Pasiones Secretas: Amor y Misterio

Capítulo 22: Sombras del pasado

El amanecer llegó con una mezcla de calma y tensión. Mariana apenas había dormido. La carta amenazante seguía sobre la mesa, y aunque Daniel había intentado tranquilizarla, el mensaje resonaba en su cabeza como un eco constante. “El pasado está despierto.” No podía dejar de pensar si eso tenía relación con Victoria… o con ella misma.

Aun así, debía cumplir con su trabajo en la empresa, fingiendo que todo estaba normal. Daniel insistió en acompañarla, aunque su verdadera intención era no perderla de vista. Desde que el sobre apareció, su instinto de protección se había multiplicado.

—No te separes de mí en todo el día —le había dicho esa mañana, mirándola con esa mezcla de ternura y firmeza que la desarmaba—. Si notas algo raro, me avisas de inmediato.

Mariana sonrió, tocándole el rostro con suavidad.
—Prometido, pero te juro que puedo cuidarme.
—Lo sé —respondió él—. Pero no quiero correr riesgos contigo, Mariana. No otra vez.

Su tono fue tan protector, tan intenso, que ella no pudo resistirse. Lo besó suavemente antes de bajar del auto, con la promesa silenciosa de que regresarían juntos, sin importar lo que pasara.

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La oficina estaba llena de murmullos esa mañana. Mariana apenas se sentó cuando notó a un grupo de compañeras reunidas junto al nuevo escritorio del área de diseño. En el centro, un joven de cabello oscuro y sonrisa encantadora saludaba a todos con naturalidad. Vestía una camisa blanca arremangada que dejaba ver unos brazos fuertes, y su manera de hablar era tan segura que llamaba la atención de todos.

—¿Y él quién es? —preguntó Mariana a una compañera.
—Ah, el nuevo —respondió sonriendo—. Se llama Adrián Méndez. Lo transfirieron desde la sede principal. Parece que es un experto en proyectos estratégicos.
Mariana sintió un golpe de sorpresa.
—¿Adrián… Méndez?

Él giró en ese instante y sus miradas se cruzaron. La sonrisa que apareció en los labios de Adrián fue inmediata, casi nostálgica.
—¡Mariana Soto! No puedo creerlo —dijo acercándose con entusiasmo—. Eras la mejor en historia, ¿recuerdas? Siempre me ayudabas con los exámenes.

Ella sonrió, algo incómoda, pero genuinamente sorprendida.
—Vaya, sí… fue hace años. No esperaba verte aquí.

Adrián reía con facilidad. Su presencia tenía algo magnético, y varias compañeras ya lo observaban con interés. Sin embargo, Mariana notó de inmediato una sensación extraña: la sensación de ser observada. Cuando se giró, allí estaba Daniel, apoyado en la puerta de vidrio de la oficina, con los brazos cruzados y una expresión tan seria que cualquiera habría preferido enfrentarse a una tormenta antes que a su mirada.

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Más tarde, cuando tuvieron un descanso, Daniel se acercó con paso firme. Su tono era calmado, pero sus ojos lo delataban.
—¿Viejo amigo, eh? —dijo con una sonrisa que no llegaba a los ojos.
Mariana lo miró divertida, aunque percibía la tensión en él.
—Sí, estudiamos juntos en la secundaria. No sabía que trabajaba aquí.
—Parece muy… entusiasta —comentó Daniel con ironía.
—¿Entusiasta o amable? —preguntó ella, provocándolo un poco.
—Depende —respondió él acercándose más, hasta que sus cuerpos casi se tocaron—. Si sigue mirándote así, dejará de ser amable para convertirse en problema.

Mariana soltó una risa nerviosa.
—Daniel… no seas celoso.
—No soy celoso —dijo él, bajando la voz, su aliento rozándole la mejilla—. Solo protejo lo que me importa.

Esa última frase la dejó sin aire. Sintió que su cuerpo reaccionaba con una mezcla de ternura y deseo. Pero antes de que pudiera responder, Adrián apareció de nuevo con unos documentos en la mano.
—Mariana, necesito que revises esto conmigo, ¿puedes? —dijo, sin notar la mirada de Daniel, que era pura tensión contenida.
—Claro —respondió ella, intentando mantener la calma.

Mientras ambos se dirigían a la sala de juntas, Daniel se quedó atrás, observando cómo Adrián se inclinaba hacia ella para mostrarle unos gráficos, sonriendo de una manera que solo él interpretaba como demasiado familiar.

El resto del día fue un desafío. Daniel no podía concentrarse en nada que no fuera ese nuevo compañero que parecía encontrar cada excusa para hablar con Mariana. Y lo peor era que ella no lo rechazaba; simplemente sonreía, quizás sin darse cuenta del efecto que eso tenía en él.

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Esa noche, cuando regresaron a casa, el ambiente estaba cargado de una tensión distinta. Mariana notó el silencio de Daniel mientras guardaba su chaqueta.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó finalmente, cruzándose de brazos.
—Nada —respondió él, aunque su tono lo traicionó.
—¿Nada? Has estado serio todo el día.
—Solo me molesta ver cómo te mira ese tipo —dijo finalmente, girando hacia ella—. No quita los ojos de ti, y tú pareces no notarlo.

Mariana suspiró, acercándose lentamente.
—Daniel, no tiene importancia. Es solo un compañero del pasado.

Él la miró con intensidad, sus ojos brillando de celos y deseo al mismo tiempo.
—Entonces, explícame por qué no puedo dejar de pensar en cómo te habló, cómo te sonreía…

Mariana lo interrumpió suavemente, colocando sus manos sobre su pecho.
—Porque te importa demasiado —susurró.

Daniel la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí, sus labios encontrando los de ella con una urgencia contenida durante todo el día. El beso fue profundo, ardiente, una mezcla de amor, posesividad y alivio. Mariana respondió con la misma intensidad, dejándose llevar por el deseo que ambos habían reprimido.

El roce de sus cuerpos, la respiración agitada y el calor que los envolvía hacían imposible pensar en otra cosa. Cada beso era una promesa silenciosa, cada caricia un recordatorio de que, pese a los celos, el amor entre ellos era real, fuerte, y capaz de sobrevivir a cualquier sombra.

Cuando se separaron, Daniel apoyó su frente en la de ella.
—No puedo evitarlo, Mariana —susurró—. Solo pensar en perderte me enloquece.
—No me vas a perder —respondió ella, mirándolo con ternura—. No hay nadie más, solo tú.



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En el texto hay: amor tristeza y felicidad

Editado: 09.11.2025

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