Pasión Escalofriante

Capítulo 10: El nombre que no esperaba escuchar

Volvimos de Santa Elena con el alma liviana.
Había algo en Julián que lograba desarmar mis muros sin derribarlos.
Me dejaba ser, sin exigencias.
Y eso, para alguien como yo, era un lujo extraño… casi inédito.

Al llegar a mi apartamento, me ofreció acompañarme a subir. Pero por alguna razón, le pedí espacio. No porque quisiera alejarme, sino porque necesitaba procesar la quietud. A veces, la paz también asusta.

—¿Estás bien? —me preguntó con una sonrisa suave, mientras sostenía mis llaves en la mano.

—Sí. Solo necesito un baño largo y estar un rato conmigo.

—¿Seguro no estás huyendo?

Le sonreí con ternura.
—No. Esta vez, me estoy quedando… solo que en mí.

Me besó la frente y se fue.

Subí al apartamento, me quité los zapatos, encendí una vela y me preparé un té de jengibre. Fue justo en ese momento, con la taza en la mano y la playlist sonando suave desde el celular, cuando sonó el timbre.

Me acerqué sin pensar demasiado. Al abrir la puerta, el mundo se detuvo.

—Hola, Val.

La voz, aunque más grave, era inconfundible.
El rostro, ligeramente más delgado, pero intacto en su capacidad de removerme.

Era Édgar.
El hombre que me dejó una semana antes del altar.
El que había roto mi mundo sin mirar atrás.

No supe si cerrar la puerta o gritar.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté con una mezcla de furia, miedo y temblor.

—Te vi en una conferencia. No sabía que estabas aquí. Llevaba semanas dudando si escribirte o no. Pero necesitaba verte. Aunque sea cinco minutos.

—¿Para qué?

—Para pedir perdón —dijo, sin rodeos.

Me reí, incrédula.
—Tres años tarde.

—Lo sé. Pero hay cosas que uno no comprende hasta que está solo. Hasta que mira hacia atrás y entiende lo cobarde que fue.

—¿Y qué quieres ahora, Édgar? ¿Redención? ¿Que te diga que todo está bien para que duermas tranquilo?

Se quedó en silencio.
Y su silencio me dolió más que cualquier palabra.

—Solo quiero que sepas que te amé. Que te sigo amando. Que no he podido olvidarte. Y que… si hay una mínima posibilidad de que tú tampoco me hayas olvidado, estoy dispuesto a luchar.

Quise responderle.
Gritarle.
Abofetearlo.
Abrazarlo.
No supe cuál impulso era más fuerte.

Pero lo que sí supe… fue que en ese momento, mi presente —Julián— estaba en riesgo de colapsar por culpa de un fantasma que ya no debería doler.

Esa noche no dormí.
Miré el techo durante horas, con los ojos abiertos… y el corazón dividido.




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