Atentado
Riley miró estupefacta a aquellas dos gatas trepadoras que estaban esperando a algo, o a alguien, en el lobby. Podía adivinar que estaban en busca de Aiden para probar su suerte.
Lastima.
Sus miradas cargadas de odio cuando los dos aparecieron juntos, no tenían precio.
—Creo que tu club de admiradoras ha cerrado oficialmente— bromeó.
—Oh, no sabía que tenía uno— sonrió— vamos, los demás nos esperan.
Se sintió tan ligera y alegre como si estuviese caminando sobre algodón de azúcar. Aria, Alexei y Liam ya estaban afuera del hotel.
—Por fin aparecen, ya es hora de irnos.
Notó que Aria lo había mirado fijo durante unos segundos, y que Aiden le mantuvo la mirada. Su curiosidad despegó, no se había tomado el tiempo de preguntarle sobre el inoportuno llamado de Aria la noche anterior.
Alexei detuvo dos taxis, él le dio una leve mirada de complicidad mientras se subía junto con Liam y Aria, dejándoles el otro para ellos solos.
—Creo que Alexei sabe más de lo que estoy dispuesta a adivinar— dijo cuando Aiden le abrió la puerta con cortesía.
—Sólo lo justo y necesario— respondió— el resto sólo debe ser su imaginación.
—¿Imaginación?— se detuvo antes de entrar y lo miró, todavía quedaban las huellas de lo que había sucedido entre ellos la noche anterior.
—Ya lo conoces— se encogió de hombres.
—¿A dónde los llevo jóvenes?— preguntó el taxista.
—Al Instituto Superior de Arte por favor.
El taxista tuvo que aparcar a una cuadra debido a la manifestación que les bloqueaba el paso.
—Esto es inaudito— exclamó molesto— tengan mucho cuidado con los manifestantes, hay gente que no vive ni deja vivir.
Riley sonrió a pesar de que el hombre no podía verla.
—Gracias señor— le dijo mientras le entregaba el dinero— por favor guarde el cambio.
—Oh eres una dulzura— tomó el dinero con una amplia sonrisa que iluminaba su rostro moreno— tengan un buen día, y espero que todo resulte bien en el Congreso.
Al decir eso les guiñó un ojo, como si hubiese adivinado que ellos eran cambiantes, la calidez de su mirada parda le recordó a ella a los ancianos que solían visitar el orfanato.
—Muchas gracias— Aiden inclinó su cabeza en señal de respeto— tenga usted un buen día.
Como pudo, Riley bajó del auto, era frustrante para ella que todas las puertas de todos los vehículos le resultaran tan pesadas.
—Bien— dijo cuando logró tener todo su cuerpo fuera— es el último día— dejó que la puerta se cerrara con gran estruendo— vamos a ver qué sucede hoy.
—Tienes un ánimo muy positivo.
—Tengo una perspectiva diferente de las cosas— le sonrió.
—No olvides lo que debemos hacer, mantener nuestros sentidos en alerta— le dio un rápido y suave beso antes de desviar su atención a la gente que protestaba— terminemos con esto de una buena vez.
Lado a lado, caminaron por la acera, no les costó mucho llegar al edificio, pues la calle, a excepción de los manifestantes, estaba vacía.
Ninguna otra persona querría andar por ahí sabiendo que había amenaza de bomba.
Ya todos estaban en sus lugares cuando entraron al auditorio, con mucho cuidado, buscaron el lugar en el que se habían acostumbrado a quedarse.
Los agujeros extraños seguían ahí, y la luz que se colaba por las ventanas se refactaba en múltiples colores al pasar por los vidrios. Daba un interesante efecto artístico.
—Bienvenidos— habló John Wayne— a la última sesión del Congreso Mundial Cambiante.
Todos aplaudieron de pie.
—Gracias— hizo un ademán para que tomaran asiento— debido a los últimos acontecimientos hemos sufrido el acoso de los medios de comunicación y sus respectivas difamaciones. Quiero dejar en claro que este evento seguirá en pie sin importar lo que suceda.
Más aplausos y silbidos de aprobación.
—Ningun humano— continuó— podrá evitar que seamos independientes, ninguna manifestación podrá impedir que busquemos nuestra propia forma de organizarnos. Así que, sin más preámbulo, terminaremos lo que dejamos ayer y hoy veremos si tenemos una ley que nos otorgue nuestra libertad.
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Editado: 06.09.2018