La noche caía como un manto oscuro sobre la ciudad, y con ella, la sensación de peligro se intensificaba. Mariana y Daniel habían pasado todo el día revisando documentos, mapas y fotografías, intentando entender la red que los rodeaba. Cada pista los acercaba a la verdad, pero también aumentaba el riesgo.
—Mañana será decisivo —dijo Daniel, mientras caminaban por el salón de su apartamento—. Tenemos que actuar con precisión.
Mariana asintió, aunque sentía el peso del miedo. Sabía que enfrentarse a Victoria y sus aliados no sería fácil, pero también sabía que no podía alejarse de él. Cada mirada, cada roce de manos, había construido un vínculo que ni la amenaza ni los secretos podían romper.
—Daniel… pase lo que pase, quiero estar contigo —susurró Mariana, deteniéndose frente a él.
Él la tomó del rostro con suavidad, inclinándose para besarla. Fue un beso profundo, cargado de emoción y pasión, que dejó claro que, aunque el peligro acechara, su amor podía ser un refugio en medio de la tormenta.
—Yo también quiero eso —murmuró él—. No importa lo que venga, te protegeré.
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Al día siguiente, Daniel y Mariana se dirigieron al almacén abandonado que habían identificado como el lugar de reunión de Victoria y sus aliados. La tensión era palpable: la adrenalina mezclada con el miedo hacía que cada paso se sintiera más intenso.
—Recuerda —dijo Daniel mientras conducían—, debemos actuar con cautela. No podemos permitirnos errores.
Mariana asintió, pero no pudo evitar entrelazar sus dedos con los de él. Cada roce la llenaba de fuerza y determinación. Era como si, a pesar del peligro, el contacto con Daniel le diera un escudo invisible.
Cuando llegaron, el almacén estaba oscuro, pero se escuchaban voces y risas apagadas. Daniel sacó una linterna pequeña, iluminando apenas el camino. Mariana lo siguió de cerca, sintiendo que el corazón le latía con fuerza.
—Mantente detrás de mí —susurró él, tomando su mano—. No vamos a dejar que te lastimen.
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Dentro del almacén, los hombres comenzaron a percatarse de su presencia. Uno de ellos levantó la voz:
—¡Así que vinieron! ¿Creyeron que podían esconderse?
Daniel avanzó con rapidez, colocándose frente a Mariana y preparándose para cualquier ataque. Sin embargo, en lugar de violencia inmediata, Victoria apareció en un extremo del lugar, con esa sonrisa fría y calculadora que había aprendido a temer.
—Daniel… —dijo, con voz suave pero amenazante—. No deberías haberla traído aquí.
—No temo a ti —contestó él, firme—. Y no voy a permitir que lastimes a Mariana.
Victoria soltó una risa corta, antes de retroceder ligeramente, dándose cuenta de que Daniel estaba listo para cualquier confrontación.
Mariana, a pesar del miedo, sintió una oleada de deseo y protección por él. Se acercó lentamente, entrelazando sus dedos con los de Daniel.
—No estás solo —murmuró, rozando sus labios con los de él en un beso rápido pero lleno de fuerza.
Él sonrió, y sin apartarla, susurró:
—Juntos podemos enfrentarlo todo.
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De repente, uno de los hombres intentó acercarse sigilosamente por detrás. Daniel reaccionó al instante, derribándolo con un movimiento rápido y preciso. Mariana, aunque sorprendida, no se apartó; se mantuvo firme junto a él, cada roce de sus cuerpos reforzando la conexión que compartían.
—¡No se interpongan! —gritó Victoria, visiblemente irritada—. Esto aún no termina.
Daniel se acercó a Mariana, susurrando:
—Mantente conmigo, no importa lo que pase.
El momento los hizo acercarse más, y sus labios se encontraron en un beso cargado de pasión y urgencia. Era un contacto que mezclaba miedo, deseo y determinación: un recordatorio de que, a pesar del peligro, su amor era una fuerza que los unía.
Victoria observó la escena con una expresión que mezclaba frustración y cálculo. Sabía que su objetivo no podía ser Daniel solo; Mariana era un punto débil que había subestimado.
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Mientras la tensión aumentaba, Daniel tomó la iniciativa. Con rapidez y precisión, condujo a Mariana hacia un pasillo lateral, esquivando a los hombres y buscando una salida. Cada movimiento era arriesgado, cada segundo contaba. Mariana se aferró a él, sintiendo cómo su fuerza y determinación la protegían, mientras la adrenalina recorría su cuerpo.
—Confía en mí —susurró Daniel, rozando su mejilla con los labios—. Nada te pasará.
Mariana cerró los ojos, dejándose llevar por el momento. Cada roce de sus manos, cada abrazo, cada susurro, fortalecía un vínculo que ni las sombras ni las amenazas podían romper.
Finalmente, encontraron una salida lateral y emergieron al exterior. La luz de la ciudad los envolvió, pero no había tiempo para relajarse. Victoria y los hombres seguían allí, observando desde las sombras, planeando su próximo movimiento.
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Una vez a salvo, Daniel abrazó a Mariana con fuerza, dejando que sus labios se encontraran en un beso largo y profundo. Fue un momento de pura pasión y deseo, un recordatorio de que su amor podía resistir cualquier peligro.
—Lo logramos… por ahora —dijo él, con voz ronca por la tensión—. Pero esto aún no ha terminado.
—Lo sé —respondió Mariana, apoyando su cabeza en su pecho—. Y estoy lista para seguir contigo, pase lo que pase.
El contacto físico, la cercanía y la pasión compartida reforzaban su conexión. A pesar del miedo, de las amenazas y del misterio, ambos comprendieron que su vínculo era más fuerte que cualquier enemigo.
Mientras caminaban hacia el coche, Daniel susurró:
—Mañana debemos planear nuestro siguiente movimiento. No podemos permitir que Victoria y los demás sigan jugando con nosotros.
—Y mientras tanto… —dijo Mariana, sonriendo ligeramente—. Seguiremos juntos.
Él la miró, con intensidad, y sus labios se encontraron una vez más en un beso rápido, lleno de ternura y deseo. Era un momento breve, pero suficiente para recordarles que, a pesar de todo, el amor que compartían era su refugio y su fuerza.