En el tenue resplandor de la mañana, la luz del sol aun luchaba por entrar a las ventanas de la habitación, donde Marianne se encontraba. El aire estaba cargado de una calma inquietante, ese silencio previo a la tormenta que envolvía la ciudad antes de que los carruajes empezaran a rodar con prisa por las calles adoquinadas.
Marianne, estaba en una de la ventanas sentada mirando hacia afuera, pues no había podido conciliar el sueño anoche. Seguio mirando hacia afuera repasando en su cabeza la coreografía completa que presentaría hoy, posteriormente se paró frente a su espejo de tocador, ajustaba el moño de su vestido mientras su reflejo la observaba con una mezcla de anticipación y nerviosismo. Cada pequeño gesto era calculado, pero detrás de su expresión serena, el torbellino de emociones se agolpaba.
La gran presentación en el teatro esa noche sería una más de las que ha hecho, pero era otra presentación de lo que ella llamaba pasión y otra presentación en la que se sentiría viva de nuevo. Sin embargo, la emoción no venía sola. Aquel día traía consigo una maraña de sentimientos que ella apenas podía desentrañar: el orgullo de su logro, el miedo al fracaso, la duda que la acosaba en silencio, la presión de su pasado y por supuesto la incertidumbre de su futuro.
Sabía que una vez bajo las luces del escenario, todo se disolvería, pero en ese instante, en la penumbra de la habitación, sus pensamientos parecían más grandes que el teatro.
—Es hora Marianne— Se dijo a si misma frente al espejo ya vestida y salió de su habitación.
Sin despertar a los demás en casa decidió tomar el carruaje sola y llevarse ella misma al teatro. Apenas llegar ya estaban ahí algunas con el maestro Dupont, parecía que no habían llegado hace mucho y se acerco a ellas para escuchar las últimas instrucciones del profesor.
Cuando esté termino de hablar Isabela se acerco a Marianne.
—Buen día Marianne, necesito que veas mi vestuario, creo que las cintas del cabello no son las que pedí.—Comentó la amiga de Marianne sacando un pequeño maletín donde estaban los listones.
—Mira los míos—Los comparo—Solo estas nerviosa Isabela, son idénticos.—
Después de calmar a su amiga, esta miro a la señorita Seymour, y al notar que algo andaba mal rápidamente inquirió.
—¿Ya lo sabes?—Marianne la miro confundida—Que Lord Ivanov está aquí…—
—Ni me lo repitas, ayer estuvo en casa y aunque se fue con prontitud, temía que quisiera salir en público conmigo.—
—¿No es lo que hacen los prometidos?—Molesto un poco a su amiga.
—¡No te lo puedo creer!—Se hizo la ofendida—olvídalo, los listones son diferentes!—
—Oh! Marianne…lo dices de verdad…?—Esta vez si se había preocupado Isabela y a Marianne le pareció divertido después ambas rieron y comenzaron a seguir al profesor para tener todo listo para su presentación.
Había que hacer un ensayo más esa mañana, iban a repasar todo en el escenario tal como lo habían ensayado por un largo tiempo para esta presentación.
Esa noche un maestro de música reconocido iba a presentarse para tocar en la presentación de ballet del maestro DuPont. Eran buenos amigos ambos maestros, al haber planeado esta noche juntos, era normal que el señor Dupont estuviera más estricto de lo normal.
Marianne pudo notar eso y al ver que no era la única queriendo cumplir expectativas se sintió menos solitaria. Ahora concentró toda su atención en la actuación de la noche.
Finalmente pasaron las horas, después del ensayo todos se retiraron a sus hogares para ir por sus cosas para el escenario, volvieron poco después para prepararse. Las bailarinas comenzaron a ponerse sus tutus de tul, que llegaban un poco más abajo de la pantorrilla, su parte de arriba aunque un poco rígida por el corsé, estaba decorada de encaje y cintas que las hacían ver etéreas. Posterior a ella comenzaron a maquillarse, como siempre en estos momentos las cosas entre las bailarinas se ponían competitivas, excepto entre aquellas pertenecientes a la aristocracia.
Querer sobresalir era importante para las carreras de aquellas a la que querían aspirar a más. Marianne miraba de reojo el comportamiento de algunas mientras era maquillada. Se puso alerta para evitar cualquier discusión antes de la obra, por su parte Isabela quien también había notado la tensión decidió sentarse junto a Marianne y se intercambiaron miradas cómplices.
—Lo haremos increíble como siempre, ya verás— Isabela tomo el brazo de Marianne con suavidad, pero en vez de recibir una sonrisa como acostumbraba pudo ver que su amiga bajo la mirada para centrarse en el interesante piso. —¿Que tienes?.— la miró preocupada.
—Isabela— murmuró, acercándose más a ella.— no puedo soportar la idea de que el señor Ivanov este aquí. No puedo, solo puedo pensar en que tal vez mañana estaré viajando hacia Rusia para no volver.—
Isabela la miró con una mescla de empatía y resolución.
—Marianne, el puede estar aquí, pero no importa. Esta es nuestra noche, tu noche, no de el. Así que sonrie por qué una vez que estés bajo esas luces, nada más existirá.— Marianne no podía tener una mejor amiga, siempre habían estado la una para la otra, sin juzgarse y eso no todos lo tenían.
— Tienes razón, ven aquí.— Marianne extendió sus brazos para fundirse en un fuerte abrazo.
A fuera de los camerinos el teatro se estaba llenando poco a poco, por su puesto la gente de la aristocracia iba acomodando sus lugares en los palcos y la familia de Marianne ya había llegado. El señor Seymour y su esposa con su hija menor Minnie May, quien lucía como una señorita esta noche, aunque por dentro era una niña divertida por estar en el teatro.
—Saludos señor Seymour…—Interrumpió una voz tímida pero varonil a la familia, la cual estaba ya bastante acomodada en sus asientos.
Minnie May al ver quien era sostuvo la mano de su madre.
—Joven Parker— Se limitó a decir el padre de la niña mientras Henry saludaba al señor Seymour con una reverencia.