Pasión Escalofriante

Capítulo 27: Mis pasos en Madrid

Una mañana, le dije:

—Hoy no me esperes para almorzar. Quiero caminar sola.

—¿Estás bien?

—Estoy creciendo.

Julián sonrió. Me besó la frente y se despidió.

Salí sin mapa. Sin rumbo.
Solo con mis auriculares, una libreta pequeña y el abrigo que olía a su colonia.

Madrid me habló en otro idioma ese día.
No el español que ya conocía, sino el lenguaje de las esquinas, los olores, los acentos que no eran míos.

Pasé por el Rastro, toqué telas, leí postales antiguas.
Una anciana me vendió un cuaderno de tapas de cuero y me dijo:
—A veces hay que escribir los comienzos, aunque no sepamos aún el final.

Seguí caminando.
Vi parejas besándose, niños corriendo, guitarristas en las plazas.
Y pensé: ¿Podría yo, sin Julián, amar esto también?

Entré a una librería pequeña.
La dueña tenía acento argentino.

—¿Buscas algo en particular?
—Una historia que me encuentre —le dije.

Me recomendó una novela sobre mujeres que migraban por amor… y por sí mismas.
Compré el libro.
Pero compré también la idea de que tal vez podía imaginarme aquí, no como invitada, sino como autora de mi propio capítulo.

Al atardecer, volví al apartamento.
Julián me esperaba con vino y música suave.
Lo besé largo.
Y le dije:

—Hoy sentí que Madrid no solo te pertenece a ti.
También empieza a hablarme.
Empieza a seducirme.

—¿Te está gustando?

—Todavía no es amor… pero me intriga. Y eso ya es un comienzo.

Nos abrazamos en silencio.
Y esa noche, lo hicimos con una mezcla de ternura, decisión y deseo maduro.
Como dos adultos que ya no solo se eligen por pasión, sino también por proyecto.

LOS INVITO A SEGUIME, AGREGARME A LA BIBLIOTECA Y ME PUEDE ENVIAR MENSAJES COMO LES PARECE LA NOVELA.

GRACIAS POR SEGUIR LEYENDOLA




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.