Pasión y muerte

Crónica de un amante secreto

Era una hermosa noche. Alumbrada por la luna llena, decidí acudir a tu casa, como siempre, a escondidas, no quería que nadie se enterase de mi presencia y menos de mi obsesión hacia tu cuerpo, tu ser, tus labios, simplemente tú en todo tu esplendor.

Pero al rozar tu rostro con las yemas de mis dedos, me di cuenta de que tu temperatura corporal estaba por los suelos, volví a tocarte de nuevo, pero ahora con la palma de mi mano. Quería descubrir otra realidad, deseaba que todo esto fuera una tontería inventada por mi mente, pero me di cuenta de que no lo era. Desesperado, te tomé en brazos, y todas tus fuerzas se habían desvanecido. Dicen que las criaturas como yo no lloran, pero si lo hacemos, solo que son lágrimas rojas, lágrimas de sangre.

La verdad llegó a mi mente, estás muerta. Tus labios rojos se volvieron pálidos como el resto de tu piel y mi arrepentimiento crecía y crecía, más y más, hasta nublar mis pensamientos. Solo me decía «¿por qué demonios no fui egoísta?», debí de haberte convertido la noche anterior, cuando tú estabas convencida de hacerlo y ahora es demasiado tarde.

No podía evitar pensar que todo ya estaba perdido, que ella se ha ido de mi vida y para siempre. Una luz, iluminó mi negra mente, ¡MUÉRDELA!, no lo pensé, solo actué, bebí su sangre al punto de dejarla casi seca, después hice una cortada en mi muñeca y vertí la sangre en su boca, el líquido se escurrió por dentro de su garganta hasta llegar a su estómago, la espera se hizo eterna, pero la reacción que yo quería ver nunca se llevó a cabo.

Otra idea me domino, «no puedo vivir sin ella» miré hacia todas partes y encontré unas tijeras de costura. La cama era de madera y con facilidad quebré un trozo del respaldo. Este se asemejaba a una estaca. Me armé de valor, y dominado por mi desesperanza, no logré ver una leve reacción en ella, ya era demasiado tarde. Enterré la estaca en su corazón y después de ese acto, sujeté las tijeras fuertemente y me perforé la garganta, ese dolor no era nada comparado con el dolor de su perdida.

El amor te había arrancado de mis frías manos, muertas y culpables. Espero volverte a encontrar en la otra vida. 

 




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