Pasión Escalofriante

Capítulo 19: Donde el silencio nos nombra

El viaje lo planeó Julián.
Me mandó la ubicación por mensaje: “Empaca poco. Lleva ropa cómoda. Confía.”
Y yo confié.

Cuando bajamos del avión y comenzamos a subir por las carreteras serpenteantes hacia Barichara, algo en mi pecho se alivió.
La ciudad quedaba atrás.
La prisa. Las heridas. Las palabras no dichas.
Todo se disolvía con el viento seco que entraba por la ventanilla.

Llegamos al final de la tarde.
El cielo estaba pintado de naranjas y lilas.
El pueblo olía a historia y a tierra mojada.
Nos hospedamos en una casa colonial con patio interno, hamaca y una ducha al aire libre que se volvía poesía bajo las estrellas.

—No hay plan —dijo Julián, descalzo y con la sonrisa más libre que le he visto—. Solo estar.

Y estuvimos.
Sin agenda.
Sin celular.
Sin máscaras.

Caminamos por las calles empedradas sin rumbo.
Desayunamos arepas de maíz pelao con café campesino.
Visitamos una galería escondida donde una artista local nos pintó un retrato espontáneo en acuarela.

—Parecen enamorados de verdad —dijo, sin conocernos.

Nos miramos.
Y no dijimos nada.
Porque lo éramos.
Pero en voz baja. En el idioma que solo se habla con la piel.

Una tarde, sentados en la cima del mirador, Julián me tomó la mano:

—¿Alguna vez pensaste que el amor pudiera sentirse así?

—¿Así cómo?

—Como una paz que también vibra. Como un deseo que no necesita prisa.

Me recosté en su hombro.

—No. Pero ya no quiero otra forma de amar.

Nos quedamos en silencio.
Mirando el horizonte.
Respirando sincronizados.

Esa noche, hicimos el amor sin hablar.
Solo con gestos, miradas y caricias.
En esa habitación de barro y madera, el mundo se volvió piel.

No fue solo placer.
Fue intimidad.
Fue verdad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.