Dormí poco.
Bueno, en realidad, no dormí.
Apenas cerraba los ojos, la imagen de Édgar en mi puerta se repetía como una maldición.
La forma en que pronunció “Val”.
Esa palabra, en su voz, había sido mi universo una vez.
Desperté —o me rendí, más bien— con la primera luz de la mañana colándose entre las cortinas. La ciudad seguía viva allá afuera, implacable, indiferente a lo que dentro de mí ardía.
Tomé el celular.
Tenía dos mensajes de Julián:
Buenos días, Val. Espero que hayas descansado.
¿Desayunamos juntos? Tengo café y ganas de verte.
Lo leí. Y no supe qué contestar.
¿Cómo decirle que la persona que me partió el alma había vuelto sin avisar?
¿Cómo explicarle que mi cuerpo tembló, no de deseo, sino de un dolor que creía sepultado?
Marqué el número de Camila, mi mejor amiga.
Ella siempre había sido mi brújula emocional.
—¿Hola? —respondió con voz de dormida.
—¿Tienes café?
—Siempre. ¿Estás bien?
—No.
Veinte minutos después, estaba en su apartamento, envuelta en una sudadera, con el cabello recogido y la mirada pérdida.
Le conté todo.
Cada palabra.
Cada expresión de Édgar.
Cada confusión mía.
Camila me escuchó sin interrumpir. Luego, como quien acaricia sin tocar, dijo:
—No estás mal por sentir, Val. Te dolió. Y cuando algo nos rompe de verdad, no desaparece de un día para otro… incluso cuando ya hay alguien más.
—Pero Julián no se merece esto. No se merece mi silencio.
—¿Y tú? ¿Te mereces cargar con esta culpa sin entender primero lo que sientes?
Guardé silencio.
Una lágrima se deslizó sin permiso.
—¿Y si Édgar removió algo que no sabía que aún estaba ahí?
—Entonces es momento de enfrentarlo. Pero no sola.
La miré. Y lo supe.
No podía seguir callando.
No podía dejar que el miedo dirigiera mi vida.
Esa noche, decidí ver a Julián.
Invitarlo a casa.
Hablar.
Porque si algo había aprendido en los últimos días, es que el amor sano no exige perfección, pero sí verdad.
Cuando abrí la puerta, Julián me abrazó antes de que pudiera decir nada.
—Te sentí lejana —susurró.
—Porque lo estaba… por algo que necesito contarte.
Me miró, sin reproche. Solo expectante.
Respiré profundo.
—Mi ex vino a buscarme. Anoche. Después de tres años.
Julián no se movió. Solo me sostuvo la mirada.
—Y removió algo en mí. No quiero mentirte. No sé aún qué es. Pero estoy aquí. No huyendo. Y eso… eso es nuevo para mí.
Él asintió. Luego me tomó la mano, la besó, y dijo:
—Gracias por no callarlo.
Esa noche no hicimos el amor.
Nos miramos.
Nos dijimos verdades.
Y entre palabras y pausas…
empezamos a construir un amor que ya no huye del pasado,
sino que aprende a vivir con él.
Agradezco que me agregen a la biblioteca y
me sigan, así sabran cada vez que atualizo.
Editado: 16.07.2025