Pasión Escalofriante

Capítulo 17: Las palabras que aún nos debíamos

Lo pensé durante dos días.
La carta me pesaba en la mesa de noche como si tuviera piedras adentro.
No podía seguir avanzando sin cerrar esa puerta con mis propias palabras.

Así que le escribí a Édgar.

Necesito hablar contigo. Solo eso. No promesas ni reproches. Solo un café y una verdad cara a cara.

Respondió en minutos:

Cuando quieras. Estoy listo. Te debo eso. Y más.

Nos encontramos en una pequeña cafetería en El Poblado.
El lugar tenía luz cálida y olor a pan recién horneado.
Él llegó antes que yo, como siempre.

Vestía más sencillo, más liviano.
Los ojos más oscuros, pero menos tormentosos.

—Hola, Val —dijo con una voz que ya no era del todo mía.

—Hola.

Nos sentamos.
No nos abrazamos.
No hubo drama.
Solo dos personas compartiendo los restos de algo que alguna vez fue fuego.

—Gracias por venir —dijo.

—Gracias por la carta.

Se hizo un silencio largo. No incómodo, pero sí denso.

—¿Por qué me la enviaste justo ahora? —pregunté, sin rodeos.

—Porque me atreví a mirarme con honestidad. Y al hacerlo, vi lo mucho que te fallé. No quería que pasaran años con esa herida abierta entre nosotros.

Asentí.

—Estuve rota mucho tiempo, Édgar. Me culpé por todo. Por no “rescatarte”, por no ser suficiente para que tú te quedaras.

—Lo sé. Y eso me duele más que cualquier cosa. Que hayas cargado con una culpa que no era tuya. Yo fui injusto. Y no sabía cómo amarte sin destruirte.

Bajé la mirada. Las palabras pesaban, pero también liberaban.

—No quiero volver —aclaré—. Pero necesitaba mirarte y decirte que ya no te odio. Que me solté de ti hace tiempo, aunque no lo supiera del todo hasta ahora.

Él sonrió con tristeza.

—¿Y estás bien? ¿De verdad?

—Sí. Conociendo a alguien bueno. Muy bueno. Estoy aprendiendo a confiar. A elegir.

Édgar asintió.

—Te mereces eso. Siempre te lo mereciste.

Cuando nos despedimos, no lloré.
No temblé.
Le deseé lo mejor, con el alma.

Y mientras caminaba de regreso a casa, sentí algo nuevo: ligereza.
Como si por fin una parte de mí que vivía en sombras se hubiera rendido a la luz.

Esa noche le escribí a Julián:

Lo vi. A Édgar. Cerré ese capítulo, de verdad. Y ahora sí, Julián… siento que puedo escribir el nuestro sin miedo.

Su respuesta fue un audio, con la voz más suave que le he escuchado:

—Gracias por dejarme acompañarte incluso en lo que no fue mío. No sabes lo feliz que me hace saberte libre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.