El sol de media mañana iluminaba los ventanales de la oficina, tiñendo los escritorios con un brillo cálido. Mariana se ajustó el blazer frente al espejo, repasando por última vez los informes que debía presentar. Aquella reunión con los inversores era importante: su primer gran proyecto desde que la habían ascendido. Quería que todo saliera perfecto.
—¿Lista? —preguntó Adrián, apareciendo junto a la puerta con su habitual sonrisa relajada.
Mariana asintió, guardando los papeles en una carpeta. —Un poco nerviosa, pero lista.
—Tranquila, vas a hacerlo excelente. —Él le ofreció el brazo en un gesto caballeroso—. Además, me tienes a mí para cubrirte si algo sale mal.
Ella rió suavemente. —Eso no me tranquiliza tanto como crees.
—Touché —contestó él, guiñándole un ojo antes de abrirle la puerta.
Ambos salieron rumbo al edificio donde los esperaban los inversores. El aire estaba fresco, y el trayecto en coche se llenó de conversaciones ligeras sobre el trabajo, el tráfico y los nuevos planes para la empresa. Adrián sabía cómo hacerla reír, y Mariana lo agradecía; era agradable no sentir la tensión que últimamente reinaba entre ella y Daniel.
La reunión fue un éxito. Mariana se expresó con seguridad, respondiendo preguntas complicadas y presentando proyecciones con claridad. Cuando los inversores se levantaron para aplaudir su propuesta, sintió que el esfuerzo de las últimas semanas había valido la pena.
—Impresionante, Mariana —dijo Adrián mientras salían del edificio—. No esperaba menos de ti.
—Gracias —respondió ella con una sonrisa tímida—. Fue un trabajo en equipo.
—Claro —asintió él, aunque su mirada decía otra cosa—. Pero brillaste tú.
Mariana sintió el calor subirle a las mejillas. Caminaban por la acera cuando, de pronto, un ruido ensordecedor interrumpió la tranquilidad: un automóvil aceleraba sin control en dirección a ellos.
—¡Mariana, cuidado! —gritó Adrián, y sin pensarlo, la tomó del brazo y la jaló con fuerza hacia sí.
El coche pasó tan cerca que el viento levantó su cabello. Mariana quedó atrapada contra el pecho de Adrián, su respiración entrecortada, el corazón golpeándole las costillas con violencia. Durante unos segundos, no pudo moverse; el miedo la había dejado paralizada.
—¿Estás bien? —susurró Adrián, todavía sujetándola, sus manos temblando ligeramente.
Ella levantó la vista, encontrándose con sus ojos oscuros, cargados de una mezcla de preocupación y adrenalina. Se separó lentamente, intentando recuperar el aliento.
—S-sí… creo que sí. —Pasó una mano por su cabello, todavía en shock—. Gracias, de verdad. Si no fuera por ti...
—Shh, no digas eso —interrumpió él, con una sonrisa suave—. Lo importante es que estás bien.
Mariana sonrió débilmente, sin notar la forma en que Adrián la observaba. En su mente, solo había gratitud y alivio. Sentía que realmente tenía un amigo que se preocupaba por ella, alguien que estaría dispuesto a protegerla.
—Te debo una —dijo, intentando bromear para aliviar la tensión.
—Me conformo con un café —respondió él, guiñándole un ojo.
Mariana soltó una pequeña risa, aún con el corazón latiendo de prisa. No sabía que ese pequeño accidente cambiaría la dinámica entre ellos de forma irreversible.
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De regreso a la empresa, Adrián se mostró aún más atento. La acompañó hasta su escritorio, le trajo agua y se aseguró de que descansara un poco antes de continuar con los informes.
—No quiero que te esfuerces demasiado hoy —le dijo, dejando un vaso frente a ella—. Después de lo que pasó, necesitas relajarte.
—Estoy bien, de verdad. —Mariana le sonrió, aunque se sintió reconfortada por su preocupación—. Gracias por estar ahí.
—Siempre —respondió él con tono bajo, casi un susurro.
En ese momento, Daniel salía de su reunión con unos socios internacionales. Su semblante serio se suavizó apenas vio a Mariana… pero la expresión cambió de inmediato cuando notó la escena: Adrián inclinado sobre su escritorio, hablando con ella en voz baja, su mano casi rozando la de Mariana.
La mandíbula de Daniel se tensó. Caminó hacia ellos con pasos firmes, cada pisada marcando su enojo contenido.
—Mariana —llamó con voz profunda—, necesito que vengas a mi oficina un momento.
Ella levantó la cabeza, algo sorprendida por su tono. —¿Ahora? Estaba terminando los informes del proyecto con Adrián.
—Eso puede esperar —dijo sin apartar la vista de su compañero—. Hay documentos urgentes que necesito revisar contigo personalmente.
Adrián se enderezó, cruzando los brazos con una media sonrisa. —Tranquilo, jefe. No se la voy a robar.
Daniel lo fulminó con la mirada. —No tengo por costumbre compartir a mis mejores empleadas sin supervisión.
Mariana frunció el ceño. —Daniel…
—Por favor —la interrumpió con voz más suave—. Solo serán unos minutos.
Ella suspiró, tomó su carpeta y lo siguió hasta la oficina, sintiendo la tensión como un hilo invisible entre los tres. Cuando la puerta se cerró, Daniel se apoyó en el escritorio, mirándola intensamente.
—¿Estás bien? —preguntó, intentando sonar tranquilo.
—Sí, solo fue un susto. Adrián me salvó de que me atropellaran.
Daniel se acercó un poco más, su expresión endureciéndose. —¿Y por eso ahora está pegado a ti todo el día?
Mariana lo miró, confundida. —No digas eso. Solo fue amable.
—Amable —repitió él, casi con sarcasmo—. Ese tipo no da un paso sin una segunda intención.
—Daniel, no puedes seguir tratándome como si no supiera cuidarme.
Él respiró hondo, intentando contenerse. —No es eso. Es que cuando se trata de ti, pierdo la calma.
Por un momento, el aire pareció detenerse entre ellos. Mariana lo miró, sin saber qué decir. Había algo en su mirada que desarmaba cualquier argumento, una mezcla de frustración, deseo y miedo.
—No quiero que te pase nada —murmuró Daniel finalmente—. No quiero perderte.