Pasión y muerte

El día ha llegado


Hoy es una noche fresca de octubre. Me encuentro sofocada aún por el calor del día, así que decido salir al porche y refrescarme. Respiro profundamente, percibiendo los olores que le dan la bienvenida al otoño.

Todo a mí alrededor me hace recordar mi juventud. Cuando me pintaba el cabello por placer y no por necesidad, ya que las canas hacen que mis 75 años de vida sean mucho más notorios. Aún recuerdo cuando usaba lentes, porque se me veían bien y no por lo desgastado de mis ojos, ya grises y opacos por el tiempo. Mi piel ya no es de un blanco agradable, sino opaca y arrugada. Inhalo. Siento que mis pulmones ya no retienen el mismo oxígeno que antes.

Tomo asiento pensando en mi amigo, amante y esposo Robert, que ya hace tiempo que no está conmigo, lleva muerto 10 años. Probablemente, ya no existan ni siquiera sus huesos.

«¿Por qué no fui con él ese día?» pienso.

No puedo evitar recordar ese terrible suceso. Era un 20 de octubre de 2007, precisamente hoy es su aniversario. Las lágrimas brotan de mis ojos. Veo la calle vacía, no hay ni un alma vagabunda, ni siquiera los jóvenes que abusan de las bondades de la noche.

Pasaron los minutos, en los cuales me repetía una y otra vez que todo iba a estar bien, pero de un momento a otro, noto como voy perdiendo las fuerzas en mi cuerpo, pero sabía todo lo que pasaba a mí alrededor. Es como perder el control de tu cuerpo y no de la mente.

Una persona vestida de blanco se acerca a mí sin previo aviso. Toma la mecedora de enfrente y se sienta muy cerca, después coge mis manos entre las suyas, estas son cálidas como las de Robert. No siento miedo, así que levanto mi mirada, para posarla sobre su rostro, y así fue como me di cuenta de que mi amado Robert está aquí conmigo. Él vino para cumplir su promesa.

«Yo estaré contigo por siempre, no importa lo que pase, yo siempre te amaré y aunque pierda la vida, estaré contigo, aunque no me puedas ver. JAMÁS TE DEJARE» él repetía esas dulces palabras siempre que podía, hasta en el lecho de su muerte.

Él cumplió su promesa, hasta en el inicio del final, ya que esta misma noche, él me lleva tomada de la mano hacia la luz.

Lo que hay al llegar al fin de ese túnel, no lo sé. Pero yo no estoy dispuesta a perder de nuevo al amor de mi vida, así que me iré con él, lo que sí les puedo asegurar es que tengo una gran sonrisa en los labios.

Veo a todos mis familiares y los escucho. Ellos están llorando por mi ausencia, por mi inesperada muerte. Me encontraba bien de salud, cansada, pero bien. Ellos lloran buscándome dentro de un ataúd donde solo existe un cuerpo, sin vida. Me duele terriblemente verlos así.

Pero, si alguien de los que aún están vivos me puede escuchar, quiero darles mi último adiós.

«Aquí estoy, mucho más feliz en este lugar, que allá en el mundo donde lo único valioso e importante para las personas es lo material. Hijos míos, busquen la felicidad interior y no la que provoca las cosas inútiles para nuestras almas, no sufran más por mí, ahora soy mucho más feliz de lo que puedan imaginarse, siempre estaré presente en sus recuerdos. Los quiero y siempre lo haré».

 




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