Pasiones Secretas: Amor y Misterio

Capítulo 1: El Encuentro Inesperado

El taconeo apresurado de Mariana resonaba en la acera mientras intentaba llegar a tiempo a su entrevista de trabajo. El reloj en su muñeca parecía burlarse de ella: faltaban apenas diez minutos y aún debía cruzar dos calles llenas de tráfico. Sujetaba con fuerza la carpeta azul donde guardaba su currículum, como si ese documento pudiera abrirle de una vez la puerta a un futuro mejor.

Respiró hondo, repitiéndose a sí misma que no podía fallar. No otra vez.

La discusión de esa mañana con su madre aún le martillaba en la cabeza:

—Deja de perseguir ilusiones, Mariana. —La voz dura de doña Teresa retumbaba como un eco—. Las mujeres necesitamos seguridad, no sueños imposibles.

Mariana había apretado los labios, evitando contestar con el impulso de su orgullo. Ella no quería un matrimonio arreglado ni depender de nadie. Quería trabajar, crecer, demostrar que era capaz. Por eso estaba allí, corriendo entre bocinazos y empujones, aferrándose a esa última oportunidad.

El semáforo cambió a rojo y, sin pensarlo, Mariana se lanzó a cruzar. El chirrido de llantas la hizo congelarse. Un automóvil negro, elegante, frenó a escasos centímetros de su cuerpo.

El corazón se le subió a la garganta.

—¿Está loca? —la voz masculina, grave y molesta, la sacudió como un látigo.

Mariana alzó la vista. Tras el volante estaba un hombre joven, de rostro anguloso y perfectamente afeitado. Sus ojos oscuros la escrutaban con un brillo de fastidio, aunque había en su expresión algo más: la arrogancia de quien siempre obtiene lo que quiere.

Mariana balbuceó, temblorosa:
—Yo… lo siento.

El hombre bajó un poco más la ventanilla. Vestía un traje impecable, con la corbata ligeramente aflojada como si acabara de salir de una reunión. Su tono sarcástico la pinchó como una aguja:

—La próxima vez, mire por dónde camina. No todos tenemos tiempo para salvar imprudentes.

Mariana parpadeó, y el miedo se transformó en indignación.
—Y usted, la próxima vez, manejará con más cuidado.

Le sostuvo la mirada con un orgullo que no esperaba de sí misma, luego se dio media vuelta y siguió su camino sin esperar respuesta. El hombre quedó viéndola marchar, con una media sonrisa apenas perceptible.

Ella no lo sabía aún, pero el destino no había terminado con ese encuentro.

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La recepcionista del lujoso edificio la condujo a una sala amplia y moderna. Mariana se acomodó el cabello nerviosamente mientras repasaba mentalmente las respuestas que había preparado para la entrevista. Su reflejo en el vidrio le devolvía a una joven de veintidós años con los nervios a flor de piel y un vestido sencillo pero elegante.

Cuando escuchó abrirse la puerta, se puso de pie de inmediato.

El aire se le escapó de los pulmones.

Era él. El hombre del coche.

Daniel Álvarez. Así lo presentó la recepcionista con un respeto evidente en su tono. El director de la empresa. El mismo arrogante que casi la atropella minutos antes.

Los ojos oscuros de Daniel se clavaron en los de ella con sorpresa, y enseguida una chispa de diversión brilló en su mirada.
—Vaya, vaya… —murmuró con ironía—. El mundo es pequeño, señorita imprudente.

Mariana tragó saliva, luchando por mantener la compostura.
—Mi nombre es Mariana Rivas —contestó con firmeza—. Y estoy aquí por la vacante de asistente administrativa.

Daniel arqueó una ceja, conteniendo la risa.
—Interesante coincidencia. Supongo que el destino quiere que volvamos a cruzarnos.

Ella apretó la carpeta contra su pecho, dispuesta a ignorar la provocación. Tenía que concentrarse; esa entrevista era demasiado importante.

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Durante los siguientes minutos, Daniel se dedicó a revisar su currículum con atención. Cada tanto levantaba la vista hacia ella, como si buscara descifrarla más allá de lo escrito en el papel. Mariana se sentía expuesta bajo esa mirada penetrante, pero no bajó la cabeza.

—No tiene demasiada experiencia laboral —comentó él finalmente, recostándose en su silla—. ¿Qué la hace pensar que puede manejar un puesto como este?

Mariana respiró hondo. Era su oportunidad de demostrar quién era.
—No tengo un historial lleno de cargos, señor Álvarez, pero sí tengo algo que no se aprende en los títulos: determinación. Estoy dispuesta a aprender, a trabajar el doble si es necesario. Solo necesito una oportunidad.

Daniel la observó con seriedad. El silencio se extendió, cargado de tensión. Luego, de pronto, él sonrió de lado, esa sonrisa arrogante que parecía un reto.
—Tiene carácter, señorita Rivas. Eso es… refrescante.

El calor subió a las mejillas de Mariana. No sabía si lo decía como un elogio o una burla.

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La entrevista continuó, cada pregunta de Daniel era más incisiva que la anterior. Pero Mariana no se dejó intimidar. Respondía con firmeza, aunque por dentro sus manos sudaban y el corazón le retumbaba.

Cuando por fin la recepcionista entró a avisar que había otra cita programada, Mariana se levantó con un suspiro de alivio.

—Gracias por su tiempo, señor Álvarez —dijo con educación.

Daniel se puso de pie también. Era alto, mucho más de lo que había notado en el coche, y su presencia llenaba la sala.
—No me agradezca todavía. —Sus labios se curvaron con un dejo de misterio—. Aún no he tomado una decisión.

Mariana sostuvo su mirada con valentía.
—Entonces espero que la tome por las razones correctas.

Se giró para salir, con la frente en alto, aunque su corazón latía como un tambor.

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En cuanto cerró la puerta tras de sí, apoyó la espalda contra la pared del pasillo y soltó el aire contenido. Aún podía sentir los ojos de Daniel clavados en ella. Había algo en ese hombre que la inquietaba, que la desafiaba, pero también… que la atraía de una forma peligrosa.

—No, Mariana —se reprendió en silencio—. Esto es trabajo, no un juego.

Lo que ella no sabía era que, al otro lado de la puerta, Daniel observaba su currículum con una sonrisa intrigada. Algo en esa joven lo había sacado de su rutina. Y, por primera vez en mucho tiempo, tenía ganas de arriesgarse a descubrir más.




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