verlo desprevenido. En su risa franca. En la forma en que sostenía el volante como si guiara algo más que un carro… como si me cuidara a mí también.
—¿En qué piensas? —preguntó de pronto, atrapándome.
—En que si alguien me hubiese dicho hace un mes que estaría aquí contigo, probablemente me hubiese reído.
—¿Y ahora?
—Ahora... no quiero que se acabe este día.
Llegamos a una pequeña finca donde se podía montar a caballo, caminar entre flores silvestres, o simplemente acostarse en una manta bajo el cielo. Optamos por esto último. Y fue perfecto.
Él sacó de su mochila una botella de vino, queso, unas uvas y pan artesanal.
Yo lo miré, entre divertida y enternecida.
—¿Planeas enamorarme con comida?
—No. Eso sería muy básico —respondió sonriendo—. Planeo enamorarte con el silencio. Si puedes estar conmigo sin que haya necesidad de hablar… entonces estamos en algo real.
Me reí.
Él tenía razón.
Nos acostamos uno al lado del otro.
Él con las manos detrás de la cabeza, yo con la cabeza apoyada en su pecho, escuchando los latidos que ya empezaban a serme familiares.
—¿Sabes qué me gusta de ti? —murmuró de pronto.
—Dímelo.
—Que no te escondes cuando ríes. Muchas personas lo hacen. Tú no. Ríes con los ojos, con la boca, con todo el cuerpo. Es como si en ese instante nada más importara.
Me quedé en silencio, sin saber qué responder.
Entonces, simplemente me giré sobre él, lo besé en la comisura de los labios y le dije:
—Y a mí me gusta cómo me miras… como si pudiera caerme a pedazos, y aún así te quedarías para recoger cada parte.
Nos quedamos allí hasta que el sol comenzó a caer.
Y por primera vez desde hace años, sentí que estaba construyendo algo real.
Sin máscaras.
Sin prisas.
Solo nosotros… en una tarde cualquiera, que ahora sé que recordaré siempre.
Editado: 17.06.2025