Pasión Escalofriante

Capítulo 12: Escapar para quedarnos

Fue idea de Julián.
Una tarde cualquiera, mientras hablábamos por teléfono, dijo:

—¿Te gustaría ir al Eje Cafetero conmigo este fin de semana?

—¿Así, sin más?

—Así, sin más. A veces, lo que necesitamos no es pensar, sino movernos. Respirar en otro lugar.

Acepté.

Tres días después, íbamos por la autopista hacia Manizales, con maletas pequeñas y la playlist que él había titulado “Por si te quedas”. Y aunque no lo dijo, su gesto tenía un mensaje sutil: quiero que esto dure.

El paisaje era otro lenguaje.
Cafetales ondulantes, montañas que se abrazaban entre brumas, y ese aire fresco que parecía limpiar las partes del alma que uno no sabe que están sucias.

Nos hospedamos en una finca antigua, de esas con corredores de madera, hamacas colgando y olor a café recién tostado. Había pocas habitaciones, casi ningún ruido, y un silencio que no pesaba: acariciaba.

—Esto parece sacado de un sueño —le dije, apoyada en su pecho mientras nos mecíamos en una hamaca doble.

—Y tú pareces sacada de una historia que quiero escribir.

Me giré para mirarlo.

—¿No temes que esto sea muy rápido?

—Temo más a lo que no se dice.
—¿Y si me rompo de nuevo?

—Entonces te ayudaré a recoger cada pedazo.

Esa noche cenamos en el jardín.
La mesa tenía velas, y el cielo estaba tan despejado que contábamos estrellas en voz baja.
Después, caminamos entre árboles hasta una quebrada cercana.
Nos sentamos en una roca, sin más luz que la de la luna.

Fue allí donde me besó de nuevo.
No como quien desea.
Sino como quien elige.

Sus manos rodearon mi cintura, y sus labios encontraron los míos con una suavidad que me hizo temblar.
No era urgencia.
Era ternura.
Era la certeza de que el cuerpo también puede ser un refugio.

Nos quedamos allí, abrazados, hasta que el frío nos obligó a volver.

Esa noche, hicimos el amor con una calma que me sorprendió.
Sin prisas.
Sin máscaras.
Solo respiraciones que se alineaban, suspiros que se confundían con los míos, y caricias que decían: estoy aquí, contigo, ahora.

Dormimos desnudos, entrelazados, sin hablar mucho.
Pero esa noche, entendí algo.
Édgar pertenecía a una parte de mi historia.
Julián, en cambio, estaba escribiendo el capítulo en el que por fin decido quedarme.

Agradezco me sigan, y me agregen en sus bibliotecas.




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