El tren a Barcelona salió a las 7:05 a.m.
Julián me besó en la frente antes de irse.
—Vuelvo en tres días —dijo.
—Haz lo que tengas que hacer. Y hazlo sin pensar en mí.
Él asintió. Pero en sus ojos vi el dilema.
Y en los míos, la paz de dejarlo ir sin miedo.
Volví a casa. Silencio.
El sofá vacío. La taza extra que no usé.
Y al mismo tiempo… un espacio enorme para mí.
Escribí durante horas.
Los dedos me dolían, pero no paraba.
El manuscrito estaba tomando forma. Mi historia. Mis heridas.
Y Julián… estaba en cada página. No como protagonista, sino como testigo de mi transformación.
En Barcelona, Julián fue recibido con entusiasmo.
La agencia era moderna. El proyecto ambicioso.
Le ofrecieron un contrato estable, buen salario, liderazgo.
Pero por dentro, algo no encajaba.
En el hotel, por la noche, me escribió:
“Todo aquí se siente perfecto. Pero sin ti, nada se siente real.”
Le respondí:
“No estoy lejos. Estoy donde siempre has podido encontrarme: en ti. ¿Sabes qué quieres?”
Pasaron dos horas. No hubo respuesta.
Me fui a dormir. Con una mezcla de libertad… y nostalgia.
Al tercer día, Julián volvió.
Abrió la puerta con una maleta en la mano… y decisión en los ojos.
—¿Y bien? —pregunté.
—Dije que no.
—¿Estás seguro?
—Sí. Porque estoy cansado de huir creyendo que me estoy eligiendo.
Y esta vez, quiero quedarme y construir.
No contigo. Conmigo. Pero aquí.
Y si tú estás… mejor aún.
Me acerqué.
Nos abrazamos como si el reencuentro también fuera un nuevo comienzo.
—Yo terminé el manuscrito —le dije al oído—. Lo terminé pensando en quién soy… y en quién fui contigo.
Se separó solo un segundo para mirarme.
Y luego, me besó.
Profundo. Íntimo. Silencioso.
Esa noche hicimos el amor como si hubiéramos vuelto de un largo viaje.
Como si las versiones que habíamos sido se reencontraran con las que somos hoy.
Y en ese cruce de piel y tiempo, nos elegimos de nuevo.
GRACIAS POR LLEGAR HASTA AQUI... PRONTO ESTA EL FINAL.
Editado: 16.07.2025