Pasos en confrontación

Capitulo 3

El profesor de ballet estaba parado en el centro del salón de ensayos, mirando a sus alumnas con ojos atentos. Las jóvenes bailarinas, con sus tutús de práctica y zapatillas de ballet, se alinean frente a él, listas para comenzar la lección.

—Hoy vamos a trabajar en el arabesque— anuncia el profesor, con una sonrisa en el rostro. —Es un movimiento fundamental en el ballet, y requiere mucha práctica y control—.

El profesor Dupont se acerca a la primera alumna, una joven llamada Lidya, y le ajusta la posición de los pies y las piernas.

—Recuerda, Lidya, que debes mantener la pierna extendida y la punta del pie apuntando hacia arriba— le dice.

En ese momento se puede escuchar cómo la puerta del salón es abierta abruptamente por la señorita Isabela, quien captó la atención de sus compañeras, amigas y, lamentablemente, del profesor.

—Llega tarde, señorita Beverly— regañó el señor Dupont. Si había algo que lo molestaba más que habláramos en las prácticas, era que llegáramos tarde.

—Lo lamento, no volverá a pasar—. Agachó un poco la cabeza al pasar por su lado y finalmente se acomodó al lado de Marianne, quien la miró con algo de gracia. Isabela solo le dio un pequeño empujón. —Tú cállate—.

—¿Qué? Yo no he dicho nada— dijo Marianne, alzando los hombros y con una gran sonrisa en el rostro.

—Entonces no te rías, sé que quieres hacerlo. Además, si dices algo, seré la primera en felicitarte a ti y al señor Ivanov por su matrimonio—. Ahora la que sonreía era Isabela.

—Tú haces eso y yo...

—¡Silencio!— gritó el señor Dupont al par de amigas, las cuales dejaron atrás toda su diversión.

—Lo sentimos, profesor—. Ambas hablaron al mismo tiempo.

Dupont, al saber que ya no hablarían, se dirigió al centro del salón y empezó a demostrar el movimiento.

—Observen cómo se mantiene la línea del cuerpo, desde la cabeza hasta la punta del pie— explica. —Y recuerden que la gracia y la elegancia vienen de la suavidad y el control—.

Las alumnas observan atentamente y luego intentan imitar el movimiento. Dupont recorría el salón, corrigiendo posiciones y ofreciendo palabras de aliento.

—¡Muy bien, Marianne! ¡Mantén la pierna extendida! ¡Y tú, Emily, recuerda que debes mantener la cabeza alta!—

Después de varios intentos, las alumnas comienzan a dominar el movimiento. El profesor sonríe, satisfecho.

—¡Excelente! Ahora, vamos a combinar el arabesque con otros movimientos. ¡Vamos a crear una pequeña coreografía!—

Las alumnas se miran entre sí, emocionadas. Saben que están aprendiendo algo nuevo y desafiante, pero con la guía de su profesor, se sienten seguras de que pueden lograrlo.

Después de un rato, el señor Dupont las dejó descansar un momento, pues se sentía satisfecho al ver el desempeño de sus bailarinas.

Marianne e Isabela se fueron a una esquina del salón, donde la primera mencionada tomó un poco de agua y su amiga comenzó una grata conversación, que fue interrumpida por una muy saltarina Lidya.

—¿Están emocionadas?... yo lo estaría— preguntó la joven.

—¿Por qué lo estaríamos?— respondió Isabela mientras hacía algunos estiramientos.

—¿Cómo que por qué? Faltan dos días para el baile del señor y la señora Spencer. No todas tenemos el privilegio de asistir a bailes tan lujosos, pero tú y Marianne seguro que son hasta las invitadas de honor— exclamó con algo de gracia.

—No te preocupes por eso, los bailes tal vez sean bonitos, pero llegan a ser tediosos con el tiempo, sobre todo cuando aún no te has casado. Y te aseguro que lo único bueno son los bocadillos— volvió a contestar Isabela.

—Además, no es tan encantador ser los invitados de honor cuando los anfitriones son tus tíos. Y para mí, lo único bueno de los bailes es que puedo ver a mis hermanas y que padre estará tan ocupado con ellas que ni siquiera notará mi existencia.—

Antes de que Lidya dijera algo más, fue interrumpida por el profesor, quien las estaba llamando para seguir con el ensayo, pues tenían que prepararse para la presentación que darían en unos cuantos meses.

Marianne había llegado a su casa, pero simplemente no quería entrar porque sabía lo que habría detrás de la puerta: nada más ni nada menos que su padre sentado en la sala, esperando a que llegara para hablar con ella. Y bueno, la última vez que dijo algo así, no salió nada bien.

Finalmente lo hizo, pero lo que vio al entrar a su hogar fue totalmente diferente a lo que se esperaba.

—¡Minnie May!, ¿quieres parar ya? Te lo he dicho, la boda de tu hermana no se retrasará, se casará cuanto antes— dijo el ya cansado señor Seymour, pues su hija menor había estado siguiéndolo por la casa durante todo el día.

—¡Vamos, papá! Si Marianne no está para mi debut, entonces rechazaré a todos los pretendientes y tendrás que soportarme por el resto de tu vida, o hasta que me cases con el primer señor que rebase los sesenta, lo que suceda primero.— Minnie May no estaba dispuesta a que su hermana se fuera, así que lo primero que hizo fue cumplir con lo prometido la noche anterior.

Parecía que estaba funcionando, ya que su papá ya estaba bastante irritado, y no era para menos, llevaba todo el día tras de él. Comenzó cuando su hermana se fue a su ensayo, lo persiguió hasta su oficina, y cuando su petición fue rechazada, lo único en lo que pensó fue en molestarlo siguiéndolo y diciendo la palabra "papá" sin parar.

—Ya está decidido, Minnie May—

—Bueno, tú lo has pedido—. La niña tomó aire y se preparó para seguir con su tarea. —Papá, papá, papá, pa...—

—¡Está bien! Hablaré con el señor Ivanov, solo guarda silencio hasta mañana si es posible—. Minnie May, al escuchar las palabras de su padre, se volteó hacia su hermana dando saltitos muy emocionada; lo había logrado.

Marianne estaba bastante impactada, pues no creía que su hermanita lo lograría.

Antes de que pudiera reaccionar, la madre de ambas gritó apurada.




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