Alaia
Recuerdo que éramos muy pequeños, un día en casa normal. Las memorias de ese día seguirán rondando una y otra vez por mi mente… Como si fuera insuficiente con la grieta enorme que había quedado en mi alma. Mi cerebro iba y venía con ese recuerdo.
Probablemente era un domingo por la mañana, habíamos jugado en el jardín y, como todos los niños pequeños, que no sabían cuidar su aspecto y disfrutar al mismo tiempo, debíamos irnos a bañar. Él me dijo que fuéramos juntos que no pasaba nada.
Algo en mi cabeza me gritaba peligro, sin embargo, no pude descubrirlo hasta después de un tiempo.
Decidí confiar, la familia nunca se atrevería a lastimarte ¿Cierto? ¿Cometía un error al confiar?
Recuerdo abrir la puerta, entrar en la regadera y que el agua mojaba nuestras ropas y nuestro cabello. Aún seguíamos estáticos, hasta que él se acercó para intentar hacer lo que mamá hacía cuando me bañaba.
Un roce.
Tal vez, dos.
Le siguió otro.
Me parecía extraño.
Mamá dice que uno no se deja tocar de extraños.
Pero él es familia.
Él no me haría daño.
La puerta se abrió.
Mamá entró.
—¡No hagas eso Robert! ¡Es una niña! —dijo mi madre y lo golpeó con una de sus manos.
Todo se puso oscuro.
…
Desde entonces, pasaron doce años. No me he recuperado del todo y, no he logrado ser la misma... Confiar es complicado. Sentir contacto físico es complicado. Aunque, ¿Quién sigue siendo el mismo después de doce años?
La casa ahora está más vacía por dentro, pero, más llena por fuera. Se convirtió en el símbolo de superación femenina, mi madre ha sobrevivido tras la partida de su querido esposo, mejor conocido como mi padre y mi hermana, le enseña al mundo desde su celular, el tipo de tendencias que debemos seguir.
Todo el mundo tiene ganas de conocerla.
¿Por qué?
Es una casa común y corriente, llena de secretos.
Hay tantas cosas que son mejores cuando las conoces de lejos y, esta familia… definitivamente entra en la categoría.
Actualmente, estoy en la universidad estudiando artes plásticas, tratando de ser lo más invisible y esperando que no lo noten.
No quiero que nadie lo descubra.
Que a la final.
No soy tan parecida al resto.
Que solo soy una chica que ha pegado sus piezas con pegamento en barra, de ese que sabes que pega un poco y que cualquier día, separará lo que ha unido.
Hasta que llegó esa llamada.
—Alaia, necesito que vengas.
Y así empezó todo.