El estudio estaba lleno de guiones, cafés a medio terminar y voces superpuestas.
Valeria leía escenas con la actriz que la interpretaría.
Julián discutía con los diseñadores sobre el tono visual.
Y aunque estaban en el mismo espacio, cada vez se sentían más lejos.
—Esta escena no me representa —dijo Valeria una tarde, al revisar el segundo episodio—. Han suavizado demasiado. Ya no es mi historia.
—Pero es televisión —respondió el director—. Necesitamos ritmo, arco. No podemos mostrar todo el dolor tan de frente.
Valeria apretó los dientes.
Julián, que estaba en una esquina revisando los fotogramas, intervino.
—Puedo rediseñar esa secuencia. Mostrar lo que no se dice. Lo que el cuerpo expresa sin palabras.
—¿Y tú qué sabes de lo que mi cuerpo callaba? —dijo ella, de pronto—. Tú llegaste después.
Silencio.
Todos miraron.
Y Valeria se dio cuenta de lo que acababa de decir.
Esa noche, en casa, no hablaron.
Hasta que Julián se sentó a su lado y dijo:
—No me molesta que duden de mi talento. Pero me duele que dudes de mi lugar en tu historia.
—Perdón. No fue justo —dijo ella, bajando la voz—. Solo que… esto me está sacando cosas que creía superadas.
—Entonces pongámosle nombre. A lo que duele. A lo que molesta. A lo que no queremos perder.
—¿Y si el proyecto nos separa?
—¿Y si nos revela cómo seguir juntos?
Se tomaron de las manos.
Más que miedo, había desgaste. Pero también amor.
—Esto es más difícil de lo que pensé —dijo ella.
—Sí. Pero también más real. Y no quiero hacerlo sin ti.
Y esa noche, no hicieron el amor.
No hubo caricias suaves ni besos salvajes.
Solo cuerpos cansados, abrazados en silencio, como dos guerreros al final de la batalla.
Y a veces, eso también es amor.
MUY AGRADECIDA CON CADA UNO DE LOS QUE ESTA LLEGANDO AL FINAL.
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Editado: 16.07.2025