Pasiones Ocultas [serie Ice Daggers 4]

Capítulo 4

 

 

 

Presentimientos

 

Riley enderezó su postura con orgullo al ver las miradas sorprendidas de los demás hacia ella, demostrando todo su poder Aria le había cerrado la boca a la mujer leopardo, pero esta se veía renuente a creerle.

—Transformate y lo creeré —la desafió.

Aria enseñó los dientes y las garras mientras giraba para enfrentar a la mujer.

—Nadie va transformarse —interrumpió el estirado John Wayne—. Aria Ashburn es un cambiante leopardo de las nieves legítima, alfa del clan Ice Daggers, el último de su linaje.

Su orgullo cayó al suelo, no era necesario mencionar lo último.

—No es necesario que nadie responda para verificar lo que soy —replicó Aria.

Riley vio como lentamente se sentó con toda la dignidad de una reina.

—Siguiente punto...

Riley no escuchó nada más, captó un movimiento extraño por el rabillo del ojo, un hombre alto y moreno pasó por delante de ellos y se detuvo unos metros a su derecha al lado de un joven. Tuvo una rara sensación de peligro que erizó el pelaje de su felino.

— ¿Todo está listo? —apenas lo oyó susurrar.

—Sí —respondió el otro.

—Perfecto, asegúrate de que esté todo en su lugar.

El hombre volvió sobre sus pasos y esta vez, la miró al pasar, con unos ojos negros como la noche más oscura, Riley contuvo un temblor recordando lo parecidos que eran sus ojos a los del Alfa de los White Claws.

Siguió con su vista los pasos de aquel hombre al alejarse, pero lo perdió de vista cuando se internó entre un grupo de cambiantes.

— ¡Los humanos no pueden meterse en los asuntos cambiantes!

El sonido fuerte de esa exclamación la obligó a retornar su vista a la reunión, encontró al dueño en un extremo del anfiteatro, un Alfa tigre blanco del clan Dark Fire.

—Ni siquiera pueden ayudarse a ellos mismos en sus propios asuntos —continuó con desdén.

— ¿No deberíamos intentar acercarnos en vez de aumentar la grieta que existe entre ambas razas? —sugirió un hombre a pocas sillas de distancia, un león.

—Nunca será posible —replicó el tigre—. Los humanos solo velan por su raza.

— ¡Esos son prejuicios tan malos como los que ellos tienen sobre nosotros! —Exclamó un Jaguar—. En mi clan, varios de los míos se han emparejado con humanos ¡Y permanecen felices!

— ¿Crees que se pueda hacer eso? —le preguntó en voz baja, Aiden permanecía atento al acalorado debate—. Emparejarse con humanos...

—Creo... Creo que sí, si ese jaguar lo afirma entonces debe ser cierto.

Riley miró el rostro sereno del jaguar que defendía a los humanos, se veía joven, quizás unos cuantos años más que ella, su clan Shining Souls, era de Brasil.

—No todos los humanos son tan perversos y maliciosos —continuó—. No sería justo poner todo dentro del mismo saco.

— ¿Y qué hay de Curtis Lane? —Aria habló, su voz era neutral y si mirada estaba fija en los ojos del Jaguar— ¿Y de Paul Schubertz? ¿Qué hay de los cientos de cambiantes que desaparecieron, torturaron y mataron? ¿Y del Amonium?

Un silencio sepulcral invadió el lugar, Aria recorrió con sus ojos a todos los presentes, al parecer nadie sabía nada sobre los hombres que habían cometido tan horribles actos en contra de cambiantes inocentes.

— ¿De qué hablas? —el jaguar rompió el tenso silencio.

—Paul Schubertz era un científico que inventó una droga capaz de inhibir la conciencia en los cambiantes, la llamó Amonium, Curtis Lane era un empresario corrupto que le entregaba cambiantes a Schubertz a cambio del abastecimiento propio de Amonium.

Leves murmullos se oyeron.

—Los humanos buscan controlarnos, si el Amonium todavía circula por sus mercados ocultos, ningún clan estará a salvo —añadió Sean Wells.

—Ellos no pueden confiar en nadie que no sea de su misma raza —continuó Aria—. Eso, los hace ser lo que son, humanos, que solo piensan por sus propios intereses.

Por el tono despectivo de su voz, Riley miró con un profundo asombro a su alfa, nunca creyó que Aria podía tener resentimientos hacia los humanos, en todos esos años que estuvo con ella desde que llegó al clan, siempre la había visto reaccionar de forma neutral a los problemas de los humanos. Pero, luego recordó que no la conocía del todo, y que quizás jamás lo haría.

— ¿Tienes testigos sobre lo que dices? —le preguntó John.

Aria lo miró fijamente, claramente ofendida por sus palabras.

—Sí —respondió Alexei—. Yo soy testigo, yo ayudé a liberar a esos cambiantes. —Se levantó para hablarles a todos—. Mi pareja fue víctima de esos asesinos, afortunadamente sobrevivió y sigue conmigo, ella conoce muy bien los efectos de esa droga.




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