Pasiones Prohibidas

Capítulo 1

Capítulo 1:

Mónica Evans:

La alarma me despierta, y gruñendo, abro mis ojos. La luz golpea mi vista con fuerza obligándome a entrecerrarlos.

-¿Qué hora es? -Bostezo, sentándome en la cama- Espero no llegar tarde.

Froto mis ojos mientras reviso mi teléfono y veo que aún es temprano. Me levanto con desánimo y camino hacia el baño para asearme. Un rato después, me vuelvo hacia el sillón de mi habitación y me recuesto.

Venga no seas perezosa, a lo mejor si ves las cosas con una perspectiva diferente tal vez las cosas mejoren.

O quizás solo sea otro día aburrido y tedioso como de costumbre.

Ay, mujer de poca fe.

Me dirijo al armario y elijo la ropa para hoy, me posiciono frente al espejo y me coloco un simple vestido corto y floreado en color amarillo chillón, lo acompaño con mi chaqueta favorita color negro. Me calzo los pies con un par de sandalias blancas y me hago una coleta alta. Así decido salir del departamento e ir a trabajar.

Hoy hace un buen día, a pesar de mis inmensas ganas de no salir de mi cama. Pues, estoy en esos días que no tengo deseos de nada.

Nunca tienes deseos de nada.

¿Para qué negarlo?

Puede que mi queridísima conciencia tenga razón y hoy puede ser el día en que las cosas cambien.

Y vaya que la tuvo.

Todo iba perfectamente bien hasta que algo interrumpe mis pensamientos. En la puerta del establecimiento hay un cartel que dice: “CERRADO”

-¡Pero si esta es la hora de apertura!

Entro apresurada y veo todo vacío a excepción del dueño del establecimiento que se encuentra sentado en la barra con unos papeles. Avanzo directo hacia él y las palabras salen de mi boca antes de pensar en que decir:

-Jefe, ¿Se puede saber qué es lo que acabo de ver en la puerta? ¿Cómo es eso de que está cerrada la cafetería? ¿Qué sucedió?

-Espera, hija, cálmate. -Me pasa un vaso con agua.

-¡No me pida que me calme y dígame que es lo que está pasando! -Exijo. Bebo un poco de agua para calmar mis nervios. Este lugar no se puede ir a la quiebra o cerrar-. Lamento mis gritos.

-Tranquila -Le resta importancia-. Mira, no te lo había dicho antes pero… desde hace meses estamos en números rojos, así que decidí vender. -Lo dice tranquilamente. ¡Ja! Está loco- El comprador va a demoler este sitio y la convertirá en una joyería.

-¡¿JOYERÍA?! -Grito exaltada y casi escupo el agua.

-Si.

-¿Pero qué vamos hacer ahora?

-No te preocupes, se te dará la indemnización correspondiente.

Eso es lo de menos. Me interesa más este lugar que el dinero. Este lugar fue mi refugio durante mis peores días, parte de mi vida está aquí. No puedo creer que vaya a cerrar.

-¿Pero no hay nada que se pueda hacer para evitarlo? -Pregunté ignorando lo último que dijo y negó- ¡Tiene que haber algo, señor del Castillo!

-No, lo siento. -Musitó mientras se le reflejaba claramente la tristeza en su rostro- Pero no te preocupes, sé de tu situación y voy a ayudarte a conseguir otro empleo, no te preocupes.

Se levanta y coloca sus manos sobre mis hombros, atrayéndome hacia él en un cálido abrazo.

-Señor del Castillo, muchas gracias por su ayuda -Susurré muy bajito, pero lo suficiente alto para que él lo escuchara-, pero no creo que eso sea necesar…

-Moni, dije que te ayudaría -Repitió mirándome con esos ojos negros penetrantes e interrumpiéndome-, por nada del mundo estarás sin trabajo ¿ok?

Asentí. Luego nos pasamos un par de horas buscando algún empleo, pero no apareció nada y me fui a casa.

**

-¡¿Qué haces, Mónica?! -Gritó Wakanda saliendo del baño para dirigirse a la cocina- ¿Estás loca o qué? ¿Cómo se te ocurre ponerle sal a las palomitas mientras se hacen?

Hizo una mueca de desaprobación.

Nos encontrábamos en mi departamento haciendo palomitas para pasar el rato, en esos dos días no encontraba empleo. Así que mi amiga se le ocurrió la brillante idea de hacer una pijamada para levantar ánimos y decidí que yo haría las palomitas, pero a mi manera.

-¡Aka! -Le reclamé mientras negaba con su cabeza qué hacía que su hermoso cabello rubio se moviera de un lado a otro- No te quejes ¿sí? Sabes que me gusta probar lo nuevo.

-¿Te gusta hacer cosas nuevas, eh? -musitó observándome de pies a cabeza con una sonrisa pícara- ¿Sabes algo? Deberías probar el se...

-¿Quieres palomitas? -La interrumpí levantando un dedo sabía dónde iba esta conversación no quería llegar a ella- Están lista, ten, aquí tienes.

Le entregué un cartucho lleno de palomitas.

-Moni… -primera dudo ni hablar, pero lo hizo-, sé que no quieres hablar del tema pero creo que…

Hice un ademán para restarle importancia al asunto.

No habló más del tema -cosa que agradezco-, no me sentía a gusto teniendo esta charla.

Nos recostamos más al sofá a ver Anabelle.

**

Había pasado un buen rato durmiendo cuando ahogué un grito en la almohada porque sentí el cabello de Wakanda sobre mi rostro... ¿Quién no se espantaría al ver de noche una peli de miedo, luego quedarse dormido y al sentir el pelo de su mejor amiga rozando su rostro? Vaya milagro que a estas alturas no se ha despertado.

Miré de reojo mi celular, tenía la pantalla encendida y estaba vibrando, me acerqué a este sin hacer ruidos y lo tomé. Me estaba llamando un número desconocido.

¿Quién llama a las 4 de la madrugada?

Anabelle.

¡Oh, que chiste más bueno, conciencia!

Lo sé.

-¿Sí? -Dije en un susurro, con intención de no despertar a Wakanda.

No suelo contestar a desconocidos pero en ese momento sentí un rayito de esperanza que me hizo hacerlo.

-¡Hola! Disculpa la hora, sé que allá en tu país es de noche -Se explicó la otra persona del otro lado de la línea-. Le llamo para preguntarle ¿si está interesada en trabajar en nuestra universidad privada como maestra de literatura? -Pasó un segundo y yo sin poder hablar, estaba en shock- ¿Señorita, sigue ahí?




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