La noche había caído como un manto pesado sobre la ciudad, y las luces de los edificios se reflejaban en los charcos de la calle mojada por la lluvia reciente. Mariana estaba sentada en el sofá, con la foto de su madre y Victoria sobre la mesa, intentando procesar todo lo que había descubierto. Cada detalle que aparecía de Victoria parecía entrelazarse peligrosamente con su propia vida, y su corazón latía con fuerza cada vez que pensaba en Daniel.
Él entró en la sala, aún con la chaqueta mojada y el cabello ligeramente despeinado por la lluvia. La vio, silenciosa, con los ojos fijos en la fotografía.
—Mariana… —susurró, acercándose lentamente.
Ella levantó la mirada y lo vio, con esos ojos marrones que siempre parecían leerle el alma. Su respiración se aceleró, y por un instante olvidó el miedo, los enemigos, los secretos. Solo existía él.
—Daniel… —dijo ella, temblando ligeramente, no solo por el frío.
Él se sentó junto a ella, rozando su hombro, y luego su mano buscó la de Mariana. La tomó con delicadeza, pero con una firmeza que la hizo estremecerse. Sus dedos se entrelazaron, y el contacto eléctrico hizo que un calor intenso recorriera todo su cuerpo.
—No quiero que te alejes de mí, Mariana. —Su voz era baja, cargada de deseo y protección.
—Nunca… —respondió ella, apoyando su frente en la de él.
Se quedaron así unos segundos, respirando juntos, sintiendo la tensión que los envolvía. Daniel inclinó la cabeza y sus labios se encontraron de nuevo, pero esta vez el beso fue más profundo, más largo, explorando cada emoción reprimida de los últimos días. Mariana sintió cómo cada miedo, cada duda, se disolvía en la calidez de sus brazos.
Él la abrazó con fuerza, su pecho presionando el suyo, sus manos recorriendo suavemente su espalda. Mariana rodeó su cuello, acercándolo más, sintiendo que cada roce de piel creaba un vínculo imposible de romper. Fue un momento de entrega total: no había secretos, no había miedo, solo ellos.
—Te necesito —susurró Daniel contra sus labios, su voz cargada de emoción y urgencia.
—Y yo a ti —respondió ella, dejando que cada palabra fuera un juramento.
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Mariana se dejó caer suavemente sobre él, recostando su cabeza en su pecho mientras él la cubría con su abrazo protector. La sensación de seguridad era intensa, casi abrumadora, y ella se dejó llevar por la cercanía, la calidez y la pasión que emanaba de Daniel. Sus manos se encontraron, sus cuerpos se acercaron más, y por un momento, el mundo entero desapareció, dejando solo su amor en medio de la oscuridad que los rodeaba.
Pero la tranquilidad fue breve. Un ruido metálico proveniente de la cocina los sobresaltó. Daniel se separó ligeramente, sin soltar su mano, y miró hacia la fuente del sonido.
—No estamos solos —murmuró, con la mirada alerta.
Mariana sintió un escalofrío, pero no se apartó de él. Su mano seguía entrelazada con la suya, buscando la fuerza y la seguridad que él le brindaba. Daniel se levantó lentamente, tomándola con cuidado y guiándola hacia la habitación principal.
—Mantente cerca de mí —dijo, su voz firme y protectora—. Nadie nos va a separar.
Mientras revisaba la casa, Mariana se quedó observando cómo él movía cada paso con precisión, su mirada intensa y su cuerpo tenso por la alerta constante. Cada gesto de Daniel la hacía sentirse más conectada a él, más vulnerable y, a la vez, más deseosa de estar a su lado.
Después de asegurarse de que no había intrusos visibles, Daniel volvió hacia ella. Esta vez, no hubo palabras; solo un abrazo que los dejó sin aliento, más íntimo y profundo que nunca. Sus frentes se tocaron, y sus respiraciones se mezclaron mientras se sostenían mutuamente. La pasión ya no era solo un beso; era un contacto que transmitía protección, deseo y devoción.
—No sé cómo hemos llegado hasta aquí —susurró Mariana—, pero siento que no hay nada que no pueda enfrentar mientras estés conmigo.
Él la miró con intensidad, sus ojos marrones reflejando un torbellino de emociones.
—Y yo siento lo mismo, Mariana. Todo lo que venga… lo enfrentaremos juntos.
Luego, como si el mundo se hubiera detenido, se abrazaron de nuevo, esta vez más cerca, más fuertes. Cada roce de manos, cada caricia, cada presión de sus cuerpos hablaba más que cualquier palabra. Era una mezcla de amor y pasión que los unía más allá de cualquier peligro o amenaza.
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Cuando finalmente se separaron, Daniel tomó su mano y la llevó hacia la mesa, señalándole los archivos de Victoria y los enemigos que habían empezado a rastrearlos.
—Mira esto —dijo, mostrando fotos y documentos que habían aparecido en los archivos encriptados—. Todo apunta a que alguien muy cercano a Victoria aún está activo. Y lo que es peor, puede estar más cerca de lo que pensamos.
Mariana respiró hondo, dejando que la adrenalina y el miedo se mezclaran con la excitación que aún sentía por el contacto reciente con Daniel.
—Entonces debemos movernos rápido —susurró—. Y mantenernos juntos, sin importar nada.
—Exacto —dijo él, y antes de que pudiera decir algo más, la atrajo hacia él otra vez, con un beso que duró más de lo necesario, como un recordatorio de que su conexión era más fuerte que cualquier enemigo.
El mundo afuera seguía lleno de peligros y secretos por descubrir, pero en ese instante, en esa habitación, solo existían ellos dos, su amor intenso y la certeza de que, juntos, podrían enfrentar cualquier sombra del pasado.
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