Eva Salcedo llegó al estudio como una ráfaga.
—¡Hola, belleza de equipo! —dijo, con voz segura y ojos brillantes.
En minutos, ya estaba dirigiendo pruebas de actores, sugiriendo matices, corrigiendo tonos.
Era magnética. Eficiente.
Y tenía una energía que parecía bailar al mismo ritmo que Julián.
—Esa actriz tiene algo, pero necesita una dirección más vulnerable —le dijo Eva a Julián, en medio de la jornada.
—Totalmente. Lo estaba pensando. Podemos probar con iluminación más baja, plano cerrado, dejar que el rostro hable.
Valeria los observaba desde el otro extremo del set.
Sus risas. Sus gestos. La complicidad.
El lenguaje que compartían.
Y algo, muy dentro, empezó a doler.
—¿Te gustó Eva? —preguntó esa noche, mientras se preparaban para dormir.
—Claro. Es brillante. ¿Por?
—Solo curiosidad.
Julián la miró.
—¿Estás bien?
—No lo sé. Es que… se entienden tan fácil. Y a veces siento que yo estoy de más.
—Valeria… tú eres la raíz de todo esto. Sin ti no hay historia. No hay guion. No hay verdad.
—Pero ahora parece que todos la están moldeando… a su manera. Y tú… con Eva…
—¿Estás celosa?
Silencio.
—Tal vez un poco.
Julián se acercó. Le acarició la mejilla.
—No tienes que competir con nadie. Nadie más me toca como tú lo haces. En ningún sentido.
Ella cerró los ojos.
Pero algo no terminaba de calmarse.
Al día siguiente, Eva llegó con una nueva sugerencia para la protagonista.
—Y si en vez de llorar, solo se encierra en el baño. Se mira al espejo. Se limpia la cara. Eso también es duelo.
Valeria levantó la voz, por primera vez.
—Es una escena que viví. Yo lloré. Mucho. No me limpié. No fingí fuerza.
Eva la miró, en silencio. Luego asintió.
—Tienes razón. Gracias por recordarlo.
Pero el ambiente ya estaba tenso.
Las líneas entre ficción y realidad comenzaban a borrarse.
Y la historia real detrás de la historia… empezaba a tambalear.
AGRADECIDA...
Editado: 16.07.2025