La tensión en la oficina podía sentirse incluso días después del incidente en el restaurante. Aunque Daniel había intentado comportarse con profesionalismo, su mirada traicionaba lo que sentía cada vez que veía a Adrián cerca de Mariana. Había algo en aquel hombre que simplemente no le inspiraba confianza, una inquietud difícil de explicar, como si lo hubiera visto antes, en otro tiempo, en otro contexto.
Mariana, por su parte, trataba de mantener el equilibrio. Quería que todo volviera a la normalidad, pero Daniel se mostraba más protector que nunca, y Adrián, lejos de alejarse, parecía disfrutar de aquella competencia silenciosa.
Una mañana, mientras revisaba unos informes, Adrián apareció junto a su escritorio con una carpeta en la mano y su eterna sonrisa.
—Mariana, te traje los documentos del nuevo proyecto. El jefe pidió que trabajemos juntos —dijo, inclinándose ligeramente sobre la mesa.
Ella lo miró sorprendida.
—¿El jefe? ¿Daniel aprobó eso?
—Así parece. —Adrián le guiñó un ojo—. Supongo que confía en nosotros.
Mariana sonrió, algo nerviosa, sin saber que Daniel había aceptado aquella colaboración solo para poder observar más de cerca a su nuevo empleado.
Durante los primeros días de trabajo conjunto, Adrián se mostró atento, colaborador y encantador. Le traía café por las mañanas, la ayudaba con los reportes más complicados e incluso le contaba anécdotas de su infancia, como si quisiera tejer un lazo de confianza. Y Mariana, que siempre había sido empática, terminó relajándose a su lado.
—A veces me pregunto qué habría pasado si nos hubiésemos conocido antes —dijo Adrián una tarde, mientras revisaban papeles.
—Nos conocimos antes, en la escuela —respondió ella riendo.
—Lo sé, pero me refiero a realmente conocernos. —Sus ojos la buscaron con una intensidad que la hizo apartar la mirada—. Tal vez las cosas habrían sido diferentes.
Mariana fingió concentrarse en la pantalla, aunque su corazón latía más rápido. No sabía por qué, pero esas palabras la hicieron sentirse incómoda, incluso culpable, como si estuviera traicionando algo.
“Daniel confía en ti”, se dijo, pero la voz de Adrián, suave y segura, le impedía pensar con claridad.
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Esa misma tarde, Daniel observaba desde su oficina. El reflejo del cristal mostraba claramente cómo Adrián se acercaba demasiado, cómo la miraba con una mezcla de ternura y deseo. Cada gesto lo irritaba más. No era solo celos; era una sensación más profunda, un presentimiento que no podía ignorar.
Llamó a uno de sus contactos en seguridad.
—Necesito que averigües todo sobre un tal Adrián Méndez —dijo con voz baja—. Antecedentes, empresas anteriores, todo. Hay algo en él que no me cuadra.
—Entendido, señor —respondió la voz al otro lado de la línea.
Colgó y se quedó mirando el escritorio de Mariana. Ella reía de algo que Adrián acababa de decirle. Daniel suspiró, pasándose una mano por el cabello. No quería ser el tipo de hombre que desconfiaba sin motivos, pero su instinto no fallaba. Algo oscuro se escondía detrás de aquella sonrisa perfecta.
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Al día siguiente, Adrián apareció con una pequeña caja envuelta en papel dorado.
—Para ti —dijo entregándosela con una sonrisa—. Es solo un detalle.
—¿Qué es esto? —preguntó Mariana, curiosa.
—Ábrelo y verás.
Dentro había un colgante con una piedra azul que brillaba bajo la luz. Era simple, pero hermoso.
—Adrián, no tenías que… —empezó ella, pero él la interrumpió.
—Solo quería agradecerte por ser tan buena compañera. Y… por hacer que venir a trabajar valga la pena.
Mariana sonrió, halagada. No vio nada más allá del gesto amable, pero desde la puerta, Daniel había presenciado toda la escena. Su mirada se endureció, aunque no dijo nada.
Horas después, cuando la jornada terminó, la llamó a su oficina.
—¿Tienes un momento? —preguntó con voz calmada, demasiado calmada.
Ella asintió y entró.
—¿Pasa algo?
Daniel se levantó de su silla y se acercó lentamente.
—¿De dónde sacaste ese collar?
Mariana tocó el colgante, confundida.
—¿Esto? Adrián me lo regaló. Dijo que era un detalle de agradecimiento.
Él apretó los labios, claramente molesto.
—No quiero que aceptes regalos de él.
—¿Otra vez con los celos? —preguntó ella, cruzándose de brazos.
—No es celos, es precaución —replicó él con firmeza—. Ese hombre no es lo que aparenta.
—Daniel, por favor… Adrián es solo un compañero. No puedes juzgarlo solo porque te sientes inseguro.
La expresión de Daniel cambió; el dolor cruzó fugazmente por sus ojos.
—¿Inseguro? No, Mariana. No se trata de eso. Se trata de ti, de protegerte. No sabes con quién estás tratando.
Ella lo miró, confundida, sintiendo que había algo más detrás de esas palabras.
—¿Qué estás diciendo?
Daniel vaciló un momento antes de hablar.
—Solo te pido que tengas cuidado. Algo en su historia no encaja, y hasta que sepa qué es, no quiero que confíes ciegamente en él.
Mariana suspiró, cansada.
—Eres imposible —dijo con una mezcla de ternura y frustración—. Está bien, si eso te deja tranquilo, mantendré las cosas estrictamente laborales.
Daniel asintió, aunque sabía que no podía relajarse. Algo en su pecho le decía que ese hombre estaba mucho más cerca del pasado de Mariana de lo que ella imaginaba.
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Esa noche, cuando todos se habían ido, Adrián permaneció en la oficina revisando unos documentos. Pero en lugar de informes, en la pantalla brillaban imágenes antiguas: recortes de periódico, fotos de una casa incendiada, y un nombre subrayado varias veces: Victoria Soto.
Sus ojos se endurecieron.
—Así que él sospecha —murmuró para sí mismo, refiriéndose a Daniel—. Pero es tarde. Ella ya confía en mí.
Recordó el colgante que había regalado a Mariana y sonrió al recordar la inocencia de su mirada al recibirlo.
—Pronto, Mariana. Muy pronto sabrás quién soy realmente… y por qué regresé.